En breve, próximo 26 de enero, el Servicio Postal de los Estados Unidos lanzará una nueva estampilla en tributo a Edmonia Lewis, artista sin parangón, tenida por la primera escultora afronorteamericana en ser reconocida internacionalmente. Además de -más que justificado- homenaje, la intención del organismo federal es “que el público general siga descubriendo las hermosas sutilezas de su obra, y académicos y académicas interpreten más a fondo su rol en la historia del arte estadounidense, cómo ella logró superar ampliamente las limitaciones que le imponía la época”. Decir que su historia es excepcional es quedarse cortísima: con muy poca formación en escultura, esta singular dama -auténtico torbellino que detestaba que le dedicaran palabras de condescendencia o lástima- fue autora de piezas deslumbrantes. Varias de ellas, referidas a su herencia mixta, a la dignidad de los pueblos originarios, a la opresión de la comunidad negra (para ejemplos, sus trabajos en mármol Old Arrow Maker, de 1866, y Forever Free, de 1867).
Aunque muchas de sus esculturas se han perdido, queda también la magistral The Death of Cleopatra, que revolvió el avispero en sus días: el realismo vívido con el que Edmonia Lewis capturó el suicidio de la reina del Nilo, cuando el veneno del áspid ya había surtido efecto, impresionó a ciertos críticos que tacharon la imagen gráfica como “turbadora”, “repugnante”, “más allá de lo decente, del arte legítimo”. Igualmente descollantes son sus obras sobre tópicos mitológicos y bíblicos: Poor Cupid, de 1872; Moses (after Michelangelo), de 1875; Hagar, del mismo año…
Muchos detalles de su bío permanecen inciertos, pero sí se sabe que nació en 1844 en Greenbush, pueblito del estado de Nueva York. Su mamá pertenecía a la tribu Chippewa y confeccionaba suvenires; su papá, haitiano, era sirviente. Ambos murieron cuando la chicuela no llegaba a los 5 años, motivo por el que fue criada por sus tías nómadas. Un medio hermano suyo, que había amasado una pequeña fortuna durante la Fiebre del Oro, la ayudó financieramente para que estudie, y así fue cómo, en 1859, Lewis se matriculó en el progresista Oberlin College, en Ohio.
Oberlin fue una de las primeras instituciones de educación superior de Estados Unidos en admitir alumnos afro -en 1834, un año después de su fundación, determinó que aceptaría varones “sin importar su color”, una rareza para la época, anterior a la Guerra Civil-. Fue además la primera en aceptar mujeres: en sus inicios, con un plan de estudio acorde a las “necesidades femeninas”; luego -ante la sostenida queja de las muchachas- permitiéndoles tomar (casi) todas las mismas clases que los chicos. Decir que todo fue miel sobre hojuelas para Edmonia, empero, sería faltar a la verdad: apenas una treintena de estudiantes era afroestadounidense, y tuvo que ponerle el pecho a los desaires constantes de una parte de la estudiantina blanca, a hostilidades en ascenso que alcanzaron su pico en 1862. Ese año, una turba racista la apaleó violentamente hasta dejarla inconsciente, tras trascender brava infamia: que Lewis había intentado envenenar a dos compañeras echando en sus bebidas the spanish flue, un afrodisíaco soluble que -en altas dosis- podía causar la muerte. Aunque un tribunal absolvió a la joven, igualmente siguió siendo target de agresiones frecuente. Y unos meses después debió demostrar nuevamente su inocencia al ser culpada de robar pinturas, pinceles, marcos. Lo hizo, pero igualmente fue invitada a retirarse, no se le permitió completar su último año.
Entonces se mudó a Boston y empezó a crear medallones con retratos esculpidos en arcilla y yeso de renombrados abolicionistas, de paladines del movimiento como William Lloyd Garrison, editor del periódico The Liberator y cofundador de la Sociedad Antiesclavista, que apoyó su talento, la alentó a tomar algunas clases. También hizo bustos, cuyas copias se vendían como pan caliente. Con el dinero que pudo ahorrar, Edmonia se tomó el buque. Estuvo en Londres, París y Florencia antes de asentarse en Roma en 1866, donde pasó a formar parte de un floreciente círculo de artistas estadounidenses en el exilio. Bajo el ala de la escultora neoclásica Harriet Hosmer y de la actriz de teatro Charlotte Cushman (que alcanzó popularidad por interpretar al Romeo de Shakespeare y tuvo sonados romances con ladies), montó su propio atelier, mientras seguía perfeccionando su estilo, trabajando mayormente en mármol. A diferencia de tantos colegas de su época que pagaban a artesanos para producir sus piezas, Lewis cincelaba solita su alma cada una de sus obras. Y le iba bien, le llovían encargos, salía en periódicos, exhibía su trabajo -no solo en Italia, también en los Estados Unidos-.
“Prácticamente fui empujada a irme a Roma para tener alguna chance en el arte, para encontrar un ambiente propicio que no me recordara constantemente el color de mi piel. No había sitio en la Tierra de la Libertad para una escultora negra”, diría al NY Times quien frecuentaba la ópera tanto como le fuera posible. Quien además, al tiempo de vivir en Italia, se convirtió al catolicismo (suya la frase: “Siento una fuerte simpatía por todas las mujeres que han luchado y sufrido, por eso tengo en tan alta estima a la Virgen María”). No hay constancia de que se haya casado o tenido hijos, ni siquiera hay información fidedigna sobre sus últimos años de vida. Hasta hace apenas una década, de hecho, se creía que había muerto en 1911, cuando -en verdad- falleció en 1907, en Londres, en circunstancias no esclarecidas.
Por lo demás, retomando los hilos epistolares, la
flamante estampilla que hoy la honra es la número 45 de la serie Black Heritage, con la que el Servicio
Postal de los Estados Unidos recuerda “a personas afroamericanas que han tenido un
rol fundamental en la historia del país”. La primera fue Harriet Tubman, gran heroína
abolicionista y asimismo pionera del sufragio femenino, a la que siguieron otros
personajes decididamente notables que rompieron barreras e hicieron
significativos aportes en áreas tan diversas como deporte, educación, derechos
civiles, política, atletismo… Sojourner
Truth, Martin Luther King Jr, Malcolm X, el dramaturgo August Wilson, la
tenista Althea Gibson, entre ellos. Y ahora, dicho está, Edmonia Lewis.