Matrimonios forzados en los que la libertad de elección de las mujeres es inexistente: son los hombres o sus familias quienes deciden por sus vidas. Violaciones que no sólo quedan impunes sino que son ocultadas por los padres de las víctimas, que incluso las obligan a casarse con uno de los que participó del abuso para “preservar” el honor familiar. Violencia machista y un fuerte arraigo patriarcal, en el que la mujer cumple siempre un rol secundario y sumiso, bajo la sombra de hombres que hacen y deshacen a su antojo. Estos son algunos de los disparadores que se reiteran en las tramas de las telenovelas turcas, que desde hace dos años suman horas y audiencia en la TV abierta argentina. Se trata de un fenómeno que trasciende los límites televisivos y esconde una problemática sociocultural poco abordada: ¿hasta qué punto la ola de ficciones propias de culturas tan lejanas –en distancia pero también en costumbres– puede llegar a afectar la identidad cultural argentina, en un momento en el que las telenovelas locales son apenas un recuerdo de otro tiempo?
En la actualidad, conviven en la pantalla abierta más telenovelas extranjeras que producidas en el país. Sobran las centroamericanas en la pantalla de Canal 9, hay alguna brasileña de tintes bíblicos en la de El Trece, pero –en términos puros– ninguno de los canales de aire programa una telenovela producida en la Argentina. Salvo que se considere Quiero vivir a tu lado en El Trece, la única ficción local que se emite actualmente, como representante del género y no como lo que es: una tira diaria cuya trama que se vuelca a la comedia. El rasgo distintivo de la época es que a la nula producción argentina en un género que fue fundamental para su desarrollo, se le suma el desembarco masivo de telenovelas producidas en Turquía. De hecho, con el reciente estreno en Telefe de Tiempo de amar (a las 13), convivirán por primera vez en la pantalla argentina cinco novelas de origen turco: Mi último deseo, El secreto de Feriha y El sultán (Telefe), y Medcezir (El Trece). Hay tanto turco en la neblina televisiva por estos días que los perdidos parecen ser los programas argentinos.
La telenovela es un género históricamente menospreciado por algunos sectores culturales. Su cuentito de hadas, siempre girando en torno al nudo más o menos matizado de Romeo y Julieta, sumado a personajes que casi nunca se alejan del estereotipo, la convirtieron en una suerte de género menor para analistas prejuiciosos y programadores pretenciosos. Sin embargo, nadie puede soslayar la incidencia cultural de las telenovelas en el seno de cualquier comunidad, teniendo en cuenta su formato de emisión (diaria) y la fidelidad que suele construir con la audiencia. Incluso, en países como los latinoamericanos, la telenovela posee una distintiva capacidad formativa, alcanzando transversalmente a los más variados sectores sociales, económicos y culturales. Resulta innegable la dimensión social de la telenovela, en tanto que sus historias siempre dialogan con la vida cotidiana de una comunidad, aunque más no sea de manera tangencial.
“La telenovela ha sido un potente vehículo de cultura desde siempre”, analiza Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales (Flacso) y Licenciada en Letras (UBA), ante la consulta de PáginaI12. “Es más popular que el documentalismo, y más accesible por sus temáticas y narrativas. Desde antes de que habláramos de la globalización, ya eran mensajeras de otras formas de hablar, paisajes, costumbres, estéticas. Y, a la inversa, me ocurre con gente de México o de España que me habla de cuestiones argentinas desde las telenovelas que había visto. Solo que estábamos acostumbrados a las que hablaban en nuestro mismo idioma, como las mexicanas o colombianas, o que tenían rostros familiares, como los brasileños. Lo que nos resulta exótico es que las telenovelas vienen de países de los que conocemos poco, con lo que representan una ventana para mirar personas, costumbres, temas, que de otra manera la mayoría de nosotros no conocería.”
Esa innegable capacidad de penetración social vuelve a la telenovela una herramienta poderosa, no sólo para atraer voluminosas audiencias, sino también como medio para instalar y hacer circular sentidos e ideas sobre la sociedad. Aunque no todas, muchas terminan reflejando en sus ficciones los cambios sociales de las comunidades en las que se emiten. En este sentido, la Argentina tiene cierta tradición en el desarrollo de telenovelas de anclaje social, con casos paradigmáticos como Montecristo (que puso en pantalla la apropiación de bebés durante la dictadura) o Vidas robadas (sobre la trata de personas), pasando por historias que expusieron amores homosexuales, sobre la identidad, la educación o la salud pública, entre otras problemáticas que acompañaron los cambios sociales que se fueron produciendo a lo largo del tiempo. La falta de telenovelas locales en la TV abierta atenta contra el sentido identitario que –con mayor o menor grado de interés y verosimilitud– refuerzan las tramas de las ficciones argentinas, nunca del todo alejadas del entorno social del que nacen.
Mal de amores
Ese reflejo –más o menos deformado– que ofrece la telenovela de las transformaciones que experimenta la sociedad argentina hoy no aparece en la pantalla, ante la ausencia de programas locales y la avanzada turca. El Observatorio Iberoamericano de la Ficción Televisiva (Obitel) definió en uno de sus informes anuales que “las telenovelas turcas manejan un espacio cultural tradicional (...) con una estructura patriarcal en la que la mujer es vista desde un rol maternal y como objeto de la violencia masculina. Ese papel de la mujer ha resultado polémico para parte de las audiencias occidentales, más acostumbradas a personajes femeninos fuera de ese encasillado rol”.
Esa cultura patriarcal, casi misógina, que contiene a las historias de las novelas de origen turco, parece tener poco que ver con la dinámica y las representaciones que va adquiriendo la sociedad argentina actual. Portadoras de sentidos, las telenovelas instalan relaciones de poder que en su repetición y vigencia en el tiempo pueden llegar a penetrar consciente o inconscientemente en los espectadores. La falta de ficciones argentinas, y su reemplazo por novelas distantes culturalmente, ¿podrían con el correr del tiempo hacer mella en la cultura argentina? ¿Es posible que la televisión sea portadora de tamaña potencia cultural?
La investigadora Nora Mazziotti, autora de Telenovela: industria y prácticas sociales (Norma), no tiene dudas: “Las ideas que movilizan las telenovelas tienen su influencia en la vida social de cualquier comunidad, obviamente. Como cualquier proceso social, su consecuencia no se percibe en lo inmediato. Los turcos invierten millones en sus ficciones para lavar la imagen de país atrasado, donde la cultura musulmana sigue siendo muy fuerte y la mujer tiene una vida muy sumisa. En sus novelas, se muestra una imagen más globalizada de Turquía, haciendo hincapié en el aspecto más occidentalizado de su cultura. Aún así, sus novelas parecen naturalizar la violencia contra la mujer, donde las protagonistas femeninos tienden siempre a perdonar a sus victimarios”, afirma. En efecto, en novelas como Las mil... o ¿Qué culpa tiene Fatmagul?, las protagonistas terminan perdonando a quienes fueron responsables de los actos de violencia que le marcaron su vida.
La periodista Cecilia Absatz, autora de Las mil y una telenovelas (Planeta), es más indulgente con los posibles condicionamientos culturales que el monopolio extranjero de la telenovela tiene en el país. “No creo que estas ficciones hagan mella en la identidad cultural argentina, como no lo hacen los westerns o la ciencia ficción, igualmente alejados de nuestra cultura, y muy festejados por el público local”, subraya la analista. En la misma línea, Amado no cree que necesariamente la retrógrada cultura que se manifiesta en las novelas turcas, o la bíblica en las brasileñas Moisés y los 10 mandamientos o Josué y la tierra prometida, puedan tener necesariamente una consecuencia de imitación social en el mediano o largo plazo. En su opinión, muchas veces lo que sucede en las telenovelas puede generar una reacción contraria, de superación, en los espectadores.
“La forma en que operan los medios nunca es lineal: la mayoría de nosotras mirábamos aquellas telenovelas ochenteras, que hoy serían acusadas por estereotipadas y machistas. Sin embargo, no fueron un impedimento para que toda una generación tuviera una conciencia más igualitaria”, aclara Amado. “De hecho, no sería extraño pensar que, en alguna medida, hayan sido un estímulo de ella, porque nos permitieron ver situaciones sobre las que pensar, discutir, descubrir. Pero no solo desde la diversidad de temáticas es que son interesantes, sino desde la propia estructura narrativa. Las telenovelas permiten tratar temas a lo largo del tiempo, a diferencia de los periodísticos que suelen ser para un día, con lo que son vehículos mucho más generosos para generar conversaciones sobre temas difíciles desde las diversas perspectivas. En pocos casos como en la ficción se puede profundizar en situaciones desde una mirada que va más allá de lo políticamente correcto, por eso fueron pioneras en plantear a la sociedad temas tabú. En un mundo donde las diferencias religiosas y étnicas son la base de los conflictos actuales, es una muy buena noticia que mucha gente esté conociendo otras sociedades más allá de lo que cuentan las noticias.”
El tsunami turco
El fenómeno de la televisión turca es innegable: mientras hace quince años casi no abastecían a otros países de contenidos, en la actualidad sus dramas llegan a 75 naciones, facturando más de 250 millones de dólares por la venta de sus ficciones. Se calcula que Turquía ya es el segundo mayor exportador mundial de series, sólo superado por Estados Unidos. Sin embargo, más allá del volumen de exportación en horas y dólares, lo cierto es que las series turcas suelen ser los programas extranjeros más vistos en los países en los que aterrizan. En la Argentina, Las mil y una noches fue pionera y suceso de audiencia, y hoy en día El sultán es el programa más visto. Un estudio de Eurodata TV Worldwide realizado en 79 países reveló que hay más series turcas en el Top 10 de audiencia alrededor del mundo que provenientes de Estados Unidos. En el catálogo latinoamericano de Netflix, además, hay para elegir entre 10 culebrones turcos.
Aun cuando a los canales argentinos les sale más barato programar una lata extranjera que producir una hora de ficción local, el impresionante despliegue mundial de la TV turca descansa en cuestiones artísticas que atraen a millones de espectadores de todo el globo. Las actuaciones gélidas pero firmes, con una economía de recursos que se apoya preferentemente en miradas profundas, le imprimen cierto encanto novedoso a historias que no dejan de contar un amor imposible, atravesado por un fuerte conflicto moral. Ese registro actoral, contenidos en paisajes lejanos y bellos, acompaña tramas que se mantienen en el culebrón clásico pero sin la vorágine de acción infinita de las representantes de este lado del mundo. De hecho, los problemas políticos, étnicos y religiosos que hoy sacuden la vida cotidiana en Turquía brillan por su ausencia en las tramas.
“Las turcas vuelven a la narrativa de la telenovela clásica, lo que es atractivo para la audiencia tradicional, porque recupera el placer de lo previsible, y para las nuevas audiencias, que encuentran original una telenovela que no se le parezca a los seriados de Netflix”, afirma Amado. “Mientras las telenovelas locales buscan ampliar sus públicos imitando a las series y con conflictos variados, las turcas vuelven a las historias de amor contrariado como eje central, en lugar de ser un tema más, como ocurre en las locales. Otro atractivo es que permiten ver la universalidad de ciertos conflictos, como los afectivos, lo que nos enfrenta a la humanidad compartida más allá de las diferencias sociales o nacionales.”
Más allá de sus temáticas conservadoras, las novelas extranjeras que se instalaron en el prime time de la pantalla chica local son, en boca de Absatz, “obras maestras” que justifican sus audiencias. “Llamar ‘latas’ a estas tiras me parece una manera de descalificar productos que en mi opinión son obras maestras, como Av. Brasil y Las mil... Al contrario, agradezco haber tenido la oportunidad de verlas, mal que les pese a los programas que tuvieron la mala suerte de competir con ellas. Creo que las ‘latas’ son, en su mayoría, buenos productos extranjeros que se compran y tienen éxito. Si las ficciones locales tuvieran un éxito arrollador, como pasó con Las mil... y Av. Brasil, nadie se preocuparía por los productos que se compran en el extranjero”.
La recuperación de la estructura clásica de la telenovela por parte de las novelas made in Turquía, en una TV abierta cada vez más amparada en una audiencia longeva, resultar ser el componente común a la hora de analizar el fenómeno. “La telenovela latinoamericana estaba dirigiéndose hacia las narconovelas, un género muy violento, en donde la historia de amor no está o se subordina a las traiciones, las venganzas y los asesinatos. Las narconovelas se pusieron de moda y se convirtieron en un boomerang. Las turcas pueden ser aburridas, largas, conservadoras, pero ocupan el lugar tradicional que la telenovela latinoamericana descuidó”, señala Mazziotti.
Desde Turquía o desde Brasil, desde Corea y hasta de la India, la lluvia de importaciones de ficciones marcan el pulso de la pantalla chica local, a partir de la puerta que se abrió ante las dificultades económicas que signa a la industria televisiva argentina. A audiencias otoñales, productos tradicionales. Esa parece ser la lógica de un fenómeno que hipnotiza multitudes, y pone en circulación vínculos y perspectivas sociales tan alejadas culturalmente a lo que por aquí sucede como la distancia geográfica de donde provienen esas ficciones que parecen derribar cualquier tipo de barrera.