Martínez Estrada fue un pensador inmóvil. Tal como lo señala Martín Kohan en su trabajo introductorio a Cambio de dirección: Escritos en viaje (una recopilación de diversos textos que ponen en escena viajes realizados por el ensayista), la tarea del “radiógrafo” supone la quietud. El interés específico de la mirada sobre la pampa revelaba, ante todo, la atracción de lo inmutable, de las invariantes. Que Ezequiel Martínez Estrada haya realizado viajes y haya llevado adelante reflexiones motivadas por ese desplazamiento pone precisamente la prosa del autor de Radiografía de la pampa (1933), La cabeza de Goliat (1940) o El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson (1951) en un entredicho o, mejor, entre-lugar. El cual, para apelar un poco a su estilo e imaginario, muestra lo interesante de un músculo intelectual tensionado, expectante, pensando en el mismo momento en que debería moverse y, por lo tanto, moviéndose, sólo que de otra manera.
La primera parada del itinerario recoge parte del epistolario entre Martínez Estrada y Victoria Ocampo, el cual tiene varias “postas” en su haber: desde Goyena, Bahía Blanca, México y La Habana, entre 1951 y 1960, el primero le escribe a la directora de Sur con cierto tono de reproche, aunque prime el agradecimiento. Hay algo cierto en el reclamo de Ocampo: Martínez Estrada escribe, a veces, “contra alguno de nosotros”. Pero eso no quita que le reconozca a Ocampo la amabilidad de abrir, de todos modos, la puerta de la revista a sus colaboraciones. Algo tiene de agorero, según sus propias palabras, y sabe que ese distanciarse del “nosotros” de Sur implica un precio, como mínimo, un enojo de Victoria Ocampo, quien conserva, a diferencia de Estrada, la misma dirección en Mar del Plata. Paradójica situación: el estancado en la pampa escribe desde diferentes lugares, la mujer cosmopolita está siempre en la misma costa.
El viaje a Estados Unidos es no sólo el más nutrido de este libro, sino el que muestra de manera más cabal el estado determinante de la escritura de Martínez Estrada: el del observador de las costumbres que trata de encontrar el síntoma que refiera a una esencia. Es que, en definitiva, él lleva su aparato interpretativo de Argentina a Miami o Washington, esperando así encontrar algo no sólo que le llame la atención, sino que le permita, luego, escribir. La selección del libro Panorama de los Estados Unidos funciona a la manera de un diario que recoge ideas para un libro futuro. Allí vemos dos paisajes que lo cautivan. En Miami, para sorpresa de cualquier lector, ve un modo de felicidad. La vida plena, luminosa, corporal, no deja de sorprenderlo, así como la ingesta de alimentos (anota su lenta adopción de desayunar con huevos) y cierta simpatía que contrasta con su natural tendencia a la melancolía. Sin embargo, al arribar a Washington, vuelven a desesperarlo los mismos asuntos. El ocultamiento, la mediocridad de la vida burocrática e institucional, la represión y el rechazo a una simpatía más de superficie tienen que ver, sin dudas, con la parte más protocolar de un viaje encarado en 1942, cuando la guerra en territorio europeo aún no se había resuelto. Si en Washington vuelve a encontrarse con los emergentes del paisaje citadino, también le permite retomar lo mismo que lo cautivó en Miami, aunque ahora recontextualizado en este lugar más “tradicional”. Esa “simpatía” natural de la playa se transforma en un comportamiento más estandarizado y que le despierta un halo de sospecha. La gente actúa agradablemente donde un argentino tendría el gesto serio y taciturno, pero porque allí pesa más presentarse de una manera adecuada y falsear el auténtico estado de ánimo. Esa misma falsedad lo lleva a tratar con inteligencia y, también, con desconfianza, la promesa democrática de Washington: la felicidad y justicia que, de Franklin, el propio George Washington y Lincoln para adelante, se promete al porvenir es siempre bajo la idea de “nuestra raza”, tal como se lee en el frontis del Palacio de Justicia. Concluye Martínez Estrada, sospechando una apropiación del término: “‘Our Race’, esto no es claro, por cierto”.
En Estados Unidos, el ensayista argentino encuentra un mundo distinto, el cual mira de reojo o, a veces, entre la envidia y el rechazo, aunque siempre sorprendido de que, en el medio de su viaje, haya una guerra que recorre en sordina las calles del país. Así también aparece la cuestión de los “negros”, quienes parecen actuar como si todavía respondieran a la lógica de la esclavitud o en un estado de desprecio que revela la mirada melancólica en torno al sometimiento institucionalizado. Para Martínez Estrada, su situación es preocupante porque, de alguna manera, actúan bajo la misma lógica de fachada que la simpatía en Washington: aquellos con los que se topa sonríen falsamente, pero descubre en su mirada un odio manifiesto a los blancos, que se experimenta, pero no se dice. Estrada encuentra, entonces, un estado y un Estado paralelo, o sea, un modo de vivir puntual y también una organización paralela que vive en el roce permanente.
Cambio de dirección es, a su manera, el pasaje en el interior del libro de la democracia liberal al proyecto socialista. El material transcripto específicamente para esta publicación es el diario del escritor hecho en su viaje a Europa y la URSS, en donde visita la casa museo de Tolstói. A diferencia de lo que pasó en su viaje a Estados Unidos, la URSS le resulta un segundo hogar: la estepa soviética tiene la misma quietud y extensión que la pampa. Allí, entre árboles centenarios y recuerdos de la vida del escritor ruso, Estrada está tan cómodo que podría quedarse para siempre. En algún punto, porque no hubo un desplazamiento específico: parafraseando la canción de Charly, se fue muy lejos para estar acá. La verdadera novedad está en Cuba. Fruto del viaje realizado en 1960, Martínez Estrada se deslumbra con la posibilidad de un cambio auténtico una vez que el pueblo se organiza y se opone a los dirigentes que, de una manera u otra, buscan mantener el modo en que las cosas se encuentran (entre esos políticos de la quietud, Estrada cuenta a Noriega y Perón). De ahí el valor de mito encarnado y el elán religioso que le termina mostrando la posibilidad de un mundo diferente: el Che Guevara y Fidel Castro, el apóstol José Martí, la decisión del pueblo cubano, son todos elementos que rompen con el modo de ver del “radiógrafo”.
Los textos reunidos en Cambio de dirección sintetizan las tensiones entre los paisajes quietos de la Argentina y de la URSS contra la (¿falsa?) promesa edénica de Estados Unidos o la novedad pura de Cuba, haciendo que la mirada del ensayista pueda deslumbrarse con otros signos a dilucidar o con elementos tan distintos que despiertan el entusiasmo antes que el afán interpretativo. El “viajero inmóvil” sólo parece desplazarse cuando encuentra aquello que lo deslumbra y que trata de entender en su pureza. Cuba parece la síntesis del motor de Martínez Estrada. Porque, como se instaló históricamente en la revolución de 1959, la utopía, de alguna manera, termina siendo el horizonte hacia el cual se tiende. Horizonte que pone en movimiento, en definitiva, aquella tensión vital del músculo pensante.