Cuando, en el final del acto de homenaje a Natalia Kohen realizado el 11 de julio de 2006, China Zorrilla subió al escenario con un ramo de flores, probablemente muchos pensaron en Elsa y Fred, esa película que protagonizó donde a una pareja mayor se le daba por enamorarse y pasarla bien, para escándalo de la familia, que temía que dilapidaran sus bienes. La propia Zorrilla lo puso en palabras: “Si se filma tu historia –le dijo a Natalia– me gustaría hacer de vos”. No hay duda de que la historia de Kohen tiene aires de película. El acto que esa noche llenó la platea del Teatro Maipo pretendía rendir homenaje a esta artista plástica y escritora, viuda de un poderoso empresario, en momentos en que enfrentaba un juicio por insania iniciado por sus hijas, proceso que la llevó a estar casi un mes encerrada en un neuropsiquiátrico con un cuestionado diagnóstico de demencia frontotemporal. “Aprovecho para decir que a esta altura de mi vida necesito que se haga justicia –dijo Kohen en el escenario–. Y que si llega cuando ya no estoy, ustedes me recuerden en este momento, en que soy muy feliz.”
El abundante y variado público fue un reflejo de su actividad en el mundo de la cultura. Estaban la secretaria de Cultura del gobierno porteño, Silvia Fajre, el director Hugo Urquijo, el actor Jorge Luz y el poeta Fernando Noy –quien compuso para la ocasión un acróstico, poema donde la inicial de cada verso formaba el nombre de Natalia–, y llegaron adhesiones de personajes como Sandro, Bergara Leumann, Pinky y el diputado Norberto La Porta. También había caras reconocidas del mundo científico, como el neurólogo Ramón Leiguarda, director de Fleni, justamente la institución adonde pertenecía hasta hace algunos meses el médico que hizo el diagnóstico que permitió la internación forzosa de Kohen.
El apoyo expresado en el acto era seguramente un reconocimiento del que ella misma prestó a muchos artistas cuando dirigía la Fundación Argentia. Profesora de Letras, había ejercido muchos años la docencia antes de dedicarse a la pintura, carrera que empezó visitando museos cuando viajaba con su marido, el industrial Mauricio Kohen, dueño de la farmacéutica Argentia y de una cuantiosa fortuna.
El quiebre en la vida de Natalia Kohen
La vida de Natalia Kohen sufrió un quiebre en uno de esos viajes, cuando su marido tuvo un infarto y murió mientras dormía en un hotel de Madrid. A partir de entonces, su hija mayor, Nora, se hizo cargo de la empresa y ella siguió al frente de la fundación diez años más, hasta que la farmacéutica fue vendida. Para entonces ya había expuesto muchas veces sus pinturas y había escrito también varios libros. El cuento El hombre de la corbata roja, que fue luego convertido en ballet, le da título a uno de ellos.
–Esa historia empezó cuando fui a buscar un cuadro de Antonio Seguí para regalarle a mi hija menor –le contó a este diario en una larga conversación–. Hubo uno que me llamó mucho la atención, donde uno de los hombrecitos que él dibuja corría con una corbata roja volando. El día en que compré el cuadro soñé que el hombre de la corbata roja me perseguía y me quería matar. Le escribí a Seguí una carta diciéndole: “Hacé algo para exorcizar a este personaje que vos creaste porque aparece en mis sueños”. El, siguiendo el chiste, me mandó un grabado de dos gauchos enfrentándose con puñales: dijo que se preparaban para matar al hombre de la corbata roja. Después se me ocurrió escribir un cuento con esa historia y salió en el libro. Elio Marchi se lo leyó a Julio Bocca y lo adaptamos para el ballet que se dio en el Maipo.
Pero los gauchos de Seguí no llegaron a defenderla el día en que Natalia Kohen pidió auxilio porque unos hombres con guardapolvo blanco querían llevársela por la fuerza.
Hombres de blanco
Dice Kohen que con sus hijas siempre se había llevado bien, aunque “nunca estuvimos pegoteadas, cada una tenía su vida”. El punto de fricción se dio en 2005, cuando ella quiso aportar dinero a un proyecto dirigido por Clorindo Testa destinado a crear un centro cultural en el Paseo de la Infanta. Sus hijas manifestaron su desacuerdo.
–Mi hija mayor decía que otra gente me quería estafar y que yo no iba a tener ese dinero. Y entonces me enteré de que toda la fortuna estaba a nombre de ella, algo de que yo no sabía. Después de eso me empezaron a decir que me encontraban cambiada y querían que viera a algunos médicos. Primero fue un psiquiatra, que me encontró bien. No conformes, buscaron un neurólogo.
Al mismo tiempo, Natalia había decidido consultar a una abogada para discutir su situación.
–Esa abogada me dijo que si no tomaba una determinación rápida mis hijas me iban a encerrar. Yo me reí y dije “mis hijas jamás me van a hacer eso”.
Días más tarde, esperaba a una amiga para salir a pasear cuando se abrió la puerta.
–Entró Claudia, mi hija menor, con su llave, junto con su marido y seis enfermeros vestidos de blanco con una caja de inyectables y una silla de ruedas. Yo creí que me moría. Fue algo muy brutal. Mi hija estaba delante de mí, yo pidiéndole auxilio y ella sólo me miraba. Y mi yerno me gritaba “usted tiene que ir porque está muy enferma”. Los enfermeros se habrán dado cuenta de que no era una loca furiosa porque les pedí que me dejaran un ratito, que estaba muy nerviosa, y accedieron. Después me llevaron en una ambulancia a Ineba.
Por una curiosa vuelta del destino, Natalia Kohen ya había estado en esa clínica: allí había dictado un taller literario para los pacientes. De modo que sus propios libros estaban en la biblioteca. Ese día, recuerda, hacía frío.
–Mi llegada fue traumática. Me había puesto un saquito de piel, estaba bastante fresco. Me dejaron en un lugar sola, yo estaba terriblemente abatida y cansada. Escuchaba en otro cuarto las voces de mis hijas. Vino una enfermera, me dieron algo y se ve que me durmieron. A la mañana siguiente me desperté, todavía vestida con el saquito, en un dormitorio.
–¿Cómo fue su estadía allí?
–Era una vida bastante reglamentada, con horarios para levantarse, desayunar... Me medicaron como si estuviera enferma, pero yo estaba sana, de manera que me estaban idiotizando. Y uno convive con gente enferma. Había una muchacha de unos 35 años y una mentalidad de ocho que se pasaba llorando y pidiendo por la mamá, gente que gritaba de noche, una que se quería cortar las venas...
Fue ella misma quien empezó a moverse para conseguir dejar el lugar. Primero obtuvo –regalo de la visita de otra paciente– una tarjeta telefónica que le permitió hablar con algunos amigos. Luego les envió una carta, que también salió de la mano de una visita, sugiriéndoles estrategias para que el tema se hiciera público. Salió un artículo en este diario y tuvo repercusión en otros medios.
–Después de la nota me sacaron de Ineba, porque se vieron obligadas. Cuando salí se me trababa la lengua por la medicación. En mi casa colocaron redes en el balcón, sacaron los cuchillos y tijeras y me pusieron un acompañante terapéutico todo el tiempo.
Facundo Manes y la ira de Pick
Natalia vuelve a indignarse cuando habla del diagnóstico que permitió internarla en Ineba.
–Facundo Manes me endilgó una enfermedad que se llama enfermedad de Pick. Pero yo estaba sana. Me hizo internar en un neuropsiquiátrico y en sus declaraciones dijo que me hizo los estudios en Fleni, donde trabajaba antes, pero ahí ni siquiera tienen mi historia. Sólo usó los papeles de esa institución. Pero además, a una colega de él, la doctora Griselda Russo, le dijo que también me hiciera un diagnóstico y ella lo hizo, con unos términos muy científicos, sin haberme visto nunca. Yo no la conozco. Después admitió ante escribano que lo hizo para hacerle un favor al doctor Manes. Creo que todo esto tiene que servir para amparar a otra gente como yo, expuesta a estos médicos.
–¿Por qué cree que sus hijas tomaron esa actitud?
–Yo creo que ellas tenían miedo de que a mí se me ocurriera casarme. Habrán pensado que podía tener un marido que empezara a escarbar en los antecedentes, que viera cómo mi hija consiguió hacerse de las acciones de la empresa tras la muerte de mi marido.
–¿Y pensaba casarse?
–No –sonríe–, en ningún momento pensaría en volver a casarme. Yo viví con mi madre, que tenía un carácter fuerte. Después viví 38 años con mi marido, que también tenía un carácter fuerte. Y dije basta, no me caso más. Si he tenido algún compañero ha sido completamente libre.
En ese momento su abogada, Ana Rosenfeld, inició un proceso contra una de sus hijas por “simulación” en el traspaso de acciones de la empresa y otro para poder revocar la donación de cuadros que hizo Kohen a favor de ambas. También avanzaron en la demanda contra los médicos que permitieron su internación. A ella le han hecho muchos estudios. Muchísimos, dice.
–Me estrujaron el cerebro. Me hicieron contar de atrás para adelante, dibujar... cincuenta mil tests. Salió todo bien, estoy bien. De modo que estoy esperando que la jueza me declare sana. Pero con el agregado de que dicen que tengo que tener un curador para que me controle. Yo quiero que mis bienes me sean devueltos.
Falta un buen trecho, sin embargo, hasta que Kohen pueda salir de ese laberinto de papeles y estudios en que ha quedado encerrada, ya que el juicio por insania está lejos de cerrarse. Por eso, el acto del Maipo fue una pequeña revancha donde recibió palabras afectivas, flores, aplausos de la platea de pie, un plato brillante con una inscripción y hasta una invitación de Jorge Luz a comer en ese mismo plato un guiso de lentejas. Que no dudó en aceptar.
*La versión original de esta nota se publicó en Página/12 el 13 de julio de 2006.