La idea de Javier Milei de sortear su dieta parlamentaria no sólo es brillante sino que amerita ser exhibida como ejemplo. Representa la utopía neoliberal en estado de máxima pureza, despojada de toda manipulación discursiva y de falsas expectativas de progreso social. Es, también, un dispositivo profundamente político expresado con la típica gestualidad antipolítica.
Milei lleva su ideología al grado cero: en su sociedad ideal, la salida colectiva no existe y la posibilidad de progreso individual está sometida al más puro azar. La vida es una lotería. La mayoría pierde, alguno gana. El engaño consiste en que Milei parece premiar de antemano a todos con la ilusión de esta ínfima posibilidad de triunfo. Los que pierden confían en que ganarán el mes siguiente, o el otro, o el otro. Es la gran trampa del capitalismo salvaje.
La demagogia antipopulista de Milei desechó inconscientemente (o no) cualquier otra alternativa para deshacerse de su sucio sueldo pagado por la política (después volveremos sobre este punto). En su esquema no cabe la donación, entendida como dádiva asimilable al paternalismo estatal. Ni siquiera se expone a alentar el peligroso juego de la meritocracia. Milei podría haber combinado azar con altruismo meritocrático: un sorteo de su dieta entre, por ejemplo, los diez mejores promedios de la facultad de medicina de una universidad privada (y conste que no proponemos la UBA, mucho menos la Universidad de la Matanza, para no provocar en Milei esas deformaciones faciales y capilares que le provoca la sola mención de la educación pública).
Pero no. Ni redistribución, ni caridad ni meritocracia. Milei está a la derecha del darwinismo social. En su mundo ni siquiera sobreviven los más aptos, sino los más afortunados.
Más allá de este sincericidio, que no es percibido como tal por quienes se inmolan ante su altar, lo que subyace a este propuesta es la idea de desmarcación de la "casta". A Milei, que es cada vez más Mi Ley, no le quedó otra que "caer en la política" para tratar de imponer sus ideas. Ahora necesita mostrar que se metió en el fango de la democracia para destruir los cimientos de esa estructura corrupta. Desde esa perspectiva, el sueldo de todo diputado es un robo, un dinero malhabido producto del cobro de impuestos abusivos.
Sin embargo, quizás lo único sano que tiene Milei es su sueldo. Lo más transparente, al menos. Mientras nadie sepa quién lo financia, quiénes lo protegen y quiénes se benefician de su instalación mediática, al menos la dieta que cobra es la compensación por sus servicios como representante, elegido democráticamente, del pueblo que tanto desprecia.
Si no fuera porque esta movida tiene también un tufillo de apropiación algorítmica de los datos de quienes se anotan en el sorteo, se podría inocular una vacuna contra el "sentido común" de este experimento. Una invitación a participar masivamente del sorteo con una premisa en común: el compromiso, para quien gane, de donar la dieta de Milei a alguna organización con espíritu colectivo, de esas que le erizan los pelos al economista. Un movimiento social, una organización de derechos humanos, un gremio.
Sería un modo de garantizar que el dinero del pueblo volviera al pueblo, con Milei como insólito intermediario. Los caminos de la libertad tienen derivaciones insospechadas.