Milagros Caliva acaba de cumplir 26 años. Reflexiona y dice que, aunque joven, empieza una nueva etapa en su carrera. Vive sola hace siete años y por estos días se ha mudado a un departamento en Balvanera antes de emprender una gira por el Litoral argentino. Su abuelo, Carlos Loose, era misionero y fue su maestro musical. A los seis años le dio las primeras clases de bandoneón. “Me enseñó de manera auditiva, memorizando las teclas. Nada de técnica. Él tocaba chamamé”.
Hace tiempo, sin embargo, que siente que las raíces están en movimiento. Apadrinada por el Chango Spasiuk, que la suele invitar para tocar en la tevé pública, la agenda de Milagros es tan agitada como rica en experiencias. “Ahora quiero grabar un disco con música mía, haciendo fusión entre jazz, tango, folklore, música brasilera”, dice, con su voz suave, de ritmo lento. “Mis aliadas preferidas son la pianista Noelia Sinkunas y la contrabajista Belén López”.
Milagros se crió en La Matanza. Su madre, misionera; padre, salteño. El abuelo y sus tíos eran los únicos músicos de la familia. Son cuatro hermanos: dos pares de mellizos. Ella es la única que absorbió la música. “Amigos de mi abuelo venían a tocar a mi casa, zapaban hasta tarde. La música era como un juego. El primer tema que aprendí fue ‘Kilómetro 11’. Hasta mis 15 compartimos el mismo bandoneón con mi abuelo, él fue súper cariñoso conmigo. A los 8 empecé a tocar en su grupo y me empezaron a pagar. Ahorré peso por peso durante siete años y así compré mi primer bandoneón”.
La independencia arrancó bien de pequeña. Tocaba con el conjunto de su abuelo, pero a sus diez años Noelia armó el suyo. Grabó tres discos. Después fue invitada por los gemelos Blas y Ernesto Martínez Riera. Era la niña que deslumbraba en las bailantas chamameceras del conurbano bonaerense, allí donde todavía se juntan camadas de correntinos, paraguayos, misioneros, entrerrianos. También conoció los festivales del sur brasileño. Su abuelo falleció a sus quince: ese fue otro paraje de su reinvención, reconoce. “Me anoté en el conservatorio, me llené de otras músicas que ni sabía que existían. Me ampliaron el oído. Hoy sigo estudiando bandoneón en el Manuel de Falla, me faltan materias. No reniego de la tradición folklórica, es lo que aprendí, pero me siento a gusto con músicas más abiertas, más mezcladas. Es lo que me pasa con Noelia y Belén, cada una viene de palos muy distintos, y eso nos potencia”.
En 2018 rompió barreras y se fue a Francia. Declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, el chamamé pasó de ser un género regional a nacional y ahora en bastión musical de alcance universal. Dio conciertos en París con el guitarrista Martín Pérez, clínicas de chamamé en conservatorios, participó del documental Chamameceros dirigido por la francesa Claire Petavy y grabó con un ensamble conformado por franceses llamado La Típica Folklórica bajo la dirección de Alfonso Pacín. Poco después, en Holanda, amplió las fronteras del “chamamé sinfónico” en Tilburg, donde se juntó con la Orquesta de la Kamerata Zuid y el cantante Nino Zannoni: Milagros se encargó de la escritura de los arreglos. En su regreso a Argentina, fue convocada por Popi Spatocco para homenajes a Teresa Parodi y Mercedes Sosa e integró el notable ensamble folklórico Don Olimpio, con quien grabó su segundo disco, Mi fortuna. Sus lazos internacionales, pese a que todavía es veintiañera, no paran de crecer: en San Pablo, tocó Piazzolla con orquestas brasileñas.
“Soy esencialmente autodidacta. Mantengo mi huella audio perceptiva de haber aprendido con mi abuelo, de verlo tocar. Eso de memorizar y sacar de oído me resulta más fácil que estudiar”, se define, y nombra a sus bandoneonistas distinguidos: Isaco Abitbol, Tránsito Cocomarola, Dino Saluzzi, Anibal Troilo, Nini Flores. “Todos ellos tienen una búsqueda genuina, con una mirada personal. Me identifico en esas formas particulares de explorar el instrumento, no sólo en su sonoridad sino en sus improntas rítmicas y estilísticas”. En otros espectros, no deja de mencionar a Bill Evans, Tom Jobim, Pixinguinha, Oscar Peterson. “Son compositores que me resuenan, porque también me atrae componer, escribir en el papel. Ojo, la música no lo es todo en mi vida. También me gusta jugar al fútbol y pasar tiempo con amigos”.
En la faz autoral llevan su firma obras como “Sinfonías del alma”, “Bajo un cielo gris”, “Colonia Itá Curuzú”, “Noches entrerrianas” y “Rumor del amanecer”. Su toque expande las posibilidades del fueye, tal como se escucha en su exquisita reversión del rasguito doble “El hornerito”, junto a la Kamerata Zuid. Esta noche, por ejemplo, en la tercera de la Fiesta Nacional del Chamamé que se está realizando en Corrientes, tocará con una orquesta de cámara holandesa en una experiencia fuera de lo convencional. Como sesionista acaba de grabar con Nahuel Penissi, Patricia Gómez, Abel Tesoriere y está armando algo con Yamile Burich, saxofonista de jazz: “Interactuamos sobre obras folklóricas, haciendo como si fueran standards. Tocamos las melodías y después desarrollamos ideas”. Su faro es Sinkunas, la pianista con la que hoy parecen querer tocar todos: Milagros es parte de su banda y el sábado 29 participará del lanzamiento de Salve, un disco de música litoraleña, en el CCK. “Repensar la música popular argentina es la posta que seguimos nosotras, siempre sobre un profundo conocimiento de la herencia. Y Noelia es alguien que con su expresividad, talento y desfachatez abre grandes caminos”.
Capaz de integrar tanto orquestas de tango como de chamamé, con una vasta trayectoria de escenarios y cruces a temprana edad, a Milagros Caliva le gusta sentir que es una influencia para jóvenes mujeres que se acercan al bandoneón, en un mundo que sigue siendo predominantemente masculino. Pero ahora se concentra en otra faceta de su reinvención: encontrar una singularidad artística. “Nunca me sentí inferior ni tuve más dificultades con el fueye por ser mujer. Al contrario, siempre lo vi como una virtud. Hoy hay muchas bandoneonistas en el tango, aunque no tanto en otros géneros. Pienso que lo más importante es tener un norte como músico. Y para eso es clave dejarse influenciar por otros, porque es la única manera en la que como artista se puede construir una identidad propia”.