Primeros días de enero (¿todavía son primeros días?) y la libreta mental, esa que escribo mientras camino, se llena de buenas intenciones: adelgazar, siempre está primero. Sí, la militancia gorda me resulta propia, quiero discutir, burlar, trascender, la policía de los cuerpos. Y sin embargo, por más que me devore las notas de Camila Alfie en Las12, hay una gendarme interior que siempre me cuenta los kilos que debería bajar. La playlist empieza con Gorda, de las Krudas Cubensi: en estos casos, lo que queremos, pensamos, cuestionamos, tarda más de la cuenta en hacerse cuerpo, en volverse liviandad y aceptación. Cuerpos colonizados, tienen razón.
Pero cómo hago para no sentir culpa por el pan dulce de las fiestas. Vuelvo a ese libro fundante que fue Cuerpo sin Patrones, compilado por Laura Contreras y Nicolás Cuello. “Nos toca entonces comenzar la difícil y urgente tarea de replantearnos el deseo. Será entonces necesario dejar de lado el yo deseo, para entrar en un crear deseo, en construirlo colectivamente, reconociéndonos y teniendo siempre bien claro que no deseamos libre ni autónomamente. Está en nuestras manos el generar nuevas representaciones, construir nuevos imaginarios, dar lugar a otros cuerpos”, dice Lucrecia Masson, en ese libro. Y suena Bife, Otras Maneras.
Primer objetivo, tachado.
La lista sigue, un mandato menos. Un deseo frustrado que ya no pesará una y otra vez.
¿Será que aquella idea de “adelgazar”, siempre primer propósito de cada año, estaba ahí como un señuelo de imposible? Siempre tintineando como un cascabel a buscar, siempre lejos.
Por estos días, comencé a leer La novela luminosa, de Mario Levrero, y me quedé prendada de la frase: “Que fuera imposible no era un motivo suficiente para no hacerlo, y eso yo lo sabía, pero me daba pereza intentar lo imposible”. Esa cita se encuentra al comienzo del libro, y me hizo pensar en cuántos imposibles se suman en una lista de principios de año.
No puedo evitar la deriva hacia Chico Buarque, y su Futuros Amantes. Allí, lo imposible es el amor: “No se ahogue no, que nada es ahora, el amor no tiene prisa, puede esperar, en silencio, en el fondo del armario, en el buzón de correo, milenios en el aire. Y quien sabe, entonces, Río (de Janeiro) será una ciudad sumergida”, dice la canción.
Y quién sabe, entonces, Rosario será… una ciudad totalmente quemada, tierra arrasada. Sigo caminando por este lugar amado. A las 6 de la mañana, la brisa permite la caminata bordeando el Paraná.
Toda la exuberancia perdida vuelve en la voz de Mercedes Sosa, en Río de Camalotes, pero esa play list no termina ahí: está el Río Marrón de Jorge Fandermole, cuándo no. Porque sus canciones van mucho más allá del río, pero las que cantan al curso De Agua Dulce son incomparables.
Quién te ha visto y quién te ve, río que parece mar, según tu nombre Guaraní. 43 centímetros por debajo de su nivel, en una bajante histórica que lleva tres años, cada día es necesario gritar que el río es vida, genera vida, tiene vida, y que no se puede seguir matando así. Estás buscando un símbolo de paz, canta Hilda Lizarazu del gran Charly García. Será porque nos queremos sentir bien…
Las distopías son puro presente. En un momento, miré a mi alrededor, y sentí que esto era el fin del mundo, me dice mi amiga Natalia, al contarme su visión de una mañana tórrida en la peatonal Córdoba, antes de las fiestas. Todes zombies corriendo a comprar, el calor, el humo en las islas, tan cerca pero -para algunes- tan lejanas.
No todo es indiferencia: el sábado pasado, un grupo numeroso cortó el Puente Rosario-Victoria para alertar por el ecocidio. Se reúnen los lunes, a las 18, en Asamblea, para definir acciones. Sin excusas, la ley de Humedales es urgente. Así lo cantó Lauphan, en un video colaborativo realizado por la Multisectorial de Humedales.
Entre el desastre ambiental, el calor abrasador -que tiene tanto que ver- y la costumbre tan humana de establecer ciclos, cada vez es más difícil sentir la brisa, el día avanza con un sol que quema.
Cómo se enlazan esas vidas diezmadas con las nuestras: la propia, llena de privilegios. Debieran ser derechos, para todes.
Privilegio o derecho, un atardecer con una amiga, en la playa inexistente por la bajante, nos regala un río plateado. Sí, el reflejo crepuscular convierte al Paraná en un espejo, y ahí estamos, viendo volar las aves encima de ese río al que parecen arropar en su actual desamparo.
Con esa conciencia situada, ¿qué sentido tiene hacer esa lista de objetivos para 2022? Aparece, sin embargo, con varios imperativos: aprender a conducir, leer más, mirar más películas, trabajar menos. ¿La lista siempre raspa? ¿Por qué raspa?
Siempre pensé -y sigo pensando- que en el mundo sobran automóviles. No es algo que se me ocurre a mí, claro. Y sin embargo, cada vez que dependo de alguien para viajar, cada vez que no soy capaz de correr un automóvil, pienso en lo útil que sería conducir, manejar. Estaba dado por añadidura, en las familias tradicionales de los años 70, que el hijo varón aprendería a manejar. Con las mujeres, dependía del patriarca. Sí, ya estoy grande y debo hacerme cargo: manejar está en mis manos. Y así, saciar mis ganas de tomarme Dos días en la vida, en la voz de Fabi Cantilo.
Y sí, esas listas son dispositivos biopolíticos de opresión. Hay que estar atenta todo el día, y construir vidas alternativas. Mientras tanto, los días arrojados al engranaje de reproducción del capital. Cuántas palabras que sí, tienen mucho para decir. Qué lejos parecen mis pequeñas aspiraciones. Solo quiero caminar, sentir la brisa (algo) fresca en la piel y escuchar canciones. En esa cornisa voy caminando, el equilibrio es tan precario que recuerdo la canción de Ana Prada: “Puedo andar, ya me ves, jugando al tentempié en el precipicio”. Y la música de Ana Prada sí que me lleva a otros lugares. Aunque mis pies no vuelen, sí puedo sentirme levitar con sus canciones.
¿Por qué se me habrá ocurrido, en esta caminata, pensar en esa lista inevitable, la de propósitos para el año? Tan inevitable como su incumplimiento. En una época, circulaba un meme que mostraba cómo se devalúan los objetivos anuales, el primero mostraba: adelgazar 10 kilos, estar en pareja, conseguir un buen trabajo y en el último, todo quedaba por el suelo: no engordar, garchar cada tanto, no perder el laburo. Me conformo con la alegría, y sí, cada tanto, un Feriado Nacional al ritmo de las Cumbia Queers. “Hay que agregarle un día al fin de semana, porque así no alcanza…” y así voy dando vueltas por esos deseos imposibles.
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