"¡Viva la libertad, carajo!", se escucha gritar a un joven de unos veintitantos años que asoma la cabeza por la ventana de un auto que da vueltas alrededor de una plaza en un barrio del conurbano sur.
“Tengo derecho a comprar los dólares que quiera”, se lee en un cartel que levanta una señora en una marcha opositora. “Esto es una dictadura, como Venezuela. No nos pueden obligar a vacunarnos. Yo soy libre”, le grita un muchacho exaltado y sin barbijo a un reportero que trata de alejar su rostro del micrófono.
“La economía del país es como la de una casa”, dice con aires serios y matemáticos un economista que se pasea por todos los canales de televisión. Otro afirma: “No se puede gastar más de lo que se gana, vamos camino al desastre…”.
¿Qué hay detrás del pensamiento libertario? ¿Es nuevo y disruptivo como se lo quiere presentar? ¿Es revolucionario y antisistema como se vende en los medios o es profundamente conservador? Vayamos de poco.
Todo es historia (aunque se quiera ocultar)
Insertos en un eterno presente, en el que se mueven como peces en el agua, los mediáticos libertarios enuncian (en algunos casos gritan) afirmaciones a las que imprimen un carácter ahistórico, universal y descontextualizado.
Pareciese ser, por el tenor de sus dichos, que la economía es una ciencia exacta, matemática, vieja pretensión de los padres fundadores de la escuela neoclásica a fines del siglo XIX, y que hoy, en manos de libertarios y otras huestes encuentra en los 280 caracteres de un tweet, en una charla TED o en una entrevista sin repreguntas, fervientes espacios de defensa y difusión.
La teoría del valor subjetivo que naciera por aquel entonces, y que, a la luz de la presente nota, simplificamos como el modelo de oferta y demanda de formación de los precios, tuvo efectos duraderos en una cosmovisión de la economía al servicio de los intereses de las clases acomodadas.
Sus principios son muy conocidos y, verá el libertario 2.0, que poco tienen de originales las encendidas defensas a la libertad de mercado a las que da “like”, corazoncitos, comenta y reenvía en las redes.
Básicamente la teoría enuncia que la sociedad es un conjunto de individuos iguales (no existen las clases sociales), que buscan racionalmente maximizar la satisfacción de sus necesidades y que el único capaz de coordinar las acciones de todos ellos es el mercado que, distribuyendo éxitos y fracasos, orienta los comportamientos.
El principal modo en el que el mercado brinda información es través del sistema de precios. Por ejemplo, si hay muchas personas que ofrecen trabajo (exceso de oferta), los salarios bajan, las empresas se verán tentadas a demandarlo más (porque aumenta su rentabilidad) y las y los trabajadores a ofrecerlo menos. Se llega así a un equilibrio, a un precio de mercado en el que, por definición, no pueden existir excedentes ni faltantes, logrando el pleno empleo.
Análogo razonamiento se aplica al resto de los mercados y sus respectivos precios, como el mercado de los bienes o del dinero. De aquí se desprende una premisa y una prescripción de política económica que, si bien ya había tenido su antecedente a finales del siglo XVIII desde una mirada más filosófica y ética con la metáfora de mano invisible de Adam Smtih, la matematización neoclásica le brinda forma de “verdad natural y universal” que las “nuevas” banderas libertarias vuelven a enarbolar.
Mercado vs. Estado
La premisa, que será faro de toda política pública liberal, neoliberal y libertaria, es que el mercado es el único capaz de asignar eficientemente los recursos.
La prescripción, cae por su propio peso: el Estado no debe intervenir en ningún mercado (o su intervención debe ser mínima) y allí donde aún exista regulación colectiva (estatal, comunitaria o sindical) hay que proceder, por todos los medios posibles, a su mercantilización.
Cuando los proyectos liberales/neoliberales son gobierno, el poder estatal es utilizado para dicho proceso y para atacar (aún con medios espurios como hemos sido testigos recientemente) a líderes o instituciones con pretensiones de poner el interés colectivo por encima del interés individual.
Ya llegará el tiempo de la gran depresión y el desempleo masivo dejará al desnudo las inconsistencias de modelo neoclásico que, en palabras de Keynes engaña y sus enseñanzas son desastrosas si se intenta aplicarlas a los hechos reales.
La consolidación de los Estados de Bienestar, que venían desarrollándose gracias a las luchas sociales de finales de siglo XIX, se da en el marco de lo que muchos historiadores llaman la edad de oro del capitalismo, empujando al repliegue de las ideas liberales que continuaron circulando en sociedades privadas (antecedente de las fundaciones que hoy sostienen y difunden gran parte de las ideas libertarias) y en el reducido mundillo académico de la microeconomía. Desde ese lugar esperaron que una nueva crisis capitalista les brinde la posibilidad de nuevo asalto. Y la crisis llegó.
Todo vuelve
Las ideas que se habían sostenido en los claustros académicos y en sociedades como Mont-Pélerin creada en 1947, financiada por banqueros e industriales suizos, y de la que participaron personalidades como von Mises, Hayek, Friedman, Popper, entre otros, utilizaron la estanflación de los años setenta para conquistar gobiernos e implementar las reformas neoliberales (destrucción de los Estados de Bienestar). Ya sea por la fuerza de las armas, el terrorismo de Estado y las dictaduras (Chile,1974 y Argentina, 1976) o por la vía democrática (Gran Bretaña, 1979 y Estados Unidos,1981), el neoliberalismo, más allá de sus particularidades, basado en las mismas premisas y prescripciones, intentó mercantilizarlo todo, incluso las subjetividades.
Más allá de las medidas económicas puntuales (privatizaciones, desregulación financiera y cambiaria, apertura económica, ajuste fiscal, flexibilización laboral, baja de impuestos a la riqueza e ingresos), el neoliberalismo colonizó las miradas y los discursos con un ataque sistemático a los sindicatos y la sindicalización, a la política, y a la ciudadanía, reduciéndola para aquellos y aquellas que no habían quedado en el camino, a un acto individual de endeudamiento, consumo, placer y nuevo endeudamiento.
Para las y los excluidos, que se acrecentaban día a día y reforma a reforma, solo les dejó la exclusión, el olvido y la posibilidad de una resistencia que poco a poco se iba construyendo.
Libertarios
El discurso libertario tiene pretensiones y expresiones fundacionales: “contra la casta política”, “vamos a patear el tablero”, “estamos en contra de todos los impuestos”, como si todo comenzará hoy.
Es un discurso que prescinde del pasado, llegando incluso, de modo infantil, a negar la existencia del neoliberalismo, como si sólo por cerrar los ojos quien está delante de mí desaparezca.
En tiempos posmodernos, de eternos presentes y ciudadanías liquidas, vínculos fugaces, gritos y fake news, el borramiento del pasado lejos de ser un accidente es el centro de la propuesta, de la utopía (o distopía) libertaria. No quieren, no pueden vincularse al pasado sencillamente porque el mismo desnuda el proyecto y muestra las perversas consecuencias que tienen sus políticas para las clases populares.
Los tres neoliberalismos argentinos tienen tiempo y lugar, tienen proyectos de vida truncados, exclusiones y dolor:
- El proyecto de la dictadura (1976-1982).
- El menemismo/Alianza (1989-2001).
- La gestión cambiemita (2015-2019).
Los tres tienen en común gran parte del proceso de mercantilización que hoy demanda con “aires frescos” la agenda libertaria y fundamentalmente sus consecuencias, ese pasado del que los libertarios pretenden desligarse.
Resulta paradójico que quienes ven a la economía a través del prisma de la matemática y las leyes universales no muestren los “números” de las políticas públicas que defienden y promueven.
La caída de salario real y el aumento de la desocupación y la pobreza no son las consecuencias evitables de políticas mal implementadas o incompletas, sino que son los efectos de proyectos políticos, económicos y culturales que alienta la ley de la selva y la lucha de todos contra todos.
Libertarios de hoy y neoliberales de ayer están al servicio de un mundo injusto, desigual. Representan un proyecto fundamentalmente conservador, dado que las políticas que promueven buscan resguardar los privilegios existentes. Lejos de sus pretensiones disruptivas y antisistema son prosistema capitalista, al que consideran el estadio final del desarrollo desconociendo su carácter esencialmente histórico.
* Docente ISFD Nº41. UNLZ-FCS (CEMU). [email protected]