¿Qué vemos cuando miramos al cielo? 9 puntos
Ras vkhedavt, rodesac cas vukurebt? Georgia/Alemania, 2021.
Dirección, guion y montaje: Alexandre Koberidze.
Fotografía: Faraz Fesharaki.
Música: Giorgi Koberidze.
Duración: 150 minutos
Intérpretes: Ani Karseladze, Giorgi Bochorishvili, Oliko Barbakadze.
Estreno: en la plataforma Mubi, a partir del viernes 7.
Es muy difícil escribir sobre ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? porque se puede un provocar un malentendido, o caer en reduccionismos, algo que está en las antípodas de lo que en verdad sucede en el segundo largometraje del georgiano Alexandre Koberidze, abierto a las complejidades del mundo. Es cierto, en el inicio hay un embrujo, que impide que un hombre y una mujer jóvenes –Giorgi y Lisa- se encuentren y se amen como suponían que iba a suceder, pero la película transcurre ahora mismo, en pleno siglo XXI, y como dice alguien “hoy los hechizos están fuera de moda”. Se puede pensar entonces que esa maldición algo naíf es apenas una excusa, un punto de partida para que la notable película de Koberidze se permita discurrir -serenamente, sin apuros ni certezas- sobre temas clásicos, eternos, como son el amor, el azar, el destino y la voluntad.
La construcción de ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? es particularmente sorprendente porque lo que en un comienzo está planteado como una fábula no tiene sin embargo un desarrollo lineal ni mucho menos una moraleja. En este sentido, la película de Koberidze (ver entrevista aparte) se entronca en la tradición insumisa del cine de su país, al menos en la de los dos grandes realizadores reconocidos fuera de sus fronteras, Otar Iosseliani y Sergei Parajanov.
Como en el cine de Iosseliani, el joven Koberidze (37 años) también abraza el lado luminoso de la vida. Su película toda es –a pesar del maleficio inicial- pura celebración: del ocio, el sol, los encuentros alrededor de una mesa y la amistad, a los que aquí hay que agregar el fútbol en general y la selección argentina y Lionel Messi en particular, de los que Koberidze es un fan evidente. La escena –una de tantas que no tienen que ver con el desarrollo dramático central- en la que se ve a un grupo de chicos y chicas jugando al fútbol en un potrero al ritmo de la canción “Un'estate italiana”, el himno oficial de la Copa Mundial de Fútbol de 1990 (cuando Koberidze era un niño) es sencillamente un prodigio, de una felicidad contagiosa.
Y de Parajanov, Koberidze parece haber heredado no sólo la noción de fábula -que estaba particularmente en Achik Kérib (1988), su película final, protagonizada también por una pareja que encuentra obstáculos para su unión-, sino en especial su espíritu lírico, una poética cinematográfica en las antípodas de la teoría del discurso central y que privilegia el animismo y las digresiones. En este sentido, los abundantes planos-detalle de ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, que alternan de modo increíblemente armónico con sus grandes planos generales, no responden tanto al universo cinematográfico católico-determinista de Robert Bresson como a la potencia identitaria que puede tener para un georgiano el plano de una granada recién cortada del árbol o un apetitoso “Jachapuri”, por caso.
Si de identidades se trata, la antigua ciudad de Kutaisi, donde transcurre íntegramente la película, con sus parques, su río caudaloso y sus puentes tendidos como brazos abiertos, es esencial a la película, porque la ciudad misma y sus habitantes –niñas y niños, jóvenes, ancianos- son sus verdaderos protagonistas. En ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? la idea de comunidad impregna la película toda, al punto de que logra el raro prodigio de que el espectador aprenda a habitar esa realidad que a priori le es ajena, no sólo geográficamente sino también en términos poéticos.
En todo caso, lo que distingue a Koberidze como cineasta es su sensibilidad a flor de piel para descubrir –contra todo pronóstico- la belleza y la armonía del mundo. Como él mismo dice cuando su voz en off se encarga de la narración: “Ciertamente, no estaría mal hacer una breve mención a que los tiempos en que transcurre esta historia son brutales e impiadosos y que en el futuro serán recordados como los más terribles que nos haya tocado vivir”. Pero como las chicas y chicos que pueblan su película, Koberidze –y su hermano Giorgi, responsable del sonido y de la música, cruciales en la propuesta estética del film-- consigue ver, y hacernos ver, todo aquello que hay de extraordinario más allá de la superficie cotidiana de la realidad.