“¿Por dónde empezar, compañeras?”, preguntó Adriana Carrasco a las periodistas y comunicadoras que la aplaudían y ovacionaban. Acababa de recibir el premio Lola Mora a la trayectoria, que otorga la Dirección General de la Mujer de la ciudad de Buenos Aires. Fue el último reconocimiento de la noche. Mientras Adriana subía al escenario, el texto que daba cuenta de su recorrido mezcló un poco su biografía con la de Martha Ferro. Pero para Adriana fue grato el recuerdo porque, de alguna manera, quien fuera su compañera se hacía presente en esa noche de festejos.
“Me gustó mucho esa biografía porque mezcla mi vida con la de Martha Ferro”, dijo Adriana, premio en mano y visiblemente emocionada. Y continuó: “La que juntaba en el sótano de San Telmo a lesbianas, karmáticas y troskas era Martha Ferro, que era del Partido Socialista de los Trabajadores. Mi camino fue otro. Yo empecé en el feminismo que se movilizaba desde otro lugar”, contó en el Cultural San Martín aquella noche del 7 de diciembre de 2021.
La primera movilización feminista a la que asistió fue en 1985, por el Día Internacional de la Mujer. Adriana venía de la Juventud Peronista, donde padeció mucho el machismo, “sobre todo siendo una lesbiana”. “En esa época éramos muy calladas, ni siquiera circulaba la palabra, casi no había una palabra para nombrarnos”. Adriana trae esa marcha al presente porque entre las consignas por el derecho al placer y al goce, de golpe vio un cartel que decía: “Libertad a Hilda Nava de Cuesta, presa política”. Era el gobierno de Raúl Alfonsín y esa pancarta fue la primera consigna que la convocó.
“¿Qué decir?”, volvió a preguntar Adriana esa noche. Y recordó a otras periodistas feministas, como la anarquista Virginia Bolten, que pagaba su publicación con el sueldo de obrera de una fábrica de calzado y Adelia Di Carlo, cuya casa fue saqueada por la policía después de que publicara su investigación sobre el asesinato de Julieta Lanteri. “Ese periodismo que muchos pequeño burgueses tildan de amarillista ha sido el que se ocupó históricamente de los sectores populares”, señaló Adriana, que hoy colabora en el suplemento SOY de este diario, orgullosa de pertenecer a ese equipo al que fue convocada por Liliana Viola.
Entonces, ¿cuándo te hacés feminista?
--Enero de 1970. Ese año entraba a primer grado y ese verano mi mamá quiso enseñarme a escribir lo básico, para facilitarme el ingreso a la primaria. Cuando me enseña a escribir mi nombre y mi apellido, le pregunto cómo se llama ella. Luego, cómo se llama mi papá. Me responde y me llama la atención que mi apellido es el de mi padre y no el de ella. Y que ella añadía a su nombre el apellido Carrasco precedido por el “de”. Le digo que no entendía por qué era así. Por qué yo no me llamaba como ella. Y por qué ella era de mi papá y eso no era recíproco. Me explicó cómo era la ley de nombre en Argentina y la patria potestad. Encima mi hermano y yo viajábamos todos los años a Uruguay con nuestra madre a visitar a nuestra familia materna, y mi papá tenía que firmar un permiso ante escribano para que ella nos pudiera sacar del país. Por supuesto pregunté por ese permiso y mi mamá me explicó que mi papá sí podía sacarnos del país sin permiso, porque los hombres tenían la patria potestad sobre sus hijos y las mujeres, no. Después de eso me enganché mucho con el tema del nombre. Y me ponía a jugar a que era la señora del registro civil. Desde entonces supe que todo estaba mal. Que había que cambiar todo eso.
Aquel cruce de biografías en la noche de los Lola Mora me da pie a preguntarte quién sos, pero para no entrar en terreno filosófico, cambio la pregunta: ¿Cómo te gusta nombrarte?
--Sí, mejor porque justo te tocó entrevistar a una que estudió filosofía y si nos metemos con eso no terminamos más. Me quedé con el nombre que me pusieron (Adriana Carrasco) aunque muchas veces le di vueltas. Pasaron cosas, pero ya era conocida por ese nombre por personas que me importaban. Así que me lo fui apropiando, aunque muchas veces mi apellido me sonó extraño.
¿En qué consiste tu militancia feminista hoy?
--Hago feminismo desde el periodismo. Cuando se presenta la posibilidad de una nota, voy por ahí, pero un feminismo situado en la clase obrera, en el barrio, que no olvide nunca que vivimos en un país racista, aunque pretendan solaparlo. El feminismo pequeño burgués cada vez me interesa menos. Hubo una época en que podíamos trabajar juntas (hace 35 años y más) porque éramos muy pocas las feministas en Argentina. Pero en la medida en que el feminismo empezó a masificarse, las contradicciones de clase se fueron haciendo cada vez más patentes. También las contradicciones con las feministas que no aceptan al movimiento de liberación travesti-trans. Y ese periodismo que hago es un periodismo lesbiano popular, de barrio sur. Puedo hacerlo en un medio o usar las redes para militar. La calle ya no es como antes, porque mi cuerpo ya no me responde como cuando era joven. Les trabajadores de prensa quedamos heches percha después de treinta y pico de años de oficio, trabajo nocturno y la mar en coche.
Diana Sacayán: cubrir su vida (y el crimen de odio contra ella)
En los últimos años, Adriana cubrió para el suplemento SOY el juicio por el travesticidio de Diana Sacayán. Cuenta que fue muy doloroso porque, entre otras cosas, la primera nota de tapa a Diana lleva su firma. “Esa nota fue cuando Diana era piquetera del MTL, (Movimiento Territorial Liberación) y la escribí para Crónica del Orgullo Gay, el suplemento lgbt del diario Crónica que salía a comienzos de este siglo. Estoy muy curtida en policiales, pero cuando vi en las audiencias las fotos de cómo el asesino dejó a Diana no podía parar de llorar. No podía despegarla de aquella piba hermosa y llena de humor que conocí. Admiro sobre todo a aquella piba travesti piquetera”.
Adriana también cubrió el juicio de Marian Gómez, detenida por besar a su esposa Rocío Girat en la estación Constitución en octubre de 2017. “La acompañamos las lesbianas de la mejor manera que pudimos. Metimos mucha presión. Todo el manejo que hicieron la jueza Marta Yungano y la fiscal Diana Goral para que le quede el antecedente penal a Marian fue horripilante. Y sobre todo el fallo condenatorio que dictó Yungano justo el día del 50 aniversario de la revuelta de Stonewall. Pero no pudieron. Triunfó la justicia. Y todo empezó por un pajero del subte que no dejaba de mirar a la pareja de lesbianas y fantaseó cualquier cosa”.
Y enseguida aparece Higui: “Higui es LA causa de las lesbianas”, define Adriana. “Porque Higui luchó por su vida. Se defendió de un intento de violación correctiva que pudo convertirse en un lesbicidio. Dos mil lesbianas llegamos a movilizarnos tras la bandera de la absolución de Higui. Higui merece la absolución y que el Estado ayude a reparar todo el daño que padeció en su vida, empezando por los abusos sexuales de sus padrastros. Higui tendría que estar al frente de una escuelita de fútbol pudiendo desarrollar lo que sabe y cobrando un salario. Higui es la nueva Raulito. Si Marilina Ross llega a leer esta nota, le pedimos que se acerque a acompañar a Higui durante el juicio oral y público. No puede ser que las lesbianas pobres sigan siendo carne de presidio o de manicomio por no acatar el mandato de ser el punching ball de todo el mundo”.
Crónica tatuado en la piel
Adriana se formó en la antigua Editorial Sarmiento-Diario Crónica, de Héctor Ricardo García. En la redacción de las revistas y en el taller gráfico. Entró a trabajar a fines de 1988, primero como “correctora changuera”, después como colaboradora, y finalmente se quedó diez años en la redacción de la revista Flash. “Una revista para los sectores populares que tiraba 200 mil ejemplares por semana y estaba en casi todas las peluquerías y salas de espera del país. El director, Roberto Tito Jacobson, me dejó el piolín muy largo para que pudiera cubrir todas las actividades feministas de la época y del incipiente movimiento gay-lésbico. Hicimos campaña por el derecho al aborto, promovimos las actividades de gays y lesbianas no solo en Argentina, sino también en Cuba. Jacobson se encargaba de que todas las semanas viajara por avión a La Habana un paquete de revistas Flash. Eso fue toda la década de 1990. Una década terrible para la Argentina”.
Su primer trabajo periodístico en la editorial se lo encargó Pancho Loiácono, que sabía que Adriana había estudiado Derecho. Le da un sobre de papel madera con un montón de papeles adentro y le dice: “Tomá, nena. Escribime esto como para que lo entienda mi tía”. Era el informe de autopsia de Alicia Muñiz. “En esos días nosotras nos movilizábamos para que metieran en cana a Monzón”, recuerda. En el 2000 cerró Flash y Adriana conservó su trabajo como correctora en el turno noche. Trabajaba hasta las tres de la madrugada y a veces hasta las siete de la mañana, cuando la obligaban a hacer horas extras. Después pasó a policiales del matutino y estuvo cinco años en la sección. “En esa época empezó a salir Crónica del Orgullo Gay. Sigo muy enojada con el director del suplemento porque no me dejaba firmar las notas. Supongo que porque eso lo hubiera comprometido a él a firmar las suyas. Finalmente, el suplemento se cerró por un motivo ridículo: al director del diario le dio asco que se publicara una nota sobre fractura de pene”.
¿Y qué pasó después?
--Cuando los Olmos se quedaron con el diario de García, las presiones para que nos fuéramos les empleades antigües de la empresa fueron terribles. Entre una enfermedad o asesinar a alguien y la calle, elegí la calle. No fue la primera vez que se me presentó la alternativa. No estamos obligades a soportar maltrato. Se puede trabajar de muchas cosas. No se me caen los anillos si no consigo trabajo de periodista y tengo que laburar de otra cosa. Y a mucha honra, como decían las gallegas de Barracas.
¿Cuándo y cómo te cruzás con Martha Ferro?
--Yo militaba en Intransigencia y Movilización Peronista (IMP) y leía el diario de la orga, el diario La Voz. Lo dirigía Vicente Saadi, pero todos sabían que era el diario de los Montos. Empecé a militar en IMP en 1982, justo después de Malvinas. Las reuniones primero eran en el estudio de don Vicente y después nos mudamos a una unidad básica de la calle Venezuela por donde pasó medio mundo. Resulta que Martha escribía en La Voz y tenía una sección, La Mujer, donde publicaba notas que hoy llamaríamos de feminismo popular. Me encantaban las notas firmadas por ella. Pasaron algunos años, me fui de la JP, harta de machismo, y pasé al feminismo. Resulta que estábamos paradas una noche con el Grupo Feminista de Denuncia -con Ilse Fuskova y Josefina Quesada- manifestando en la calle Lavalle, que era la calle de los cines, y pasa Martha, que estaba buscando una nota, un aguafuerte porteña, y le dice a su compañera fotógrafa, Cristina Fraire: “Mirá a esa piba”. Martha me contó después que ese día me había elegido.
Por ese entonces, Adriana trabajaba en Lugar de Mujer, y Martha se estaba separando de su compañera que también trabajaba ahí. Adriana cuenta que Martha llamaba y se quedaban hablando. “Tenía una voz preciosa, parecida a la voz de Blackie”. Poco después empezaron a salir, hasta que un día le cayó en su departamentito en Catalinas Sur con sus libros y casetes. “Faltaba poco para la híper de Alfonsín, economía de guerra, y yo era una hippie peronista y feminista zaparrastrosa que no conseguía laburo en ningún lado. Martha laburaba en la revista Esto! de Crónica y se enteró de que precisaban un reemplazo de vacaciones en corrección”. Adriana era perfecta para ese trabajo y pasó el examen del jefe de la sección. El ultimátum de Martha además no le dejaba margen: “O agarrás ese laburo o te vas a vender helados al parque Lezama”.
Filosofía y visibilidad lésbica
Martha le mostró a Adriana cómo trabajaba como cronista de policiales. Y sobre todo le mostró cómo entrevistaba a las travestis de la zona de Pacheco, al norte del gran Buenos Aires. “Por esos años Martha acuñó el término ‘travesticidio’. Yo no me acordaba. Es un dato que exhumaron las compañeras del archivo de la memoria trans”.
Pero a Adriana no se le dio por hacer policiales. Precisaban alguien que editara el material crudo de la revista Flash. Y Carlos Achával, “un gran maestro de periodistas y jefe de redacción de Flash” la llevó y la ayudó a formarse como cronista. Adriana sigue: “Tito Jacobson también fue un maestro importante. Él y su hermano Jorge me avivaron un poco. Yo era muy ingenua y cuando veía una bandera roja ya me creía que estaba frente al Che Guevara. Ellos me enseñaron que a veces las cosas no son lo que parecen. Cuando estudié filosofía profundicé en esa cuestión. La profesora Silvia Magnavacca decía que la filosofía es el ejercicio de la sospecha. Ahora analizo mucho las cuestiones antes de subirme a un barco, me refiero a participar en una lucha. Nunca hay que perder de vista los contextos”.
¿De qué maneras llevaste adelante la visibilidad lésbica?
--El término “visibilidad” se queda corto cuando nos referimos a las lesbianas. Nuestra bandera, cuando empecé a militar lesbianismo desde el feminismo en 1986, era la “existencia” lesbiana. La existencia, obviamente, es condición de posibilidad de visibilidad, sonoridad, etcétera. Para 1986 las lesbianas en Argentina no existíamos. “Lesbiana” era un término clínico que nos etiquetaba como desviadas y un montón de cosas más, con connotaciones negativas. Ni hablar de las terapias psiquiátricas y conductivistas para sacarle el lesbianismo a la paciente. Todas terapias del horror. El caso paradigmático fue el de La Raulito en manos del psiquiatra Marchant. Ninguna quería ser esa lesbiana, ni la tortillera, ni la marimacho, ni la pan con pan, ni la indecible. Nosotras, un grupo pequeño del que formamos parte entre otras con Ilse Fuskova, María García Acevedo, Ana Rubiolo y Araceli Bellotta, nos paramos delante de todes y dijimos: “Existimos, somos apasionadamente lesbianas”.
Así editaron la primera publicación lésbica de Argentina, que se llamó “Cuadernos de Existencia Lesbiana” y salieron a la calle en marzo de 1987. Y hasta se atrevieron a tomar la delantera de la marcha del 8 de marzo de 1988 con la bandera de Lesbianas, contra la resistencia de la mayoría de las feministas y mujeres de partidos políticos y sindicatos, y de la Multisectorial que organizaba las manifestaciones de los 8 de marzo.
La felicidad militante
¿Cuáles fueron tus momentos de felicidad en la militancia feminista?
--La mayoría en la década de 1980, cuando estaba todo por hacer para las lesbianas. Las salidas de los sábados a la noche del Grupo Feminista de Denuncia. Una hermosa fue una noche de invierno crudo. Salimos con Ilse y Josefina Quesada. Pintamos toda la avenida Las Heras y el Barrio Norte careta con una consigna muy inocente y clásica: “El placer es revolucionario”. Pero la mejor era “Más vale tortilla que albóndiga”. Josefina ya tenía 64 años por entonces (los 64 de los ‘80 eran casi como los 74 de ahora). Verla pintando con aerosol y guantes de cuero de vestir la parecita de la iglesia de la plaza Vicente López era un poema. Josefina fue una artista plástica surrealista. Se hizo anarquista y se desclasó. Hace poco me enteré que su apellido de soltera era Gómez Errázuriz Alvear y que se crió en el palacio Errázuriz y casi me caigo de nalgas. Fue una compañera muy valiosa tanto para el feminismo como para el anarquismo, encantadora. Y no era para nada gorila.
La felicidad de la militancia siguió muchas décadas más tarde con la enorme columna de lesbianas movilizadas por la absolución de Higui: “Formamos un cordón de seguridad y yo estaba del brazo con Alicia Caf, (creadora de Sueños de Mariposas, una casa comunitaria para lesbianas mayores, un lesbiátrico). Veníamos de experiencias diferentes con Alicia. Ella no vivió la década de 1980 porque no estaba en Argentina en esos años. Pero tuvo una perspectiva muy acertada de la situación de las lesbianas solas y sin recursos cuando llega la vejez. Incluso en los grupos de lesbianas y lgbt es más que frecuente que las lesbianas viejas, si no se producen para tener el glamour que requiere Instagram o no tienen prosapia burguesa, sean despreciadas e incluso hostigadas. Les arruinamos la foto, les bajamos la espuma.
¿Qué representa esa imagen de la “espuma”?
--“Espuma” es una imagen de la mística medieval. Espuma es lo que no tiene carnadura, es como la estela de las embarcaciones que se desvanece en cuanto pasa. O como la espuma de la crema chantilly en aerosol. Pienso que este concepto de “espuma” es crucial para esta época. Me quedo con esta imagen de Alicia en aquel cordón de seguridad, tomándonos fuerte del brazo y contándonos antiguos códigos de seducción tortos. Alicia usaba colonia Heno de Pravia, como muchas lesbianas de su generación. No todo es visibilidad. Es olfato, es tacto.
En la última entrevista que Adriana le hizo a Higui para el suplemento SOY, notó su crecimiento político y su claridad para pensar. “Higui hoy tiene otras herramientas para defenderse y para plantarse en la vida. Y pienso en la importancia de que “la clase” dé periodistas. Yo me formé con Martha Ferro, que tuvo una abuela obrera anarquista que en el ‘45 se hizo peronista y le dio sus primeras clases de feminismo anarquista obrero. Pero también me veo jugando en el patio del conventillo de mi abuelo en la calle Río Cuarto, un negro sindicalista portuario que salió a defender a Perón el 16 de junio de 1955. Lo veo a mi abuelo diciéndome que no podía ir al baño del conventillo porque me podía pasar algo. No es lo mismo que alguien de “la clase” entreviste a Higui, a que lo haga alguien que no sintió nunca sobre sí el desprecio burgués y pequeñoburgués. Eso se vive o no se vive, no se puede inventar”.