Como cantante, vendió más discos que Gardel. Como actor, protagonizó películas que miró casi todo argentino/a medio. Como empresario, -aunque no sin polémica- trajo al país por única vez a Frank Sinatra, y “salvó” a Charly García del infierno. Como político, fue gobernador de Tucumán –le ganó a Bussi, nada menos-, e incluso llegó a ser candidato a vicepresidente. La pregunta cae de maduro: ¿Cómo es que entonces a nadie se le había ocurrido hacer un libro sobre Ramón “Palito” Ortega?
“Siempre decimos lo mismo: ¿por qué no Palito? ¿Cómo ha sido posible tamaño desinterés por una figura cultural de su calibre?”, se preguntan, cómplices, Abel Gilbert y Pablo Alabarces, que vinieron a suplir el vacío a través de un libro revelador: Un muchacho como aquel (Una historia política cantada por el rey). “Y nosotros creemos que Palito sí, porque él nos permite contar una historia cultural y política de sesenta años”, refrendan.
-Una historia nacional y reciente contada a trasluz de Ortega.
Abel Gilbert: -Claro, con la salvedad de que él nos obliga a remontarnos a un país que ya no existe: el del alto consumo de bienes culturales de los sectores populares. No olvidemos que Palito se erigió en los '60 como figura indiscutible a base de shows, venta de discos, especialmente simples, y películas que arrasaban en el conurbano y las provincias, pero tenían poco éxito en la ciudad de Buenos Aires. Por otro lado, Palito es un personaje irreductible a una sola definición: suele hablarse de su papel durante la dictadura, pero poco se sabe del modo en que, antes de convertir “Yo tengo fe” en marcha militar, en medio de la fiebre de politización del retorno de Perón y el camporismo, compuso una canción en homenaje a las víctimas de Trelew, dedicatoria que, con los años, pasó a Martin Luther King.
El trabajo publicado por Gourmet Musical viene a contar en poco más de 300 páginas vida y obra de aquel muchacho, bajo ciertas premisas: esquivar los prejuicios y pruritos que existen sobre su figura, interpretar acciones y pensamientos de la sociedad argentina a través suyo; y poner énfasis tanto en su auge, como en su ostracismo. “La decisión de investigar las tramas que recorren el libro supuso dejar de lado los prejuicios que surgen, casi de manera pavloviana, alrededor de Palito”, apuntala Gilbert. “La verdad es que se trata de un personaje singular, pero no de una excepcionalidad absoluta. Sus oscilaciones y piruetas, sus apoyos, silencios y ambigüedades, nos hablan también de un modo de comportarse de una parte de la sociedad argentina. En ese sentido, el tucumano es la parte cantante de un todo, o un casi todo, que prefiere muchas veces callar y delegar responsabilidades. ¿A esta altura vamos a repetir que Palito vertebró solo el eje del mal cultural durante la dictadura de Videla mientras la sociedad resistía en las catacumbas?”, resuelve Gilbert, que entró al personaje en carácter de escritor-periodista por un lado, y de músico –es integrante del ensamble Factor Burzaco- por otro.
-¿Cómo entrarle a Palito desde lo musical, Abel?
A. G.: -Hablar de la música de Palito es, ante todo, hablar de su recepción y de cómo construyó significados a lo largo del tiempo. Pero, también, en una apertura de miras, es tratar de comprender cómo funciona un hit, cómo se pega en las orejas de aquellos que nunca compraron un disco suyo, pero podrían memorizar sin problemas una canción del changuito cañero, en especial los que se educaron con su voz.
Por su parte, Alabarces ingresó al mundo Ortega por la sociología, o al menos desde ahí partió. Es doctor en la materia recibido en la Universidad de Brighton, e investigador superior del CONICET, con amplia experiencia en trabajos sobre culturas populares. “Desde la sociología, con Ortega pasa lo mismo que con Maradona, o con Sandro, para tomar dos ejemplos por los que ya pasé. Simplemente, los transformás en objeto, tomás distancia, los ponés en contextos a la vez amplios y pequeños -el conjunto de lo social, el campo cultural, el sub-campo de la música popular- y empezás a escarbar a ver qué sale. Con hipótesis, pero sin prejuicios”, subraya Alabarces.
-Una historia política cantada por el rey, subtítulo de alto impacto, que deja en claro de entrada el propósito: la matriz es política.
Pablo Alabarces: -El subtítulo lo teníamos antes que el título y antes que el libro, incluso, porque era lo que queríamos hacer… un ejercicio de análisis y crítica cultural con Palito como eje y foco de estos sesenta años de historia.
-El libro expone la complejidad, lo multifacético, y lo contradictorio del personaje ¿Es intrépido considerarlo algo así como un “arquetipo” del “argentino medio”?
P. A.: -Proponerlo como un arquetipo es imposible. Lo mismo ocurriría con una especie de inversión progresista, un Maradona. Ninguno es síntesis ni arquetipo, pero sí, en determinados momentos históricos o culturales, son inmensamente representativos de ciertos sectores sociales, que también en determinados momentos son hasta mayoritarios. Pero, por ejemplo, ambos siguen siendo dos tipos que simbolizan cosas distintas para las argentinas medias.
-Más allá de los aspectos sociológicos, políticos o musicales que abordan en el libro, ¿qué significa Palito en sus historias personales, íntimas? Incluso ambos comparten generación.
P. A.: -Nada distinto de cualquier o cualquiera congénere: fue la banda de sonido de nuestra infancia –seguramente, junto a María Elena Walsh–, aunque en nuestras casas jamás hubiera un disco de Palito. Pero era imposible no escucharlo entre 1962 y 1973. Luego, aparecen otras decisiones seguramente marcadas por la clase social o las trayectorias personales: ambos, en algún momento, decidimos que había que ser rockeros, y eso ponía a Palito en el lugar de la bestia negra, como contamos en el libro. Y allí se quedó.
-¿Tienen las sociedades los artistas que se merecen?
A. G.: -Las sociedades son máquinas muy complejas que no se definen por un solo nombre propio. Pero, además, la autoflagelación carece de todo sentido. Palito forma parte de un mapa musical muy diverso que incluye a Gardel, Troilo, Piazzolla, Yupanqui, el Cuchi Leguizamón, el Gato Barbieri, Spinetta, Salgán, Ariel Ramírez, Mercedes Sosa, Alberto Ginastera y Charly García, por citar algunos.
-¿Cuál es el Palito que más les gusta, y cuál el que menos?
P. A.: -Seguramente el de “Sabor a nada” o “Lo mismo que a usted”, el bolerista que podría haber sido y no se decidió a ser, es el más interesante, pero si él no las canta. Hay versiones de “Sabor a nada” que son brillantes. Algunas canciones muy recordadas lo son porque, aunque cueste asumirlo, son buenas, eficaces, muy simpáticas: “¿Qué vas a hacer esta noche?” tiene un lindo juego entre estrofa y estribillo; “Muchacha de luna” es hasta tierna; “Corazón contento” está buenísima. El que menos me gusta, siempre y por robo, es el director de cine: es catastrófico.
A. G.: -Las trasmutaciones post dictatoriales de Palito son sumamente interesantes, también. Por eso hablamos de tres redenciones: primero derrota al general Bussi en las elecciones tucumanas. Es claramente el mal menor, pero evitó que el Proceso encontrara legitimidad histórica a través de los votos. Luego, rescató a Charly, quien durante una década no dejó de mofarse de su música. El vínculo que construyen es claramente borgeano, como si re-escribieran la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz. Y el último rescate es el del rock argentino: reescribe sus inicios colocándose en un lugar central y, además, logra que varios rockeros lo acompañen en esa suerte de revisionismo conceptual y musical. En su disco Cantando con amigos, el tema “Dios lo hace todos los días” es una suerte de Serú Girán sin la voz de Charly. Ortega suma el bajo de Pedro Aznar con ese sonido tan característico que había tomado de Jaco Pastorius, los coritos Beatle y otras texturas del antiguo “enemigo” completamente vampirizadas.
-¿Por qué la ucronía que ensayan en el prólogo? ¿Qué quisieron decir con ella, más allá de lo que dicen acerca de un Ortega que no fue?
P. A.: -Fue un chiste que surgió en una de nuestras conversaciones, y luego sirvió para calentar la mano. Nos gustó y quedó. ¿Qué hubiera pasado si Palito dejaba de cantar en 1965? ¿Hubiera cambiado todo tanto? Y más aún: ¿hubiéramos tenido una historia, una cultura, una música o una sociedad mejor? Bueno, eso quiere decir.
-¿Algún propósito más que el de que el libro se venda bien, y lo lean muchas personas?
A. G.:
-Por supuesto, ¡que lo lea Palito! Desde ya, nos gustaría discutirlo con él.