Racionalizar nuestras aficiones puede ser una tarea aterradora. Es probable que, por eso, nunca me encuentro escribiendo sobre la industria millonaria del K-pop, no intento desenmascarar la fórmula infalible de su éxito arrasador ni derribar la idealización de mis idols favoritas. Muchas chicas que, como yo, crecieron absorbiendo la fantasía del pop surcoreano, imitando coreografías imposibles, aún encuentran un magnetismo en el género musical que, hoy en día, se apodera del mundo. Nos entregamos al K-pop con una devoción casi adolescente: su mérito es la facilidad para causar obsesión.
Un universo que se sostiene en la figura de idol: performers que se forman desde temprana edad en escuelas de entrenamiento donde se preparan para ser estrellas bajo prácticas conocidas por su nivel de exigencia y competitividad. Entre mil trainees de una academia, sólo cuarenta o cincuenta podrían llegar a tener su propia carrera en la industria, formar parte de un grupo de K-pop y, así, convertirse en eso que en Corea llaman idol. Más allá de las aptitudes físicas o musicales, también se habla de un aura especial, un carisma innato. La figura del idol no es ajena a sus orígenes semánticos: una divinidad, alguien a quien se le rinde culto, una imagen que provoca adoración.
¿Pero cómo llega el Kpop a todas nuestras playlists, a las fundas de los celulares y a los vidrios espejados de Puerto Madero que las manadas de fan dancers usan como espejo para ensayar coreografías? El término “Hallyu” -que se traduce al español como “oleada coreana”- se usa para describir la expansión global de la cultura surcoreana. Una estrategia política que tiene entre sus principales objetivos a América Latina y, sin ir más lejos, a Argentina. Los pilares fundamentales de esta marea de propaganda cultural son las telenovelas, llamadas doramas, y, por supuesto, el K-pop. Mientras las producciones audiovisuales coreanas llegan a Hollywood, el conocido boy group de moda, BTS, rompe récords mundiales y arrasa con el mercado musical estadounidense.
Una revolución que no es solo sonora
No podríamos hablar de un único sonido específico del pop coreano, la categoría engloba un abanico infinito de géneros y variaciones. Sí podríamos decir que hoy en día hay una influencia fuerte de géneros como el rap y el hyperpop. Este último es el caso de Aespa, un grupo de chicas que acaba de sacar Savage, un disco futurista y frenético. De todas formas, es un ámbito que está abierto a la experimentación constante. Mientras que a las Twice las caracteriza el pop dulce y acaramelado, Dreamcatcher, por ejemplo, basa sus tracks en sonidos del heavy metal. El factor común, además de su orígen, son las coreografías intensas, su modo de entrenamiento y de promoción, el modelo de veneración de idols.
Es una realidad: a los gays y a las lesbianas nos encanta el K-pop. Y nuestra histórica alianza con la cultura pop no es el único motivo: quizás sea esa percepción de la moda que escapa las normas binarias, la presencia de la androginia, las propuestas conceptuales que diferencian de una forma contundente a cada grupo, una mística camp difícil de olvidar, chicos que adoptan una masculinidad suave de colores pastel, chicas que se visten de traje para atraer a sus fanáticas. Por más lejanía geográfica que exista, lxs referentes del K-Pop se acercan a las comunidades latinoamericanas y funcionan como potenciadores de subjetividades, agentes de revelaciones.
Mientras los antiguos boy groups que causaron furor, como One Direction en su momento, se dedicaban a negar rotundamente esos supuestos romances entre sus miembros que obsesionaban a las fanáticas, la industria del K-pop se alimenta de esas mismas especulaciones. Aun así, la sociedad surcoreana todavía es conocida por su prejuicio y su conservadurismo. De alguna forma esas identidades sólo son aceptadas como actos performativos. Los mismos chicos de arnés y ojos delineados que protagonizan un sinfín de historias de amor en la plataforma wattpad están obligados a asistir dos años al servicio militar. ¿Cuánto es artificio y cuánto es voluntad propia?
Adentrarse en el backstage de ese mundo lleno de luces y sonidos que hipnotizan puede acarrear desilusiones. La industria del K-pop cosecha desde sus inicios una fama siniestra, con algunas empresas con más acusaciones de explotación y de contratos abusivos que otras. Lejos de justificar los maltratos -que siempre van dirigidos más fuertemente a las mujeres-, desde Occidente existe cierta mirada infantilizante y casi paternalista hacia las artistas que eligen este modo de vida, como si sus decisiones no les pertenecieran -o, en todo caso, como si a alguien en este mundo le pertenecieran sus decisiones-, o no fueran adultas con sus propias ambiciones, y todas las contradicciones que implican.
En los últimos años se han apilado casos de suicidios de idols que padecieron una vida monitoreada, las múltiples críticas y los reclamos patriarcales de la prensa, el acoso de un sector masculino de la población que puede llegar a cámaras ocultas y stalking obsesivo. La cantante Sulli, ex integrante de F(x), es uno de los casos más significativos de cómo el sistema patriarcal afecta a las mujeres en Corea. Rara, irreverente, con un universo interno inquietante y la lucha feminista como tema de cabecera, en el último videoclip que grabó antes de terminar con su vida, narraba la historia de una chica con múltiples personalidades, que se preguntaba: “¿No sería mejor que todo el mundo desapareciera?”
Militancia lgbt y calentura entre chicas en el K-pop
Estrategia de marketing o no, en el mundo del K-Pop la idea de que existen las mujeres que miran mujeres está clara, hay una noción cultural de la perspectiva sáfica. El Girl Crush, particularmente, es una temática musical y estética que adoptan los grupos de chicas, pensada para atraer al público femenino. En un sentido casi literal, el desafío es enamorar a sus fanáticas. Las 2NE1 -un grupo de los dos mil que desde sus inicios se opuso a los lugares comunes- fueron grandes precursoras de este concepto. En lugar de adoptar la pose dócil y aniñada que por lo general prefieren las audiencias masculinas, el concepto Girl Crush propone una búsqueda que se opone a los cánones tradicionales. Colores oscuros, escenas futuristas, peinados que desafían las leyes de la gravedad, beats explosivos, raps pegajosos, medias de red, una actitud desafiante y vanidosa.
Las adeptas a los girl groups coleccionan hitos históricos. Las declaraciones de Mamamoo, uno de los pocos grupos que han incorporado la militancia LGBT en su discurso de forma explícita, la belleza butch de Moonbyul y de Amber Liu, los cortes de pelo de Chaeyoung, miembra de Twice, arengada por su amor a las películas lésbicas, el videoclip de Heart Attack de Chuu, una historia de amor entre dos chicas que se convirtió en himno de Loona, un grupo lleno de lore y de historias fantasiosas y dramáticas entre mujeres, las letras ambiguas de G-IDLE, o aquella vez que Irene, de Red Velvet, se pronunció como feminista despertando la ira de los coreanos que se dedicaron a prender fuego sus fotos. Las acciones pesan y construyen la mítica de cada idol. Si bien muchas artistas pop han hecho pública su simpatía con las luchas de las mujeres o la comunidad queer, de alguna forma las personalidades del K-pop generan una empatía más fuerte. Por un lado, hay una sensación general de pertenencia, una audiencia que se identifica con estas acciones como si tuviera la seguridad de que “son una de nosotras”. Por otro lado, cada uno de estos actos pequeños se filtran en un sistema más estructurado y rígido, con repercusiones más fuertes que las que podría vivir cualquier artista occidental.
Todas mis amigas son mis novias
Los grupos de chicas son conocidos, en su mayoría, por sus guiños lésbicos. Hace tiempo que el éxito de las Twice las convirtió en el girl group “representativo de la Nación”. Y por más que estén bajo el foco atento de la sociedad coreana, hay algo muy honesto en su manera de interactuar, de besar a sus amigas y tratarlas como novias. Es imposible -y tampoco resulta necesario- saber de qué manera entienden sus propias identidades, pero llama la atencion la frescura y el romanticismo grupal que sostienen los vinculos entre las nueve integrantes, una ternura que tiene muy poco que ver con el esquema relacional del mundo heterosexual. En ese sentido, y sin lugar a dudas, las seguidoras del K-pop nos vemos reflejadas.
Tal vez la diferencia entre consumir K-Pop en la preadolescencia y redescubrirlo en la vida adulta es que el encanto se produce aunque conozcamos sus costados oscuros. El amor casi siempre es contradictorio. Cualquier fan del K-Pop tiene claro a quienes venera y a quienes detesta. Y por algún motivo volvemos a ese lugar complejo, siniestro y precioso, en busca de referencias, de símbolos y de respuestas.