Un paso más en su larga batalla historiográfica sobre el rock argentino acaba de dar Ediciones Disconario. Ahora le tocó el turno al lado sinfónico, a través de un libro cuyo nombre va de suyo: Aperitivo Sinfónico. “La intención parte desde el título, sí… ofrecer al lector algo que le despierte el apetito por investigar y conocer más acerca del género”, acuerdan Miguel Dente y el filósofo Daniel Ferrero, autores del trabajo cuyo prólogo corre por cuenta de Claudio Kleiman, y cuyo contenido goza –típico de la colección— no solo de una sistematización de fechas, conciertos y discos, sino también de entrevistas directas a quienes fueron parte.
Entre ellos, riegan las páginas con sus testimonios, anécdotas y data base el baterista de Alas Claudio Riganti; Osvaldo Caló, tecladista de Ave Rock; Osvaldo Favrot, guitarrista de Espíritu; José Luis Fernández, bajista de La Máquina de hacer pájaros; el fundado de Trigémino Juan “Pollo” Raffo, y Juan del Barrio, en carácter de ex tecladista de Músicos Independientes Asociados.
Justamente a partir de revisar vida y obra de MIA para uno de los libros clave de la colección (50 años de rock), fue que se le ocurrió a Dente el temario de este trabajo. “Percibí en ese momento que la bibliografía de nuestro rock se había preocupado por dar a conocer los orígenes del movimiento, sus vertientes eléctrica y acústica y otras tantas circunstancias posteriores, pero que el rock sinfónico local siempre permanecía ajeno, como si se tratara de un mero espectador”, descarga Dente, fundador de la editorial.
--El subtítulo habla de una “introducción al género”. ¿Por qué lo consideran así? ¿faltó tela por cortar?
Daniel Ferrero: --Quedó bastante material en el tintero, sí, porque el rock sinfónico dominó la escena del rock nacional en los años ’70 y la producción fue mucha y de altísima calidad. Aperitivo sinfónico busca llenar ese vacío y, justamente por eso el libro articula un abanico que representa las variadas formas en las que el género se involucró con nuestra música: desde el proto-sinfónico, pasando por aquellas bandas que incorporaron sus “pinceladas sinfónicas” hasta llegar a las agrupaciones que fueron baluartes.
--¿Qué tipo de aperitivo sería el sinfónico? ¿fernet, hesperidina, campari, ginebra?
D.F.: -- Supongo que Amargo obrero, porque que era de producción nacional. Aunque también, por qué no, un Cinzano, dado que es un producto que llegó desde afuera y se arraigó en el gusto de los argentinos hasta convertirse en algo bien nuestro.
Las casi doscientas páginas de este aperitivo rocker saca de cierto ostracismo al género, también, a través de un caudaloso raid iconográfico, entre desconocidas fotos de shows, afiches de presentaciones o réplicas de tapas de discos olvidadas, las de Pinturas y expresiones, de Agnus, o Sin tiempo ni espacio, de Los Barrocos, por caso. Otro punto revelador del trabajo es la significativa presencia de bandas del palo “no porteñas”. Profundiza Dente: “Nos llamó la atención la condición federal del rock sinfónico, entre ellos buena parte representantes de Santa Fe como Agnus y Fata Morgana de la capital santafesina y los rosarinos de Irreal, Pablo El Enterrador y Síntesis. Por otro lado, los mendocinos de Altablanca, Redd de Tucumán o El Reloj y Trigémino en la provincia de Buenos Aires”.
--Otro tópico es el nivel de trascendencia que ha tenido el género en la Argentina. ¿Cuál fue tal, mirado en retrospectiva?
D.F.: --Durante el período en que reinó el rock sinfónico en nuestro país –1974/1983–, todas las bandas encabezaban recitales y llenaban grandes salas de los teatros más importantes, o estadios como Obras y el Luna Park. Solo hace falta hojear las revistas Pelo de la época para darse cuenta de que esto no fue algo circunscripto a un pequeño grupo de fieles seguidores sino un fenómeno popular. Creemos que esta visión distorsionada de que el rock sinfónico no fue un movimiento masivo en nuestro país surgió a posteriori.
--Aquella popularidad estaría hablando de la idea de un movimiento, o submovimiento, con coincidencia de criterios estéticos y publicitarios. ¿Pudieron corroborarlo como un patrón en los casi veinte entrevistados?
Miguel Dente.: --Sí. Varios puntos en común estrechaban los lazos de los integrantes de las distintas agrupaciones. Hablo de amplios conocimientos musicales, de la certera ejecución de los instrumentos y de su constante interés por evolucionar; del tiempo que le demandaban los ensayos, del incipiente comienzo del salto tecnológico a nivel sonido, de la coherencia gráfica, de la presencia escénica en festivales y de osadas puestas en vivo que complementaban el espíritu de su música. Otro ítem para resaltar es que, tras el esfuerzo que implicaba para ellos poder llegar finalmente a un estudio de grabación, se encontraban allí con “técnicos burócratas” que no estaban acostumbrados a realizar ese tipo de registros, en buena parte de los casos “verdaderas obras conceptuales”. De allí que muchos de los músicos optaran por producir sus trabajos de manera independiente.
--¿Cuál es el hecho subjetivo, personal, que los llevó a escribir el libro, más allá del criterio temático e historiográfico, propio de la editorial?
D.F.: --Bueno, yo crecí escuchando Yes, Jethro Tull, King Crimson y Génesis. También Crucis, Espíritu, La Máquina o MIA. Era una música desafiante tanto para los músicos como para los oyentes, porque no se trataba de esas canciones de estructura tradicional que uno terminaba tarareando al final de la primera escucha, sino de temas con largos desarrollos que había que asimilar y exigía una escucha atenta, participativa. Muchos de los grupos que aparecen en el libro tocaban en los antiguos carnavales: vos sacabas una entrada para ir a bailar y de paso escuchabas a OM, a Crucis, a La Máquina, a MIA, y comprobabas con orgullo que los músicos nacionales no tenían nada que envidiarle a sus colegas extranjeros.
--Tenían vuelo autónomo, decís, pese a quienes sostienen que tales bandas eran “meras imitaciones” de las inglesas.
D.F.: --Acusar a las bandas nacionales de “imitar” a las foráneas es propio de gente ajena al género, desconocedora de sus características identitarias. Por lo general, repiten lo que dicen otros, porque nunca se sentaron a escuchar un disco con detenimiento. También proviene de aquellos que insisten en desprestigiar toda producción nacional. Nadie que sepa al menos un poco de rock sinfónico va a decir que Alas suena como ELP o que Espíritu es una copia de Yes. Esas comparaciones pueden servir como una primera aproximación, pero cuando uno empieza a escuchar seriamente se da cuenta de que se trata de algo novedoso, distinto y original.