El valor fetiche de las vacaciones que obliga a consumar y consumir las repetidas ceremonias del tiempo libre --tomar sol, divertirse, conocer gente y lugares-- suele opacar el deseo que las anima. Más que el anhelo de tal playa o la ilusión de concretar un determinado viaje, quizás en definitiva tan sólo se trate del alivio que supone soltar por unos días los pesados lastres del Ser con que justificamos nuestra presencia en el mundo. Precisamente, a propósito del otium cum dignitate (ocio con dignidad) que proponía el autor latino Horacio, Lacan hace un divertido comentario sobre la desesperación de los franceses en la cola del telesky[1]; esa otra cara del tedio que Baudelaire tan bien describió con su spleen.[2]

El ámbito del tiempo libre muestra el intervalo que media entre estas dos disposiciones antagónicas: el negotium y el otium: la exigencia de un rendimiento útil (aun en la diversión) y la disposición auspiciosa ante la novedad, el cambio o lo diferente.

En torno de las vacaciones se suscitan las más diversas y disparatadas consecuencias. Por un lado: desenfrenos, accidentes, excesos y violencia de todo tipo; por otro: la entrega que deja paso a una nueva etapa, ese desasimiento en que uno descansa hasta de las mismas vacaciones.

Por ejemplo, en un breve y desopilante relato, Italo Calvino describe el detallado plan de lecturas que el buen lector[3] lleva a cabo antes de marcharse de vacaciones. Textos que van desde las últimas novedades editoriales hasta clásicos que hace años esperan en la biblioteca, temas que abarcan desde la geografía del lugar a visitar, hasta relatos para acompañar cada momento de la estadía. Como no podía ser de otra manera, al término de sus vacaciones, nuestro buen lector ha hecho de todo menos prestar atención a su muy cuidada selección de lecturas. Bien, si al finalizar el relato de Calvino nos reímos, es porque de alguna manera nos sentimos identificados con el personaje. Es que a menudo nuestros declarados propósitos para transcurrir las vacaciones se ven traicionados por el devenir que se impone en esos días tan esperados. Es aquí donde toda persona que disponga de algún margen de decisión sobre sus actos está convocada a responder desde una dimensión ética, es decir: qué hace cada uno con lo que aparece, con la novedad o la contingencia.

Por ejemplo: ¿El buen lector de Calvino quería acaso leer? Todo indica que no. Es que resulta muy difícil saber qué se quiere durante ese período que, por brindar un margen mayor de libertad, genera realidades o situaciones inesperadas. Para mencionar tan solo algunos ejemplos: personas que no hacían más que soñar con la paz y el sosiego terminan practicando un ritmo frenético de salidas o excursiones; parejas que atribuían la raíz de sus discusiones al stress de la ciudad, retornan acompañados, aunque cada uno por su lado; aventureros dispuestos a emular la ruta del Che terminan en hoteles de cinco estrellas.

Bien ¿y por qué no? En todos los casos mencionados (sin duda, hay muchos más) la experiencia de las vacaciones irrumpe para confirmar o desmentir registros o intuiciones que el cúmulo de obligaciones enmascaraba tras la rutina cotidiana. En todo caso, quizás el resorte esencial para una buenas vacaciones no resida en la calidad del colchón, el levante en los boliches, la temperatura del agua o si la cabaña era adecuada para los chicos, sino en la entrega que cada uno esté dispuesto a brindar para sacarle lustre a la novedad. 

Sergio Zabalza es psicoanalista.

Notas:

[1] Jacques Lacan (1968-1969) El Seminario: Libro 16, “De un Otro al otro”, Buenos Aires, Paidós, 2008.

[2] Charles Baudelaire, Spleen, “Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,/rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,/que, despreciando halagos de sus cien concejales,/con sus perros se aburre y demás animales...”, accesible aquí.

[3] Italo Calvino; Los buenos propósitos [1952] , en Mundo escrito y mundo no escrito, Siruela.