Tranquilita y sin aspavientos, la edición de historieta para niñes creció a ritmo sostenido en los últimos años. Al punto que, tras casi dos años de pandemia, entre sellos especializados y colecciones de otras editoriales hay una quincena de proyectos que publican regularmente viñetas destinadas a los pibes. Juntas venden miles de ejemplares al año, aunque en general lo hacen sin que la prensa o los festivales dirijan sus focos hacia ellas.
Algunas editoriales se especializaron en el segmento infanto-juvenil, como Comiks Debris, BlupInk o Pictus (que también incluye literatura), o la reciente Pi Ediciones. Otros sellos tienen una colección infantil desde hace años, como Editorial Común (cuya línea Petit Común hoy constituye el grueso de lo que publica e incluye prestigiosos títulos norteamericanos) o Ediciones de la Flor (que no conforma una colección per sé, pero tiene un importante volumen en el sector).
Algunas se sumaron más o menos recientemente, como Maten al Mensajero (con su colección “Grandes historietitas”), Hotel de las Ideas (que se alió con su par catalán Mamut Comics), LocoRabia o Musaraña.
A eso hay que sumar a los grandes conglomerados: Penguin House Mondadori/Sudamericana y Grupo Planeta, que oscilan entre las apuestas por autores locales y las franquicias, y dos sellos que publican historieta francobelga, como Libros del Zorzal (Astérix, Lucky Luke) y Editorial Merci (Los Pitufos).
Más allá del polémico Gaturro, el sector también tiene “hits” respetados por sus pares. El más importante de ellos es Chanti. El historietista mendocino tiene títulos que superan los 10.000 ejemplares vendidos y sus libros suelen ser el motorcito de los sellos más pequeños, además de atraer el interés de los grupos editoriales más grandes: en Sudamericana lleva ya 17 volúmenes de su Mayor y menor. Otro que pisa fuerte es Escuela de Monstruos, de El Bruno. Originalmente serializado en la extinta Billiken, las aventuras que cuenta el libro editado por Pictus ya tienen vuelo propio y lleva ya 12 volúmenes. Algunas editoriales tienen colecciones bastante grandes. Toing!, la de Comiks Debris, por caso, suma más de 30 títulos.
Más allá del material nacional, el sector atraviesa un buen momento en lo que a títulos extranjeros refiere. Además de los imbatibles clásicos francobelgas (Astérix, Lucky Luke, Los Pitufos) que muchos padres compran para compartir con sus hijos sus propias lecturas de infancia, aparecen las ocasionales propuestas de Chile o Uruguay, y también las estadounidenses, que van mucho más allá de los superhéroes o las licencias de Disney. Lo de Petit Común con títulos como Tigresa vs. Pesadilla o Coraje!, entre otros, premiados internacionalmente, es notable.
Los motivos detrás de ese crecimiento son muchos. Grisel Pires dos Barros, históricamente vinculada a los Premios Banda Dibujada, destaca el trabajo de hormiga que desde hace años desarrollan esa asociación y otros mediadores de lectura para movilizar el interés. La especialista –hoy a cargo de la colección de Maten al mensajero- también destaca que en cuarentena surgió la necesidad de muchas familias de encontrar lecturas que permitieran a los chicos cierto grado de autonomía. La historieta, en ese sentido, fue crucial para correrse de la pantalla.
Marcelo Danza, librero especializado y responsable de Comiks Debris, cuenta que en 2022 publicarán siete títulos. La cifra puede parecer exigüa, pero duplica su producción habitual, de 3 o 4, más las habituales reimpresiones (La historietería, de Chanti, está por entrar a imprenta por quinta vez, revela). “Tuvimos la suerte de que el Ministerio de Educación eligiera dos títulos de la colección para que viajen a escuelas de todo el país y eso nos dio aire para planear”, cuenta.
César da Col, un referente histórico de Banda Dibujada, además de tener una acumulación de proyectos, destaca también los volúmenes de venta que ofrece el sector. Aunque no sean tantos títulos al año, son long-sellers y para muchas editoriales “son un motor fuera de borda impresionante”.
Para Guillermo Höhn, responsable de Pictus, la continuidad de las ventas y la consolidación de un circuito de llegada al público son claves para explicar el buen momento del sector. “En pandemia siguieron las compras bastante firmes y veo creciendo al mercado –analiza-, de a poquito, pero crece”. El editor destaca que “las librerías aceptaron el catálogo de historieta infantil, quizás fue de la mano de los éxitos, pero lo hicieron”. Y el reducto de las comiquerías, que muchas veces era adverso, cuenta que también se abrió con el advenimiento de las distribuidoras manejadas por las editoriales.
El déficit que observa Da Col, y con el que coincide Höhn es la falta de revistas para niños en los kioskos. Sea porque empujaban la producción profesional, porque garantizaban cierta cantidad de páginas al año o porque contribuían a captar el interés de los chicos, desde la caída de Billiken que ese segmento está vacante. Más allá de eso, en general las fuentes consultadas por Página/12 coinciden en que falta “más producción”. Es decir, profundizar el aumento constante de títulos que llegan a las bateas cada año.
El contenido es diverso, pero todavía podría serlo aún más. Así lo cree Pires dos Barros. “En historieta para chicos hay grandes segmentos: primera infancia, lectores recién alfabetizados y más grandes, ya en el límite de la infancia. Hay editoriales que laburan en el primer segmento, como Musarañita, Mamut y alguna más, pero el resto del panorama no está tan etiquetado”, explica.
Si la industria editorial muchas veces etiqueta libros según edades y géneros, la especialista advierte que esas etiquetas a veces obturan más lecturas de las que habilitan. “No hay determinación de las capacidades lectoras según su género. Sí pensaría más que es deseable que haya un abanico más amplio en las representaciones, que haya más miradas, más representaciones, antes que restricciones de lecturas. No que tal libro sea para nenes o tal para nenas, sino que en todos los libros haya más posibilidades de abrir la mirada”.