Desde cámaras de espionaje que todavía no existen en el mercado hasta diamantes de dudoso origen y sombríos personajes vinculados a sociedades secretas que mejor ni nombrar, la primera novela de Gustavo Feldman tiene todos los ingredientes para una lectura entretenida y además instructiva. Una escena de suspenso ambientada en la Segunda Guerra Mundial abre el juego, signando el origen de uno de los antihéroes en una intriga internacional a tres fronteras donde, como dice su protagonista, los buenos no son tan buenos y los malos son muy malos. Las complejidades técnicas del sistema judicial son explicadas por Feldman en pasajes informativos que no debilitan el relato de las peripecias sino que se entraman con él, ya que el derecho penal -especialidad profesional del autor- tracciona la resolución de unos misterios cuyo revés oscuro es el crimen. Esto no queda así, frase que constituye el título de la obra, es el lema tácito del héroe, ese casi detective de novela negra que es el abogado defensor Alfredo Eggman.

Abogado con 35 años de ejercicio profesional, egresado de la Facultad de Derecho de la UNR, ex conjuez federal, Gustavo Feldman conoce bien el paño donde narra. Y a lo que no conoce lo investiga, como los detalles técnicos precisos que aporta el personaje del "Payo" Goldman (joyero de profesión e inspirado en un joyero real) o los vericuetos de un viejo hotel uruguayo. La lista de agradecimientos al final del libro incluye a escritores rosarinos y también a un conserje y a un joyero. La novela fue escrita en Punta del Este, algo que cabía sospechar desde un principio dada la exactitud chandleriana con que la ciudad se refleja en sus movidas páginas (más de 200), publicadas por el sello rosarino Ciudad Gótica en noviembre del año pasado. Feldman tiene publicados seis libros más, el más reciente de los cuales, Nunca fuimos Vicentin (Fundación Ross, 2021), expone el famoso conflicto en el cual intervino como abogado penalista que patrocinó legalmente a acreedores de la deuda contraída por el conglomerado económico aceitero Vicentin.

El segundo nombre de Eggman es David, el mismo del héroe mítico que se enfrenta al gigante Goliat con valor, una gomera y la ética de su lado. Otro motivo bíblico, el de los hermanos mellizos idénticos hasta lo intercambiable, hace su lúdica aparición cuando ya no habia forma de predecir qué nuevo recurso iba a sacar de su galera "El Mago" (apodo de Eggman) para enfrentar a los dos villanos que tiene al otro lado del ring: un juez y un empresario, sumidos en la corrupción, unidos por un secreto inconfesable... o por más de uno. A lo mejor se cargan un poco demasiado las tintas en el retrato narrado del juez corrupto, retrato mucho menos creíble como exposición en la pluma del narrador que en boca de personajes secundarios verosímiles, ricos en un jugoso ingenio popular que el autor no cesa de capitalizar para la literatura. Cada personaje es un punto de vista y tiene sus cartas incluso literalmente tomadas en el asunto, de modo que todo lo que digan unos de otros puede ser usado a favor de la trama, densa en asociaciones ilícitas.

Al igual que en el género novela policial negra que constituye su antecedente literario, la intriga a develar y el entuerto a enderezar son la excusa para radiografiar una sociedad podrida y sus capas ocultas de miseria moral, sobre todo al nivel del poder económico y político, representando lo más fielmente posible una realidad en la que "el peor cliente es el cliente inocente". Por momentos el narrador deviene ensayista (otra especialidad de Gustavo Feldman, que tiene muchos artículos publicados) y prescinde de la máscara ficcional para expresar abiertamente la opinión del autor sobre ciertos hechos actuales, o del momento en que escribió la novela (2018): "La tropelía más reciente de la Justicia Federal consistía en el uso arbitrario de la prisión preventiva como pena por anticipado, sobre todo de funcionarios del régimen anterior, de forma tal de proveer a los deseos del nuevo régimen y al punitivismo ignorante y atrevido que caracteriza a buena parte de los medios y sus comunicadores en la Argentina" (pág. 134).

Párrafo aparte merece el personaje de Stoian Zelenko, digno de la literatura picaresca: el Joker del mazo, el azar novelesco encarnado, "un sobreviviente" lleno de recursos que asombran incluso a Eggman. Sin aquel, la trama no tendría la apertura a lo impredecible que la hace tan atrapante. Eggman pide saga; Esto no queda así reclama secuela.