Being The Ricardos

EE.UU., 2021

Dirección y guión: Aaron Sorkin.

Música: Daniel Pemberton.

Fotografía: Jeff Cronenweth.

Montaje: Alan Baumgarten.

Intérpretes: Nicole KIdman, Javier Bardem, J.K. Simmons, Nina Arlanda, Tony Hale, Alia Shawkat, Jake Lacy.

Duración: 131 minutos.

Disponible en Amazon Prime Video.

8 (ocho) puntos

Vista a la distancia, la relación entre el cine y la televisión norteamericanas durante los años ’50 es la de una batalla, en donde el asedio tuvo por víctima a la pantalla grande. Fue la pantalla chica, justamente, la que irradió los infames interrogatorios promovidos por el Comité de Actividades Antiamericanas y el senador Joseph McCarthy. A través de la televisión, la inflamación de una presunta infiltración comunista caló hondo en los hogares. El cine fue su víctima porque se lo atacó, las películas fueron vigiladas y sus responsables sospechados de simpatías de izquierda; muchos quedaron sin trabajo, algunos perdieron la vida. La televisión no fue, no es, inocente.

Pero están las excepciones, como la del periodista Edward Murrow, voz crítica en aquel escenario que retrata la película Buenas noches, y buena suerte de George Clooney. Y también las sorpresas, como la que anida en Being the Ricardos, el film con el que Aaron Soorkin indaga en la acusación que recibiera ni más ni menos que la actriz Lucille Ball, durante el apogeo de la serie televisiva Yo amo a Lucy, al aire entre 1951 y 1957. La dupla de Ball con el cubano Desi Arnaz, casados en la vida real, logró un hito, inserto en la imaginería de la época y –todo hay que decirlo– funcional al modelo familiar y social, en donde la mujer, ama de casa, cumplía con la tarea de esperar la llegada del marido trabajador.

Con los protagónicos de Nicole Kidman y Javier Bardem, Being the Ricardos (Ricky Ricardo era el nombre del personaje de Arnaz) recurre al detrás de cámara, al lado b de la historia. Ya desde el comienzo, plantea un juego de voces y caras que espejan entre el presente y el pasado. Son voces de algunos de los protagonistas del hecho, pero son actores. Es decir, hay un uso del falso documental, y con este recurso se viaja en el tiempo. Son voces fraguadas (del productor y guionistas) las que rememoran los sucesos durante Yo amo a Lucy y la acusación de comunismo a su actriz, en una apuesta sobresaliente por parte del realizador, que bien podría tomar desprevenido al espectador.

Situada la acción, ésta ocurre en una mesa de ensayo, durante la lectura del guión, con todos sus protagonistas. Nuevamente, la mascarada: Being the Ricardos se muestra desde el vamos como una reconstrucción consciente, que mira por detrás del blanco y negro de los cientos de capítulos de la serie. A lo largo de una semana, el film de Sorkin se detiene en las marchas y contramarchas, las discusiones en torno a escenas y diálogos, las caracterizaciones, los patrocinadores, y lo hace sin ocultar el alcoholismo inherente, los malos tratos, el cansancio, los caprichos, y cómo todo implosiona –como el pie que patea el hormiguero– cuando en letras rojas y en primera plana se acusa a la Ball de ser “roja”.

Javier Bardem hace el papel del cubano Desi Arnaz.

Desde ya, no importa si Ball lo era. La preocupación pasa por los efectos que la denuncia podría generar en la audiencia y la publicidad; se trata, y no es broma, de 60 millones de espectadores semanales. Las explicaciones respecto del presunto comunismo de la actriz se remontaban a su padre socialista, algo que a la película le permite dar cuenta del estado de vigilancia en el que por entonces (actualización con el gobierno de Bush luego) vivía la sociedad norteamericana. Hay también una situación “inventada” que Sorkin se permite para dar por tierra con la acusación, y que sirve de remate al speech astuto con el cual el Arnaz de Bardem presenta el capítulo en cuestión de Yo amo a Lucy; pero más vale descubrirlo en la película. Solo decir que este “invento” no lo es del todo, a sabiendas del vínculo que existía entre Arnaz y dicho personaje (que aquí no se menciona y era nefasto, para más datos).

Tal vez se trate de la mejor película de Aaron Sorkin a la fecha, luego de Apuesta maestra y El juicio de los 7 de Chicago, en donde prima la corrección política. Es cierto que también hay algo de esto en Being the Ricardos, en el sentido de ser un film exorcista, que exhuma pecados porque reconoce lo que (ahora) está mal. En este sentido, hay momentos y líneas de diálogo evidentes en lo que respecta a la preeminencia de la mirada masculina, la fabricación de estereotipos (el marido trabajador, la esposa ama de casa), la tarea silenciosa y combativa de la guionista Madelyn Pugh (Alia Shawcat), la delgadez y el sobrepeso exigidos; todas cuestiones que más allá de cuán ciertas hayan sido en ese momento y para sus protagonistas, cobran dimensión verdadera en lo actual, que es el momento desde el cual Sorkin se pronuncia. Nada que reprochar, pero eso es (un poco más o un poco menos) corrección política. Por otra parte, es real la contienda que el programa sobrellevó para incluir el embarazo de Lucille Ball dentro de la pantalla, es decir, como embarazo real de su personaje. Un delirio absoluto, con discusiones en torno a cuestiones tales como la utilización de la palabra “embarazada”.

Aaron Sorkin conoce el mundo televisivo, creador como es de The West Wing y The Newsroom, así que nadie como él para articular una mirada crítica pero cauta, como si Arnaz y Ball fueran a su vez víctimas conscientes de la postal de clase media que construían, como una pareja de pantalla perfecta que en realidad era otra cosa. La serie Yo amo a Lucy puede ser leída como un campo de batalla simbólico, siempre y cuando su lectura exceda la propuesta en otras experiencias. En este sentido, se puede atender a la mirada mucho más cáustica que sobre aquel concepto ofreció la reciente serie WandaVision, de Marvel/Disney, cuya remembranza de aquella época televisiva culmina en un desenlace desolador: la familia, la casa y las sonrisas de tv, no son más que un simulacro, que protagonizan y consumen neuróticos.