Como todo el mundo, en todo el mundo, Elbi Olalla va y viene con la pandemia. Surfea sus frenéticas olas. Hoy está, y vive en Cataluña. Pero para el caso hubiese sido igual dónde esté. Lo singular en ella, pianista y compositora fundadora de Altertango, es que declaró su independencia personal: graba en sus tiempos, con su piano, y prescindiendo de miradas que obstruyan la suya. “Mi piano no será ningún Steinway, pero es el que conozco y quiero”, dice a 

PáginaI12, distante 10.956 kilómetros de su Mendoza natal. “Tener tu piano es algo muy íntimo, que a las pianistas nos cuesta encontrar en un estudio, porque por más lindo que sean estudio y piano, no es tu instrumento y hay que aprender a dialogar con ese `ser` que habita en el interior del piano antes de poder sacar lo mejor posible”.

La centralidad en el piano es porque, obvio, Elbi acaba de publicar un disco llamado Mon piano --Mundo piano en castellano--, e implica justamente eso: su propio mundo al piano. “En discos con otras personas no pasa nada porque el piano no se escucha tantísimo, pero en algo que es tan desnudo me daba cosa. Además no tenía plata y quería probar este formato que amé”, dice y ríe.

--¿Por qué te fuiste a Cataluña?

--Porque estaba cansada de estar manija, y sentía que necesitaba moverme a un lugar donde no me conociera tanta gente, para animarme a ser un poco distinta… instinto de supervivencia y un poco un espíritu de aventura, digamos. De todas formas, no me vine a quedar, solo que me fui quedando.

Tal es el marco en que la arregladora grabó el sucesor de Canciones paulatinas. Introspección e intimismo al palo, mediante ocho piezas –seis de ellas propias-- a bordo de un Belarus ruso de segunda mano, y micrófonos alquilados. “Nunca estuve sin piano”, sentencia. “Lo que nunca había hecho era explorar una faceta solista mostrable, pero todo lo hago desde él: componer, arreglar y enseñar. No tengo vida si no tengo el instrumento cerca, y últimamente me he puesto más pesada aún con eso: tiene que ser un piano acústico, porque no me sirve el eléctrico”.

--Tu piano acústico y vos tienen algo común entre los dos, parafraseando a Pappo.

--(risas) ¡Obvio!, amo los pianos. Amo todo lo que tiene que ver con ellos, las texturas, los colores, las épicas de llevarlos y traerlos, la lucha contra el clima y la afinación... me parece el objeto más hermoso del mundo. Es más, soy súper fetichista con ellos. Más que nunca, con el tema covid y confinamientos y limitaciones, mi piano ha sido casa, sustento, alegría y terapia… un mundo adentro de él, y yo vivo allí.

--¿Cómo sería la vida sin pianos? ¿sería vida?

--¡No me lo puedo ni imaginar! Yo sería muy diferente, eso seguro. Perpetuamente aburrida y fuera de órbita, un poco enfadada y adicta a algo. Y el mundo, un lugar más hosco, mucho más feo, porque un piano es un laberinto, un mecanismo fascinante que ocupa un lugar crucial en la música. Sin pianos la música sería mucho menos profunda, mucho menos rítmica, con menos colores y matices. Perdón si me paso tres pueblos, como dicen por acá, pero creo que hay algo de lo que el piano nos rescata como especie.

--¿De qué?

--No sabría exactamente, pero ciertamente de algo vinculado al orden de la fealdad, de la apatía.

Mon piano abre con una pieza de intro oscurita, algo densa, que luego deriva en cierta luminosidad. Se llama “Blauet” –nombre en catalán del Martín Pescador--, y está inspirado en la flora y la fauna de Cubelles, el pueblo equidistante de Barcelona y Tarragona, en el que Olalla vive con su compañero Isra. “Acá desemboca el río Foix en el mar y, por lo tanto, hay una zona de protección de la flora y la fauna autóctonas en esa desembocadura. El caso es que yo tengo algo fuerte con el canto de los pájaros. He compuesto cosas basadas en melodías sugeridas por el canto de algún ave como “Sie7e cuchillos”, de Altertango. Yo les digo "Ornitangos" a estos temas (risas). En este caso, la pieza es como un homenaje a Cubelles, a los pájaros y a su convivencia con las ciudades, a la vida que llevo aquí”. Otra de las piezas clave del disco es “Eva”, una milonga “rapidita y modal” al que su amiga Josefina Rozenwasser había propuesto llamar “Milonga para Eva Perón” “porque somos siempre peronchas”, ríe. “Este tema es como una arenga de fuerza femenina”.

Elbi suele componer en su casa, viajando en tren, o caminando, y se autopercibe aplicada, laboriosa. “Escribo cosas, las grabo, las doy vuelta, las cambio... hago un laburo muy puntilloso y arquitectónico”, cuenta. También se deja acompañar por gente valiosa. Edgardo González, guitarrista de Bombay Bs As, por caso, de quien versionó el tema “Palermo”. “Trabajar con él es poder dirigir la mirada a lugares que yo no suelo mirar”, lo alaba. Otro es Julio Coviello, bandoneonista y compositor de otra de las bellas y buenas piezas del disco: “La tierra invisible”. “Julio es una aplanadora tocando, componiendo, arreglando, generando cosas. Una bestia. Y su tema es un temazo en el que yo no hice mucho más que tocar en mi estilo”.

--¿Lo trabajaste mucho, también?

--Sí. Es bastante difícil, así que me llevó tiempo de estudio, pero el mérito total es de la obra. De esas piezas que suenan bien tocadas por una flauta, una quena, un fuelle o un piano. Una joya.

--Van dos décadas de Altertango. ¿Extrañás por tener al grupo lejos?

--Ahora ya no extraño porque acabo de volver de Mendoza y Buenos Aires, de tocar con los pibes, de armar lo que será nuestro octavo disco y de que me vuelva el alma al cuerpo. Pero sí los extraño cada día… tocar con Altertango no es tocar "con otros", es como una expansión del yo, no sólo para mí sino para todos. Es una maravilla afectiva y artística que perdura después de años, y de algunos golpes medio feos.