Hay una fotografía de Richard Avedon que muestra a Rudolf Nuréyev (1938-1993) en desnudo frontal, en la plenitud de su hermosura y concupiscencia. Tomada poco tiempo después de aquel 17 de junio de 1961 en que desertara de la Unión Soviética, la imagen se convirtió en icónica de los años sesenta con sus sueños de libertad, rebeldía y liberación sexual. Y también daba cuenta explícita del magnetismo animal que irradiaba el bailarín cosaco y de los enormes atributos que sumaban un plus al espectáculo de verlo danzar -o más bien volar- en calzas.
En “Nureyev”, por primera vez un documental alcanza la intensidad de las emociones que suscitó aquella escena de Avedon. Nunca como antes fueron tan bien seleccionadas las imágenes de archivo, las declaraciones de amigos y colegas y las entrevistas al protagonista para captar el sensual y gracioso encanto de este artista paradigmático del siglo XX a escala mundial. Calificado entre quienes lo conocieron como “pantera humana”, “fuerza de la naturaleza”, y “aquel que trajo carne y sexo al ballet”, los directores parecen tener una sensibilidad especial en reflejar los gestos, las muecas, las miradas provocativas y los ojos clarividentes de un joven que parecía hecho simplemente para danzar, seducir y gozar.
Pero David y Jacques Morris -que además de directores son los guionistas- logran mucho más que eso. Por un lado, “Nureyev” es un magnífico itinerario de esa existencia que parecía condenada desde su nacimiento en 1938 en un tren transiberiano, pero a la que paradojalmente el conflicto bélico le brindó una infancia más libre rodeado maternalmente de mujeres que le permitieron soñar con danzar y más tarde rebelarse a las palizas de un padre que, al regresar de la guerra no quiere tener bajo su techo a un hijo que “amaba al ballet como un niño a Dios” y por lo tanto era sinónimo de maricón. Por eso, la niñez pobrísima de Rudolf en Ufa es recreada en poéticas secuencias de danza que presagian el inigualable talento del único bailarín que comparte con Nijinsky la aparente virtud de elevarse en los escenarios.
Por otro lado, el documental es una interesante reflexión sobre danza y política. El ballet considerado un residuo de la cultura aristocrática parecía condenado a morir tras la revolución, pero más pronto que tarde ésta vio su potencial de propaganda política. A tal fin, los funcionarios de Ufa envían al adolescente Rudolf a formarse en la prestigiosa academia Vaganova en Leningrado bajo el maestro Alejandro Puskin y luego lo reciclan como el mejor embajador en el mundo de la política revolucionaria en el marco de una gira internacional del ballet Kirov.
Nureyev: danza y política
Pero en Nuréyev danza y política colisionaron de manera espectacular manchando la imagen de la URSS cuando éste prefirió las noches trasnochadas de Paris y abrirse a un mundo flotante de placeres desbocados y danzar donde le viniera en gana antes que volver a las restricciones impuestas por el régimen soviético. Entonces, en el aeropuerto parisino de La Bourget, Nuréyev dio unos pocos e históricos pasos que le permitieron quedarse en territorio francés y salir de la órbita de la KGB que pretendía cortar su temporada triunfal con el Kirov y replegarlo a oscuros destinos impuestos por el Kremlin.
Esos pasos lo llevaron a su vez al encuentro con la bailarina británica Margot Fonteyn y con el también espléndido y bello bailarín Erich Bruhn. El documental registra las múltiples maneras mediante las cuales con la primera revolucionó el mundo de la danza, al conformar una pareja antológica, escandalosa y perdurable de mujer madura y casada de 42 años y joven de 24 siendo apasionados Albrecht y Giselle, Armand y Marguerite, y de una manera muy particular y poética Romeo y Julieta arriba y afuera del escenario. Con el segundo, vivió amores apasionados y turbulentos semejantes a “los de dos cometas que se encuentran en una explosión y luego terminan colisionando para dejar ardientes recuerdos” (según el propio Bruhn).
Y finalmente “Nureyev” es una crónica realista de una generación que en el auge de la alegría y revolución sexual de los ochenta comienza como en una guerra a ver morir a sus muchachos y enterrar a los amigos (tal como explicita una historiadora “solo se manda a la guerra a los jóvenes y son ellos quienes mueren”). Casi un informe de aquella epidemia que negada por Reagan condenaba a los camareros de gala que querían ser artistas a usar guantes porque los ricos pensaban que podían contagiarles el sida y diezmó a tantos extraordinarios creadores de movimientos, entre quienes se cuenta Nuréyev.
Apelando a citas que van desde Napoleón Bonaparte (“Los grandes son meteoros para arder y así iluminar la tierra”), Yeats (“Nace una terrible belleza) o la Reina Isabel II (“La pena es el precio que pagamos por amar”) e intercalando las voluptuosas escenas de Rudolf como el corsario, el efebo que se masturba en el preludio a la siesta de un fauno, Lucifer, Apolo o el príncipe de la bella durmiente entre tantas otras, "Nureyev" resulta un documental lírico, un testimonio histórico tan conmovedor, sensual y gracioso como su protagonista y una nueva versión de la eterna danza del amor y la muerte.
"Nureyev" (David y Jacques Morris) está disponible en Netflix.