Al salir a la fresca de la Avenida Corrientes, el espectador descubre un problema: la cara duele. No hay fisonomía que resista hora y media de risa permanente, y no hay espíritu que no agradezca la existencia de Les Luthiers, que cumple cincuenta años con el flamante Princesa de Asturias en la vitrina pero con el premio aún más valioso de un Gran Rex atestado, de pie, enrojeciendo las palmas, rendido una vez más ante la inoxidable genialidad del Conjunto de instrumentos informales. Acaba de sonar “El explicado”, esa especie de “Satisfaction” luthier que suele aparecer en el bis “fuera de programa”; los hombres de smoking saludan en el escenario y la atronadora ovación expresa el deseo colectivo de subirse ahí a abrazarlos y darles las gracias por tanto. ¿Suena excesivo? No. Son Les Luthiers.
Gran Reserva, el espectáculo número 37 que se estrenó en Buenos Aires l fin de semana –con el acostumbrado paso previo por Rosario–, viene con certificado de garantía: tratándose de una antología que recorre obras de 1981 a 2008, no puede fallar. La revisita más lejana es a ese “gato con explicaciones” de Cantalicio Luna estrenado en el Recital ‘75, y que sirve como ejemplo de cómo uno puede ver y escuchar la obra por enésima vez y seguir partiéndose de risa. Es que Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock y Carlos Núñez Cortés peinan canas pero no pierden la garra y las ganas. Es que Martín O’Connor y Horacio Tato Turano encajan a la perfección en los engranajes de la maquinaria, y así las obras se encargan del resto. No es, además, un espectáculo cualquiera. Es el del 50º aniversario, es el primero estrenado tras la partida de Daniel Rabinovich (y aunque es imposible no extrañar a Neneco, O’Connor ciertamente la rompe), es un repaso de obras históricas con grandes aciertos y nada que pueda entenderse como “de relleno”.
Quizá haya fans de Mastropiero que nunca (1977) y Les Luthiers hacen muchas gracias de nada (1979) que tengan ganas de protestar, pero es una pérdida de tiempo (y quien haya visto Chist! en 2011 recordará el rescate de “La bella y graciosa moza marchóse a lavar la ropa”). Y no hay reclamo posible cuando reaparece “La hora de la nostalgia” (El reír de los cantares, 1989) y Mundstock hace delirar al teatro convertido en el legendario José Duval, estrella del “mmmmmmmusic hall” que a la hora de recordar lo ha olvidado casi todo. O cuando López Puccio se mete en la piel del antropólogo austro-húngaro Heinrich Laszlo para su conferencia “Música y costumbres de Makanoa” (Por amor al arte, 1983), la isla plagada de cocos que es un paraíso... fiscal. O el pasaje de cánticos religiosos de “San Ictícola de los peces” (Unen canto con humor, 1994), con Maronna metido en el Bajo Barríltono y sus acólitos rezándole a un santo que finalmente no propicia la pesca sino que protege a los peces. O “Ya no te amo, Raúl” (Los Premios Mastropiero, 2005), con O’Connor haciendo malabarismos verbales para pasar al masculino una canción compuesta para la pobre Guadalupe Luján, que sufre una “indisposición permanente” que le impide llegar al escenario.
Y en todo juega, claro, el código compartido con un público agradecido y fiel. Después de la música de cámara de TV en “Entreteniciencia familiar” (con el aporte de Norma Aleandro para la voz en off que intenta adivinar lo que toca el Collegium Armonicum) y “Lo que el sheriff se contó” –de Todo por que rías, 1999–, basta que se encienda una luz cenital, Mundstock se instale con su carpeta roja y diga “Cuando Johann Sebastian Mastropiero...” para que la sala se venga abajo. Hay allí una feliz coincidencia, una identificación instantánea producto de años y años de cariño hacia el compositor estrella (do) de Les Luthiers: ese nombre pronunciado por esa voz solo puede ser el preludio de otro momento de disfrute. Mastropiero aporta aquí cosas como “Perdónala” (el “bolérolo” algo misógino de Unen canto con humor), la misma “Ya no te amo, Raúl” y “Quien conociera a María amaría a María” (Viegésimo aniversario, 1987), la “canción con mimos” en la que López Puccio y Mundstock se deshacen en posturas ejemplificatorias de lo que canta Maronna, hasta que el jefe de escena Francisco García termina saboteando todo.
Pero como si los textos y performances no alcanzaran, en Gran Reserva de pronto suceden cosas que vienen a recordar que Les Luthiers son, sobre todo, músicos excepcionales. Si Núñez Cortés ya hace magia con la marimba de cocos en “Makanoa”, su dueto de piano y bolarmonio con Maronna en “Rhapsody in balls” (Lutherapia, 2008) es un pasaje de pura excelencia musical, un “handball blues” en el que no hacen falta las palabras para desatar la enésima ovación. Por el escenario desfilan las maquiavélicas invenciones que hacen al grupo, el Bass–Pipe a vara, el Gom-Horn da testa, el Cellato, la Guitarra Dulce, la Manguelódica Pneumática. Y cuando resuenan esas perfectas armonías vocales se recuerda que todo este asunto comenzó con un encuentro de amigos en el coro de la Universidad de Buenos Aires.
Más de cincuenta años después de aquel encuentro de voces y almas, del impulso fundacional de Gerardo Masana, de I Musicisti y de ese debut de 1967 con Les Luthiers cuentan la ópera, los hombres de smoking vuelven a salir al escenario a producir el milagro de un espectáculo único en el mundo. Y la gente termina ganando la calle con dolor de cara, ese síntoma de la felicidad.
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GRAN RESERVA
Les Luthiers (Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock Carlos Núñez Cortés, Martín O’Connor, Horacio Tato Turano)
Reemplazantes: Roberto Antier, Tomás Mayer-Wolf.
Textos, música, arreglos y dirección: López Puccio, Maronna, Mundstock, Núñez Cortés y Daniel Rabinovich.
Luthiers: Hugo Domínguez, Fernando Tortosa (bolarmonio).
Asistente de instrumentos: Jerónimo Pujal.
Coordinación técnica: Francesco Politti.
Sonido: Miguel Zagorodny.
Luces: Bruno Poletti.
Duración: 90 minutos.
Teatro Gran Rex, 19 al 21 de mayo. Funciones del 26 al 28 de mayo, 2, 3 y 9 al 11 de junio.