Un día de 1897, dos oficiales españoles apostados en las Filipinas se despidieron. Uno de ellos embarcaba a otra colonia: la isla de Cuba. Al despedirse, le comentó a su compañero de armas el deseo de poder ser trasladado en un futuro no muy lejano a Málaga, donde lo aguardaba su novia y el resto de la familia. Ese simple comentario al paso iba a ser el elemento que acabaría con el drama de un puñado de hombres que se atrincheró durante casi un año dentro de una iglesia, en el medio de la selva.
El ocaso de un imperio
La España imperial de 1898 no era lo que había sido a partir del descubrimiento de América. El proceso independentista de comienzos del siglo XIX hizo que la Corona perdiera casi la totalidad de sus colonias americanas. Para finales de siglo, apenas conservaba Puerto Rico y Cuba y, en el Pacífico, Filipinas y la isla de Guam. En abril de 1898, Estados Unidos intervino en la guerra de independencia de Cuba, iniciada tres años antes.
Mientras tanto y desde 1896, los nativos filipinos habían dado inicio a una insurrección. El líder independentista, Emilio Aguinaldo, logró llegar a la capital, Manila. El jefe militar español, Fernando Primo de Rivera (tío del futuro dictador de los años 20), consiguió repeler la embestida. Preocupado por lo que pasaba en Cuba, el gobierno español buscó algún tipo de entendimiento con Aguinaldo.
Al mismo tiempo que Primo de Rivera y Aguinaldo entablaban negociaciones secretas, los militares españoles se preocupaban por el abastecimiento de armas de los insurgentes. Así fue como se reforzó un pequeño destacamento en la isla de Luzón, a unos 270 kilómetros al norte de Manila: Baler.
Los soldados arribaron en septiembre de 1897. A comienzos de octubre, hombres de Aguinaldo atacaron a las tropas españolas, con la idea de que tomar Baler sería un golpe de efecto. Fue un combate que derivó en el preludio de lo que se viviría a partir al año siguiente: los sobrevivientes se atrincheraron en la iglesia. Otros se dispersaron en la selva y fueron capturados por los filipinos. A fin de año, los acuerdos entre Aguinaldo y Primo de Rivera derivaron en la liberación de los prisioneros.
Tropas en Baler
En enero de 1898, se dispuso el reemplazo del destacamento por 50 soldados del cuerpo de Cazadores, un capitán y dos tenientes, más un médico y tres asistentes de este. El 12 de febrero arribaron las tropas, al mando del capitán Enrique de las Morenas. Tenía 42 años y sufría de neuralgia. Tres días más tarde, se produjo el hundimiento del acorazado Maine en el puerto de La Habana. Fue la excusa para que Estados Unidos se metiera en Cuba.
De las Morenas instaló a sus hombres en la iglesia de Baler. Lo preocupaba que la insurrección volviera a tomar fuerza. Por eso utilizó la iglesia como cuartel, en caso de tener que sufrir un asedio. El capitán ordenó cultivar los terrenos de su destacamento para así tener alimentos. Para ello usó a los nativos, obligados a quince días anuales de servicio gratuito. No era un buen gesto en momentos en que una tenue paz se quebraba.
A fines de abril, el conflicto con Estados Unidos por Cuba se trasladó al Pacífico. Los españoles fueron derrotados en la batalla de Cavite. Aguinaldo, exiliado en Hong Kong, regresó a Filipinas en un barco estadounidense. El 1º de junio, cuando los rebeldes cortaron las comunicaciones, llegó a Baler la noticia de la derrota de Cavite. El 12 de junio, Aguinaldo declaró la independencia del archipiélago, mientras los barcos de la marina de los Estados Unidos apuntaban sus cañones hacia Manila.
Comienza el asedio
En los últimos días de junio, buena parte de los habitantes de Baler abandonó el pueblo. También hubo tres deserciones entre las tropas. El capitán ordenó prepararse para un probable asedio y los soldados comenzaron a llevar las provisiones a la iglesia. También recorrieron las casas vacías para buscar agua. El 30 de junio, una patrulla al mando del capitán Saturnino Martín Cerezo fue emboscada por rebeldes. Sufrieron un herido y pudieron replegarse en la iglesia al día siguiente. De las Morenas ordenó quedarse adentro para resistir. Ese 1º de julio comenzaba el sitio de Baler. Junto a tres misioneros, eran un total de 60 hombres.
Desde el primer día, y como consecuencia del corte en las comunicaciones, los españoles se negaron a dar crédito a los filipinos. De las Morenas dio por falso el anuncio que le hicieron llegar del ataque a Manila. Preparado para lo que podía ser un largo asedio, el capitán ordenó cavar, a instancias de Martín Cerezo, y a los cuatro metros de profundidad encontraron agua. También construyeron un horno para hacer pan y lograron improvisar una cocina.
Los filipinos comenzaron a enviar emisarios con notas en las que se informaba de la inminente capitulación española, instando a la rendición. Para mayor vergüenza de los atrincherados, quienes se acercaban con bandera blanca eran desertores. De las Morenas anunció que esos emisarios serían recibidos a balazos.
El 18 de julio, un tiroteo produjo la primera muerte entre los sitiados. El capitán volvió a negar una oferta para rendirse de forma honorable a los filipinos y anunció que si no eran los filipinos quienes se sometían a la Corona, el asedio solamente terminaría cuando no hubiese un soldado vivo dentro de la iglesia. El capitán filipino Calixto Villacorta respondió que no gastaría pólvora en los españoles, pero que no levantaría el sitio. Sin embargo, a fines de julio lanzó un ultimátum tras recibir cañones. A medianoche del 31 bombardeó la iglesia, pero la tropa de De las Morenas no izó bandera blanca. Casi a la misma hora, comenzaban los combates en Manila entre los soldados españoles y los de Estados Unidos.
El 3 de agosto, un soldado desertó y, gracias a su información, los filipinos atacaron por el norte, el flanco más débil de la iglesia. Los españoles pudieron rechazar la ofensiva. Días más tarde, España se rindió en Manila a las tropas estadounidenses. Los asediados de Baler pasaban a ostentar el nombre con que se los conocería: “Los últimos de Filipinas”.
Un enemigo dentro de la iglesia
Mientras el capitán De las Morenas mantenía su intransigencia y no cedía a la rendición, apareció un enemigo mortal dentro de la iglesia: el beriberi. Causada por una alimentación deficiente y la falta de vitamina B1, la enfermedad ataca los sistemas nervioso y vascular. Quien la contrae queda postrado, en estado de debilidad, hasta morir. En lengua nativa, “beri” quiere decir “no puedo”. De ahí su nombre, ante la falta de vigor físico. El sacerdote Cándido Gómez Carreño, uno de los tres religiosos en el sitio, fue el primero en sucumbir.
A fines de septiembre, y mientras moría un soldado por disentería, De las Morenas fue informado por carta de la caída de Manila y del fin del dominio español en Filipinas. El capitán consideró que era una treta para terminar el asedio. No dio crédito, ni tampoco a las informaciones que llegaron en los días siguientes.
España y Estados Unidos iniciaron en octubre negociaciones en París para cerrar el conflicto. En esas semanas, el beriberi causó cinco muertes dentro de la iglesia. La quinta fue la del capitán De las Morenas, el 22 de noviembre. El teniente Saturnino Martín Cerezo se hizo cargo de la guarnición y cortó todo diálogo con el exterior, convencido, como el capitán, de que llegaban informaciones falsas.
El 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París. España cedía a Estados Unidos los territorios de Puerto Rico, Guam y Filipinas y renunciaba a la soberanía de Cuba. Mientras Puerto Rico y Guam se entregaban como indemnización, el archipiélago fue cedido por 20 millones de dólares. Se había consumado el fin del Imperio, exactos tres siglos después de la muerte de Felipe II, el rey del que se decía que en sus dominios no se ponía el sol. El último vestigio imperial de España era una parcela en medio de la selva filipina, defendida por una guarnición asediada y diezmada.
En busca de alimentos
Cada tanto, había fuego de cañón contra la iglesia, en lo que era una guerra de nervios para forzar la salida de los soldados. El 14 de diciembre, Martín Cerezo quemó las naves en un intento por conseguir provisiones. Veinte soldados salieron con sigilo, rodearon la casa más cercana y le prendieron fuego. Las llamas se propagaron y los filipinos se replegaron. Los españoles aprovecharon para recoger frutas y verduras. No tuvieron bajas en la operación y así pudieron bajar los casos de beriberi. Además, pudieron plantar un huerto. En la incursión se llevaron vigas con lo que además pudieron reconstruir el techo dañado por los cañonazos.
Para Navidad, Martín Cerezo rechazaba la veracidad de los mensajes y los emisarios. Estados Unidos ya estaba en posesión de Filipinas. Emilio Aguinado, que se había proclamado presidente filipino, rechazó la entrada de Estados Unidos, que perpetuaba el status de colonia del archipiélago. El enemigo para los nativos ya no eran los españoles, sino las tropas estadounidenses.
Durante enero, los filipinos dejaron diarios en la puerta de la iglesia. Martín Cerezo dio las noticias por falsas. Miguel Olmedo, capitán de infantería, llegó a Baler el 15 de febrero, en momentos en que la antigua colonia estaba en guerra con Estados Unidos, un conflicto que se extendería hasta 1902 con la derrota de los independentistas. Dos días antes del arribo de Olmedo se produjo en la iglesia la que sería la última muerte por beriberi. La misión del capitán era intimar la rendición de la plaza, ya que España no tenía más injerencia en Filipinas y los nativos, en guerra con Estados Unidos, no consideraban enemigos a los antiguos colonizadores.
Olmedo se acercó a la entrada de la iglesia y pidió hablar con De las Morenas. Ignoraba la muerte del capitán. Martín Cerezo salió a parlamentar y no le informó el deceso de su superior. Como creía que era una maniobra filipina, le dijo que De las Morenas no recibía a nadie y ocultó que él estaba al mando. En rigor, le mintió a un superior y se negó a dejarlo entrar a la iglesia. Olmedo entregó un mensaje en el que se informaba la pérdida de la colonia y la orden de rendirse.
Martín Cerezo estaba convencido de que se trataba de un ardid y que Olmedo era un impostor. A su vez, el capitán desconfió del teniente. Había estudiado con De las Morenas y sospechó que estaba muerto o rehén de un motín. Al día siguiente quiso parlamentar para saber si su amigo, que llevaba tres meses muerto, tenía una respuesta. Lo recibieron a los tiros. Se fue convencido de que los soldados habían matado a De las Morenas.
Quien pudo haber enfrentado un motín fue el capitán Martín Cerezo. Evitó una deserción, que derivó en un juicio sumario, del que surgió que otros dos soldados también habían planeado irse de la iglesia. Los encarceló. Avanzar en la investigación de deserciones implicaba fusilar; hacerlo en ese marco rompía la autoridad del capitán sobre el resto de los soldados.
La incursión del Yorktown
En la primera semana de abril la escasez de alimentos agravó la situación, pero Martín Cerezo se mantuvo inflexible. El 11 de abril se sintió en la bahía de Baler el poder de los cañones del Yorktown, un barco de la armada estadounidense. Su misión: llegar, con permiso de los filipinos, hasta la iglesia. Un grupo de soldados se adentró en la selva y fue hecho prisionero por los nativos. Desde la iglesia se oyó un tiroteo. Los españoles pensaron que el barco venía a combatir a los filipinos.
Al teniente GIlmore, líder del grupo capturado, los filipinos le ofrecieron mediar ante los españoles y que se fueran todos en el Yorktown. El 13 de abril, los sitiados vieron acercarse a un soldado con la bandera de Estados Unidos. Informó a Martín que debían rendirse y que se irían todos juntos en barco. No hubo caso. Gilmore y sus hombres quedaron prisioneros de los filipinos hasta fines de 1899.
En los días siguientes se retomaron los ataques sobre la iglesia. En uno de ellos, uno de los soldados preso por querer desertar pudo escapar y le contó a los filipinos la situación: que De las Morenas había muerto y que casi no había comida. Los nativos intensificaron sus acciones pero fueron repelidos.
337 días atrincherados
A fines de mayo, el coronel Cristóbal Aguilar arribó a Baler y chocó con la obstinación de un Martín convencido de que era un emisario que se había pasado de bando. Aguilar tenía órdenes para evacuar a los últimos de Filipinas en el vapor Uranus. Embarcó solo y regresó a Manila el 2 de junio.
Ese mismo día, el capitán Martín Cerezo comenzó a hojear los diarios que había llevado Aguilar. Lo hizo con el convencimiento de que eran falsificaciones. Hasta que vio algo que le llamó la atención. Una noticia sobre traslados militares anunciaba que el teniente Francisco Díaz Navarro había sido destinado a Málaga. Lo conocía, era su amigo y se habían despedido cuando Díaz embarcó a Cuba. Varias veces le había contado a Martín el deseo de ir a Málaga, donde lo esperaba su familia. Era imposible que los filipinos hubieran falsificado eso.
Después de hablar con el médico militar Rogelio Vigil y los dos curas que estaban en la iglesia, Martín firmó la capitulación. Si bien los filipinos les dijeron que podían portar armas hasta el fin de la jurisdicción de Baler, optaron por dejarlas dentro de la iglesia. El 2 de junio de 1899 salieron 35 hombres. Habían pasado 337 días. En el medio, murieron 19 y hubo seis deserciones. Regresaron a España en septiembre y años después se repatriaron los cuerpos de quienes murieron en el asedio.
Los soldados y el médico Vigil recibieron condecoraciones de distinta graduación. La más alta distinción fue para Martín y, a título póstumo, el capitán De las Morenas. La iglesia de Baler hoy es un monumento histórico.
El capitán Saturnino Martín Cerezo murió en Madrid el 2 de diciembre de 1945, a los 79 años. Unos meses antes, en Asia, no muy lejos de Baler, soldados japoneses comenzaron a librar su guerra solitaria de décadas en la selva pese a la rendición imperial.