LA MIGRACIÓN 6 PUNTOS

Perú/Argentina, 2018

Dirección y guion: Ezequiel Acuña

Duración: 84 minutos

Intérpretes: Santiago Pedrero, Paulina Bazán, Mateo Vega, Julián Reyes

Estreno en Cine.Ar.

Filmada en Perú, donde Ezequiel Acuña reside desde hace algunos años, La migración representa una variación, reescritura o remake no oficial de su film previo, La vida de alguien (2014). Cambian algunas fichas y, obviamente, los lugares, pero no los motivos dramáticos y el tono dominante. No cambian siquiera los nombres de sus principales protagonistas. Guille (nuevamente Santiago Pedrero, alter ego cinematográfico de Acuña) se siente desorientado luego de que el grupo en el que tocaba se disolvió, un tiempo atrás. Disolución apurada por la partida de Nicolás, su socio creativo. 

En La vida de alguien Guille trataba de reagrupar las piezas para recomenzar, aunque no se le hacía fácil proyectarse hacia el futuro. Aquí viaja de Buenos Aires a Lima, intrigado por una postal sin firma, que supone tal vez de Nico. El desconcierto, la sensación de haber quedado encerrado en una suerte de paréntesis del que no sabe cómo salir, son los mismos. Como si esos cuatro años (La migración, que Cine.Ar acaba de incorporar a su grilla, se estrena en Argentina con ese retraso) no hubiesen pasado, ni para el protagonista ni para el realizador. Una suerte de no future.

“Tenía un aspecto preocupado”, dice Sofía (Paulina Bazán) sobre Guille, el ya clásico héroe de Pedrero-Acuña, melancólico antes de tiempo. Guille busca a Nico como si en lugar de buscarlo estuviera visitando los últimos lugares que aquél visitó. ¿Antes de desaparecer? No él pero sí su novia, que un día de borrasca en las inmediaciones de un muelle no logró volver a la costa. Para todos los efectos, Guille vive su presente como un pasado que no ha de volver. Después de la desaparición del grupo interrumpió su carrera de músico y por el momento ni se le ocurre la posibilidad de retomarla. “Lo que hice a los 20 no lo voy a poder superar”, se lamenta a sus treinta y largos, que parecen setenta y largos (hay gente de esa edad que no se siente acabada, lo sabemos; hablamos de estereotipos).

Pero a la vez el treintañero setentón hace cosas que hasta para uno de 20 sonarían un poco passées. Fascinarse con una chica a la que ve a la distancia y seguirla días enteros sin decirle una palabra, por ejemplo. Hasta que es ella, lógicamente, la que rompe el hielo. Adolescente fresca y leve, alumna de secundaria, Sofía es la antípoda de Guille. Si La vida de alguien estaba narrada en tres tiempos, a Guille los tiempos se le apelmazan: quedó fijado en el pasado, está tan abatido como un hombre cuarenta años mayor, juega a “Dígalo con mímica” con una chica a la que lleva unos 20 años y la ayuda con la letra de El principito, que Sofía se apresta a interpretar en teatro. Una referencia sub-10 por excelencia. Como su otro yo, en La migración Acuña da la sensación de haber quedado fijado en un punto anterior de su carrera. Como si algo lo paralizara. Sería hora de mirar hacia atrás, tomar nota de lo actuado y seguir adelante, que queda mucho por hacer.