Habló la ex gobernadora María Eugenia Vidal. También ex Heidi, ex Leona, ex vice jefa de gobierno porteña, luego ferviente bonaerense y ahora nuevamente apasionada capitalina, ex precandidata presidencial (“plan B”) de Juntos por el Cambio. Eligió al canal amigo y a periodistas que también lo son. Sus dichos no arrimaron ni una mínima explicación creíble sobre el video puesto a disposición de la Justicia, que sirvió de confirmación (¡una más!) de la operación judicial contra gremialistas y, en términos generales, del modus operandi persecutorio instaurado por el gobierno macrista contra la oposición política.
A pesar de la protección mediática de la que goza, Mariu guardó silencio durante más de diez días mientras estudiaba (seguramente con sus aliados políticos y sus asesores judiciales) los términos de su alegato público. Cuando llegó ese momento, sus palabras fueron mucho menos elocuentes que su atronador silencio anterior. Carente de argumentos Vidal solo apeló al “yo no fui”, sin hacerse responsable de nada, desconociendo la evidencia de que fueron sus ministros, los funcionarios que ella designó y que dependían institucional y políticamente de su gestión, quienes protagonizaron los hechos denunciados.
Según su insostenible versión, María Eugenia Vidal no solo desconocía la existencia de esa “reunión de trabajo”, sino que tampoco estaba al tanto de que en esa mesa se sentaron no apenas agentes, sino responsables políticos de la AFI. Tampoco sabía que en ese espacio se “armaban causas”. Lo dijo: “En mi gobierno no hubo ni mesa judicial, ni causas armadas”. ¡Cuánta inocencia! O, más bien, ¡cuánta impunidad!
La misma que avala y sostiene el Poder Judicial que sigue controlado por el macrismo cuando asegura que los agentes de inteligencia actuaron --en este caso y en otros-- por cuenta propia y al margen de cualquier responsabilidad de sus jefes políticos. Lo dijo Macri, lo alegaron sus jueces amigos, y lo sostiene con la misma impunidad María Eugenia Vidal.
Nada resulta serio, ni creíble y es una suerte de afrenta al sentido común y a la buena fe ciudadana.
Con absoluto desparpajo y totalmente desprovista de los presuntos valores éticos con los que se ha llenado la boca durante tanto tiempo, la actual diputada nacional por el PRO prefirió victimizarse en lugar de dar las explicaciones que hasta los propios le reclaman.
María Eugenia Vidal ha sido, y sigue siendo, una permanente cultora del “juego del gran bonete”. Es la forma que utilizó y sigue usando para no hacerse cargo de nada, ni de errores ni de conductas propias ni de las de sus colaboradores o aliados políticos. Tampoco para asumir la responsabilidad del enorme daño que JxC le generó al pueblo argentino contrayendo una deuda externa impagable que benefició a los expertos en fugas de capitales que formaban parte del gobierno de Macri.
Es una forma de hacer política. Que lamentablemente no ha sido desterrada en nuestro país. A tal punto que una parte de la ciudadanía consideró que debe sentarse en una banca de diputada.
Habrá que admitir, sin embargo, que el problema no es Mariu o como se la prefiera llamar. Hay que mirar más allá, hacia un sistema político y de poder que sigue habilitando este tipo de conductas. Es la política, señoras y señores.