¿Cómo enfrentamos nuestros propios fantasmas? No esos externos que presuntamente aparecen en noches tenebrosas, sino los que acontecen en nuestro interior, en el alma, en cada subjetividad. Fantasmas personales, enredos pasionales, sexuales, familiares, laborales, apegos enfermizos, culpas, bronca, indignación. Esos que forman una maraña de tristezas e incertidumbre, de amor quizás, aunque mezclado con odio, confusión, impotencia. ¿Cómo los afrontamos?, ¿con militancia? ¿con trabajo obsesivo para olvidar?, ¿con autoayuda?, ¿con psicoanálisis?, ¿con hechizos?, ¿con religión?, ¿con drogas legales o lo que venga?, ¿cómo?
Lo político incide en la constitución de mitos y creencias cuya fuente nutricia son los intricados conflictos humanos. Interactúan con el poder y se retroalimentan con narrativa. Política es sinónimo de poder, mito de relato. Para algunos relatos politizados el sexo, la moda, las supersticiones, los sueños, las fantasías y los espectáculos (que no sean explícitamente políticos) son frivolidades. No merecen atención. Sin embargo, ¡cuánto del orden de lo político hay en lo personal, mitológico, laboral, artístico, legendario, científico o confesional! Luchas de poder entre los atascamientos privados y los obstáculos públicos: censuras, machismos, grupos partidarios, corporaciones, mercaderes de la fe, rapiñas. Hablemos de algunas manifestaciones donde se reflejan -como en un juego de espejos- los extraños maridajes entre problemas subjetivos, festividades colectivas y bajadas de líneas político-religiosas imbricadas con el capitalismo tardío.
Puerto Rico, Estado asociado a EE.UU. en los papeles, una colonia yanqui en la realidad concreta. Los portorriqueños asimilados al imperio repiten sus rituales, por ejemplo, celebran el día de acción de gracia y a Santa Claus mientras ignoran a los reyes magos. Los independentistas portorriqueños, por el contrario, resisten su realidad de colonizados, asumen sus orígenes y se pliegan a la tradición hispánica. Celebran a los reyes magos y desestiman a Santa Claus. De todos modos, ambas festividades son tecnologías de dominación.
Detengámonos en los magos, ¿qué hay de ellos? Históricamente poco o nada. Existe solo una mención en el evangelio de Mateo. “En tiempos del rey Herodes, unos magos que venían de Oriente siguiendo una estrella se presentaron en Jerusalén preguntando dónde estaba el recién nacido, rey de los judíos, a quien le entregaron tres regalos: oro, incensio y mirra”, es todo. No dice que eran reyes, ni sus nombres, ni edades, ni etnias, ni cantidad, ni si hacían magia o les decían magos porque eran sabios. Todo queda librado a la imaginación de quienes forjaron el mito desde el poder católico.
Muchos siglos después del nacimiento de Cristo, en Italia, España y más tarde Hispanoamérica se fomentó la creencia infantil de que esos seres legendarios traían regalos el 6 de enero. La intención es moralizante y disciplinar: a las niñeces buenas las premiarían con excitantes regalos y a las impiadosas las castigarían dejándole carbón en sus zapatitos. Entre la moralina y el mercado, los reyes: un dispositivo simbólico comercial que está perdiendo la batalla contra Papá Noel o Santa Claus, inspirado en Nicolás de Bari.
Saltemos ahora un bloque de espacio-tiempo y aterricemos en San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos Aires, 1983, renovación democrática. Se gestó allí un diagrama de fuerzas mítico popular. (Nadie presentía la catástrofe económica, política y social que estallaría en los noventa en la hasta ese momento floreciente ciudad de San Nicolás). La virgen del Rosario se le apareció a Gladis, una vecina nicoleña. Se dice que sigue visitándola, pero la iglesia -que se queda con el producto de los relatos de la aparecida- le impuso silencio a la mujer que convirtió esa ciudad en centro de peregrinación católica rebosante de devoción popular.
Si por algo tiene pasión María es por la arquitectura. En sus apariciones siempre exige edificios, desde Lourdes hasta Luján, pasando por San Nicolas de los Arroyos donde especificó que la cúpula tenía que ser de cobre. “Cerca de ti quiero estar, el agua es una bendición. Soy la patrona de este lugar y me harán un santuario. Cumplid mi palabra”, es lo primero que le dijo a Gladis, casada con un trabajador del soporte económico de la zona: SOMISA, empresa siderúrgica estatal creada en 1947, fuente de riqueza nacional.
Pero con Menem presidente y Triaca padre ministro de trabajo, María Julia Alsogaray -en los noventa- privatizó la fábrica de acero. Los afectados marcharon a Buenos Aires a manifestarse llevando como líder y estandarte a la virgen del Rosario, la de los milagros, la aparecida. Cuando regresaron la fábrica había sido militarizada. Suicidios, ruinas, devastación para esa zona que vivía de la siderurgia y fue saqueada y abandonada por el Estado. La energía militante se mitigó, lo que quedó de ella se volcó al culto religioso y -parte de la población- al impreciso usufructo económico de la virgencita. La ciudad del acero pasó a ser la ciudad de la virgen. De la prosperidad a la inseguridad. El monstruo neoliberal arrasó con todo, menos con la iglesia y su kiosquito pampeano.
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También en los noventa, el entonces cardenal Bergoglio trajo a la Argentina, desde Alemania, un consolador, un paño para las lágrimas, una imagen de la virgen Desatanudos. A su derecha un ángel sostiene una cinta varias veces anudada. Pasa por las manos marianas y se extiende hacia la izquierda donde otro ángel recibe la cinta desanudada. La metáfora aludiendo a las marañas existenciales superadas nos interpela. Remite al conflicto y al deseo, a los embrollos vitales, a la liberación de ellos. Los días 8 de cada mes -diciembre especialmente- miles de fieles locales e internacionales acuden a San José del Talar, Barrio Agronomía (la entronizaron ahí porque es la casa de su marido, José). Pero el recinto quedó chico, existen proyectos de levantar un templo imponente. Las tripas del poder, los contubernios entre amuletos religiosos, economía de mercado y política estallan irreverentes como un intestino reventado. La que desata los nudos, los reyes magos o la virgen nicoleña -entre otros mitos y creencias- ni siquiera son opio, son lisa y llanamente el paco de los pueblos.