El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) nació en 1984, cuando la democracia era incipiente y todavía lo sucedido durante la dictadura cívico-militar no estaba tan asimilado por la sociedad argentina como lo está en la actualidad. Surgió luego del asesoramiento del prestigioso antropólogo forense estadounidense Clyde Collins Snow y de Eric Stover –entonces director del Programa Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia–, quienes llegaron a la Argentina para realizar los primeros trabajos con profesionales argentinos. En sus inicios, el EAAF estaba compuesto por cinco personas. Dueño de un prestigio mundialmente reconocido, en la actualidad el EAAF tiene más de sesenta integrantes –entre los cuales también hay médicos, odontólogos forenses, biólogos y genetistas–, y su labor ha sido requerida en decenas de países. El EAAF es el primer equipo de antropología forense de América latina que comenzó a buscar la identidad de las personas desaparecidas a través de un método que consistía en la aplicación de técnicas de la arqueología y que se fue mejorando con los nuevos avances de la ciencia: a fines de los ‘80 se produjo un cambio enorme cuando se descubrió que se podía identificar a personas con el ADN de los huesos –la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo fue fundamental desde el inicio– comparándolo con el de familiares directos, algo que hasta entonces sólo podía hacerse con tejido blando. Desde hace 32 años, sus integrantes trabajan excavando la tierra para encontrar la memoria en los huesos y poder darles a los familiares de los desaparecidos la posibilidad de reencontrarse con los restos de sus seres queridos. Una tarea tan científica como humana.
Precisamente La memoria de los huesos se titula el documental de Facundo Beraudi, que se estrena este jueves y que no narra la historia del EAAF sino que focaliza en la labor de sus integrantes y en determinados casos. Hacer esta película era una deuda pendiente de este realizador con la historia. Cuando Beraudi tenía cinco años, se exilió con su familia en España, luego de que sus padres fueran amenazados por la Triple A en 1974. Beraudi creció escuchando historias durísimas de los amigos de sus progenitores. Un día llegó la noticia de que un amigo de la familia y muy querido por Beraudi, Benito Urteaga, había muerto en un enfrentamiento con los militares. “La chispa de la película prende en un interés mío por la década de los 70 durante la dictadura argentina”, reconoce el propio cineasta en diálogo con PáginaI12. Es que el exilio marcó su historia.
El caso concreto de abordar, el tema del EAAF, surgió como consecuencia de un trabajo que le habían encargado. En Barcelona le encomendaron la investigación para un reportaje documental sobre los desaparecidos catalanes durante la dictadura argentina. Esa investigación lo llevó tras la pista de Manuel Coley Robles, un obrero de Barcelona que había desaparecido en octubre de 1976 y sus restos fueron encontrados treinta años después en un cementerio en las afueras de Buenos Aires. Manuel fue el primer español desaparecido por la dictadura argentina en ser identificado. Y el trabajo de exhumación e identificación de los restos fue hecho por el EAAF. “Cuando hice esto llegué a ver a Luis Fondebrider. Le dijimos que estábamos muy interesados en hacer algo sobre el Equipo. Nos impresionó mucho el trabajo que hace y nos impresionó mucho conocerlo, además del perfil bajo que ellos tienen. Como habíamos entreabierto esa puerta creíamos interesante poder seguir”, explica Beraudi sobre el origen de La memoria de los huesos. Este documental de observación, que formó parte de la Competencia de Derechos Humanos del Bafici 2016, sigue el trabajo minucioso del EAAF y, lejos de la terminología técnica en que podría haber incurrido un film de estas características, es más bien un seguimiento observacional, donde no faltan los momentos emotivos. Beraudi centraliza su película en tres historias de búsqueda por parte de familiares. Dos suceden en la Argentina: David Toubes busca a su padre y Rosaria Valenzi busca a su hermana, cuñado y sobrina. Pero el documental no enfoca sólo en la Argentina sino que acompaña hasta El Salvador a los antropólogos, donde se conoce la historia de Roxana Mejivar, cuya madre murió en el bombardeo del ejército durante la Guerra Civil salvadoreña (1980-1992).
–¿Fue una decisión a priori centralizar la observación en el trabajo que ellos realizan antes que en los propios miembros del EAAF?
–Lo que tiene de bueno que se tarde en hacer un documental es que la película va cambiando y se va puliendo durante todo ese tiempo. Primero apuntábamos a hacer una película más técnica o científica. Rápidamente nos fuimos dando cuenta de que eso era muy poco humano y poco personal. Si nosotros retratábamos únicamente el trabajo del equipo le iba a faltar algo. Enseguida nos dimos cuenta de que necesitábamos el otro lado para explicar bien esa historia. Los miembros del EAAF nos abrieron las puertas desde un principio, pero es complicado porque a muchos lugares no podíamos ir.
–¿Cómo pensó en narrar el encuentro de los familiares con los restos de sus seres queridos?
–Eso se fue dando. Dentro de todo este proceso que nosotros hicimos pasaron ciertas cosas que no sé si se debían a que nosotros nos armamos de paciencia, pero sabíamos que estábamos trabajando con un tema delicado. Y no es fácil ir a tocar la puerta de alguien a la hora de llegar a los familiares. Por otro lado, el EAAF, por una cuestión de confidencialidad, nos avisó desde un primer momento que el contacto con los familiares lo íbamos a tener que buscar nosotros. Ellos no nos podían decir: “Mirá, tenemos una hipótesis sobre un cuerpo, apellidado tal”. Nosotros lo entendimos inmediatamente porque eso quizás era levantar falsas expectativas en alguien. La segunda dificultad que se nos presentó fue cómo narrar todo el periplo que ocurre entre que ellos buscan a un desaparecido, lo encuentran, lo identifican y lo restituyen. Era imposible elegir un personaje o unos restos y decir: “Vamos a esperar”. Hubieran pasado años. Entonces, ahí encontramos la forma de contarlo como si fuera un rompecabezas con las partes: la búsqueda y la restitución tenían que estar. El gran problema de hacerlo como un puzzle era cómo encontrábamos el momento en el que a una persona le restituían los restos de un familiar. Al final, esa parte la encontramos de casualidad. Estábamos rodando los treinta años del EAAF y cuando terminamos de filmar se nos acercó un hombre de unos cuarenta y pico de años, se nos puso hablar, interesado por lo que estábamos haciendo. Esta persona que se nos acercó resultó ser David Toubes, que estaba buscando a su padre desde hacía décadas. Nos pusimos a hablar y en esos días le habían avisado que habían identificado los restos de su padre.
–¿Tuvo algún límite al momento de filmar los lugares donde trabajaba el EAAF?
–No me puse ningún límite concreto en ese momento. Sí me pongo límites en mi carrera. Cuando filmo tengo ciertos límites y hay cosas que no me interesan grabar. No es grabar por grabar todo. De todas maneras, la entrada a los sitios, a los cementerios y verlos a ellos trabajar fue algo a lo que nos tuvimos que ir acostumbrando. Ya entrar a un cementerio con palas para excavar una fosa o estar en el medio del monte en El Salvador con los familiares creaba un ambiente bastante particular. La forma de moverse dentro de esos ambientes era lo que nosotros teníamos que tener claro. Y creo que es lo que hicimos bien. Nosotros nos movíamos con mucho respeto. Por eso también el documental tardó tanto tiempo en hacerse: no queríamos apretar tuercas. Son ambientes muy delicados, sobre todo cuando están los familiares.