La película de un éxito mundial indiscutible sabe describir cuestiones que muestran claramente en qué encrucijada histórica estamos viviendo.
1) Ninguna advertencia por fatal que sea en sus consecuencias, aunque sea proferida por autoridades simbólicas cualificadas, puede desviar la marcha acelerada del capitalismo, que como un tren enloquecido marcha hacia la catástrofe.
2) Estas autoridades del saber ya han quedado anuladas en el enjambre mediático de las opiniones que van y vienen al servicio de destruir la emergencia de la verdad.
3) Las clases políticas ya están absolutamente sordas y no pueden escuchar nada, por trágico que sea, que los desvíe de su campo de maniobras, para así perpetuarse incluso en el caos. El gurú tecno-empresarial es el elegido para las grandes decisiones.
4) El pequeño grupo de científicos que intentaron por todos los modos posibles anunciar que la destrucción final estaba cerca, experimentaron todas las formas del desamor, hasta que lograron al final recluirse en el clásico refugio de la familia, el nuevo amor, y en contradicción con la propia formación científica, se despiden de la vida con un rezo que solo sabe pronunciar un joven educado en el evangelismo.
Hasta aquí podríamos afirmar que la película logra ceñir un punto de verdad irrebatible, casi todos los que la ven, independientemente de su valoración cinematográfica, aceptan que seguramente las cosas son así y sucederían como el film las plantea.
¿Dónde está la artimaña ideológica, el inevitable encubrimiento que la ideología conlleva? Podría residir en la absoluta despolitización de los sectores populares que tampoco reaccionan frente al horror del apocalipsis. Pero quienes concibieron "No mires para arriba" podrían argumentar que también quisieron mostrar este punto.
El verdadero truco es que todos se identifican al pequeño grupo de científicos escandalizados, cuando en realidad, en sus prácticas, en sus proyectos, en sus vidas, no miran para arriba porque forman parte del negacionismo ambiente. De este modo, la peli encuentra adeptos en los macristas, en la derecha española y en el mundo del status quo.
El secreto de la ideología es la identificación y no la conciencia de la realidad, aquella que permite que el mundo siga siendo como es.