“La palabra es abismo. Es al mismo tiempo herramienta y conflicto. Comunicación y malentendido. Verdad y mentira. Habitamos en la confusión. Y en ella debemos construir nuestra subjetividad”. Esto piensa el psicólogo y psicoanalista Gabriel Rolón sobre la palabra, el elemento con el que trabaja primordialmente en el consultorio. Por eso no sorprende que haya elegido para su segundo libro el título Palabras cruzadas (Editorial Planeta). La obra se publicó por primera vez en 2009 y ahora el analista está presentando una edición definitiva con la inclusión de un nuevo caso. Es claro: de 2009 hasta la actualidad fueron muchos los cambios que se produjeron en la sociedad argentina, desde la lucha contra la violencia de género, pasando por los debates por las políticas de género, la legalidad del consumo de marihuana y el uso del lenguaje inclusivo, entre otros aspectos que no tenían la visibilidad que adquirieron en la actualidad.
Rolón explica cuánto cree que sirvieron en todos estos años sus libros para la gente que no es psicoanalista pero que le gusta leer de psicoanálisis a través de sus publicaciones. “Difundir una disciplina compleja como el psicoanálisis, la filosofía, la ciencia o la historia, es un desafío para el autor. El desafío de escapar de los límites de los conceptos duros y traducirlos de manera que resulten comprensibles para quienes o dominan esa disciplina”, comenta el autor de Historias de diván. “Se trata, además, de que la manera de hacerlo resulte atractiva y, por qué no, atrapante. No está mal que un libro sólo aspire a ser entretenido, pero en mi caso, sé que tiene que tener un plus, que cada una de mis obras debe generar alguna emoción y aportar ideas que el lector no tenía antes de leerlo”, completa.
Rolón comenzó a escribir en épocas difíciles para el psicoanálisis, “cuando el advenimiento de nuevas teorías deslumbraba y se hacía cada vez más notorio el intento de menospreciar la nuestra”, afirma. “Mi intención fue poner al alcance del lector el conocimiento acerca de qué y cómo funciona un análisis. Creo que, en ese sentido, pude aportar para que se entienda que el psicoanálisis es una práctica que sigue vigente y que los analistas damos batalla junto a nuestros pacientes en busca de una existencia menos dolorosa”.
-¿Por qué decidiste incorporar un nuevo caso?
-Porque deseé sumar a la versión original una historia más cercana en el tiempo a mi práctica clínica. Cuando escribí Palabras cruzadas, tuve que seleccionar algunos pocos casos de los muchos que podría haber utilizado. En el intento de darle al libro coherencia, me incliné por casos que tenían ciertas particularidades que les permitiera convivir en una misma obra. Pero eso fue hace doce años. Y los pacientes habían pasado por mi consultorio mucho tiempo antes. Tal vez por eso quise agregar uno que compartiera esa coherencia, ese rasgo en común con los anteriores, y me permitiera exponer una práctica más actual. Culturalmente han pasado muchas cosas en poco tiempo. Ahora tenemos matrimonio igualitario, reconocimiento de muchos derechos en cuestión de género y una contención para casos de violencia contra la mujer. Nada de esto existía cuando el libro salió por primera vez.
-¿Creés que el psicoanálisis estaba demasiado “academizado” como para llegar al público masivo?
-El psicoanálisis es una disciplina académica muy compleja. Tiene una teoría específica que lo sostiene y una terminología muy precisa. Eso lo vuelve de difícil acceso para quien no lo estudie con detenimiento. Por eso no resulta sencillo para la comprensión masiva. Hay que aceptarlo. No se trata de negar esta dificultad sino de hacer el esfuerzo de elevarse hasta el lenguaje cotidiano y encontrar ejemplos claros que iluminen conceptos oscuros.
-Es de suponer que en todos estos años, habrás recibido escritos o comentarios de personas a las que la lectura de algún libro tuyo les cambió en algo su vida. ¿Un poco escribís para que la gente pueda ver las cosas desde otra perspectiva?
-He recibido muchísimos comentarios de ese estilo. Pero no me engaño. Un libro no puede reemplazar el arduo trabajo que se realiza en un consultorio. Nadie se cura de una neurosis por leer un libro de psicología. A veces, y esta es la mayor de mis emociones, alguien se acerca y me cuenta que después de leer alguno de mis libros decidió analizarse. Ahí sí siento que de una manera muy lunar ayudé a que alguien cambie su vida. En cuanto a la pregunta, aportar algunos pensamientos que ayuden a que alguien encuentre una perspectiva diferente es uno de mis propósitos al escribir.
-¿Qué tenés en cuenta para elegir los casos y cómo fue para este libro?
-En primer lugar que el paciente en quien me inspiro esté de acuerdo. Después que el hecho de que escriba la historia no le cause ningún perjuicio emocional. Además, la historia debe tener aristas que resulten atractivas para el lector. Y por último que tenga coherencia con el resto de los casos que formarán parte del libro. Así fue en Historias de diván, Palabras cruzadas e Historias inconscientes.
-Decís en el prólogo que no se mencionaba cuando escribiste este libro el término “violencia de género”. ¿Cuánto crees que pueden ayudar este tipo de publicaciones a una mirada más precisa de lo que vive una sociedad?
-Cuando escribo una historia sé que muchos lectores se van a identificar con el caso porque alguien cercano, o ellos mismos, atravesaron o están pasando por una situación emocional parecida. Mostrar cómo un paciente en análisis pudo atreverse a enfrentarla puede aportar la sensación de que, por complejo que sea el laberinto, vale la pena buscar la salida. No siempre los casos que forman parte de mis libros terminan “bien”. Entrecomillo porque hay una idea acerca de cuál sería el resultado deseable. Y, a veces, el análisis tiene un desenlace distinto, pero no por eso menos válido. Pero creo honesto aclarar que al narrar un caso nunca busco generar una mirada social, sino personal y subjetiva, porque le ha servido a un paciente no necesariamente va a servirle a otro.
-Si bien cada caso es singular, ¿cómo describirías a un paciente de psicoanálisis, a diferencia del de otras terapias?
-El paciente del psicoanálisis es diferente al de otras terapias. Tiene que cumplir algunos requisitos para beneficiarse de nuestra práctica. Es alguien que está angustiado, que tiene una pregunta, un enigma que lo interpela. Debe tener, además, una hipótesis de por qué le pasa lo que le pasa, aunque sea equivocada. Es decir, debe tener la capacidad de pensarse. Tiene que asumir que algo tiene que ver con lo que le ocurre. Y además debe estar dispuesto a cuestionar todo lo que creía verdadero en su vida. Si no es así, creo que debería optar por otra alternativa terapéutica.
-¿El título del libro alude a palabras que se cruzan en la mente del paciente o en el analista puede suceder algo similar en un análisis?
-De eso se trata el análisis. De palabras que se cruzan todo el tiempo. Ya sea en la mente del paciente, del analista, entre ambos, incluso de palabras no dichas que no dejan de estar presentes todo el tiempo. Somos humanos porque habitamos un mundo de palabras. El psicoanálisis ilumina esta verdad e invita a preguntarnos qué palabras han hecho de nosotros lo que somos.
-Como te dijo un viejo analista, a veces te toca ser un personaje querido y, en otras ocasiones, un personaje odiado, pero que no es con vos el tema. ¿Cómo trabaja internamente eso el analista para que no afloren sus propias emociones?
-En especial, eso se trabaja durante la formación de un analista. Es decir, en su propio análisis personal. Es otra de las diferencias del Psicoanálisis. Podés ser cardiólogo sin haber tenido nunca un problema de corazón. Podés ejercer como terapeuta en otra disciplina sin haber ido a un psicólogo. En cambio, es imposible ser analista sin haberse analizado. No importa que tengas el título habilitante. Si no pasaste por el fuego del análisis, si no recorriste tus infiernos personales, si no te asombraste ante la aparición de tu propio Inconsciente jamás serás analista. Y es en ese recorrido donde se trabaja para poder analizar a alguien sin mezclar cuestiones afectivas personales.
-¿Por qué la gente suele pensar que a los psicólogos no les pasa nada cuando escuchan a un paciente?
-Porque nunca vivieron la experiencia. Es muy fuerte estar frente a alguien que te cuenta entre lágrimas que le acaban de descubrir una enfermedad terminal. O ante una madre a quien se le ha muerto un hijo. O ante una persona que ha descubierto una infidelidad y se siente devastada. Si esas circunstancias no te generan nada, no estás preparado para ser analista. Por el contrario, cuanto más profundamente te comprometés con el análisis más cosas te pasan. Pero es una obligación ética estar preparado para que esas cosas no interfieran en nuestras intervenciones.
-En un pasaje comparás tu trabajo con el de un cirujano: “Intento reducir el riesgo al mínimo, aunque debo estar alerta ante la posible aparición de lo inesperado”. ¿Es un momento de mucha tensión cuando aparece lo inesperado?
-Cuando se conduce un análisis siempre hay que estar preparado para que surja algo inesperado. De hecho, es el momento que más anhelamos. Porque de seguro que eso que no se espera, que rompe la lógica, que marca un punto de quiebre, señala la verdadera experiencia analítica: la aparición del Inconsciente. Pero hay que esperarlos con paciencia. Nada peor que un analista tenso o apurado.
-¿La angustia es mucho más auténtica que amar u odiar, donde alguien puede confundir esos sentimientos pero no puede confundirse de que está angustiado?
-Así es. Lacan señaló que la angustia es la única emoción que no engaña. A veces creemos amar y después comprobamos que estábamos equivocados. Lo mismo pasa cuando sentimos que somos felices o estamos enojados. En cambio cuando aparece la angustia no hay posibilidad de error. Porque las palabras desaparecen y aparece la taquicardia, la sudoración, la dificultad para respirar, es decir, es el cuerpo el que habla.
-¿Por qué decís que la angustia “es un silencio lleno de sonidos”?
-La angustia y la palabra se excluyen. Una persona angustiada no puede hablar. Es esa que llora en silencio, que pide que se la deje sola. Es decir que se trata de una experiencia silenciosa. Sin embargo, el silencio puede ser la más potente de las palabras. En ese mutismo habitan todos los sentidos posibles. Todo lo no dicho. Además, te aseguro que la angustia se escucha. En el llanto, en el suspiro, en la respiración agitada, y en ese ruido particular que generan los pensamientos.
-¿Por qué también decís que el amor es antes que nada un acto de reconocimiento?
-Porque de eso se trata sentirse amado. De recibir de otra persona la sensación de que para ella somos diferentes a cualquier otro. Que somos únicos. Por eso cuando dice “te quiero”, cuando nos abraza, nos besa o hace el amor con nosotros, nos reconoce como alguien distinto. Como si, por un instante milagroso, fuéramos el ser más importante del mundo. Tranquilo. No dura demasiado. Pero, mientras tanto, nos regala un instante de felicidad.
-¿Muchas veces tuviste que decir en un análisis “Lo que no se resuelve se repite”?
-Lo he pensado en casi todos mis análisis en algún momento. Pero no lo he dicho tanto. A veces, puede transmitirse esa idea sin necesidad de formularla.
-¿Por qué suele ser horrible para el analista que un paciente le diga “Sabía que me ibas a decir eso”?
-Porque la intervención analítica debe sorprender al paciente. Es el único modo de habilitar miradas que antes no existían. Cuando un paciente nos adivina demasiado, es hora de pensar en una derivación.
-¿Por qué el análisis siempre tiene un costo?
-El ámbito analítico es muy particular y la relación muy intensa. El paciente debe estar comprometido, hacerse responsable de ese espacio y ese profesional que lo esperan cada semana a la misma hora. Es el primer movimiento para que se haga cargo de su curación. Además, el pago deslibidiniza la situación. ¿Qué quiere decir eso? Que rompe la ilusión posible de que el analista nos atiende “porque nos quiere” o “porque le gustamos”. No. Nos atiende porque estamos dispuestos a comprometernos con el trabajo analítico. Y una manera de demostrarlo es que, mucho o poco, pagamos por él.
-¿Cómo se les puede explicar a los confundidos que el analista no debe buscar el bienestar del paciente sino ayudarlo a descubrir quién es y qué desea? ¿Te cuesta esto? ¿Lo notas muy frecuentemente?
-Sí. Es un tema que debe ser trabajado. El análisis no persigue un fin terapéutico, aunque también lo logra. El análisis no intenta que el paciente se sienta mejor, sino que descubra la verdad que lo recorre. A veces esa verdad es dolorosa. En ocasiones el paciente preferiría ignorar, por ejemplo, que sus padres no lo amaron, o que algunas decisiones pasadas son la causa de su dolor. Pero la búsqueda del bienestar no es nuestra brújula. Si así fuera, perderíamos esa especificidad que hace del psicoanálisis, cito a Lacan, una terapia que no es como las demás terapias.
El diván en Mar del Plata
Luego del éxito obtenido durante diciembre de 2021 en el Multiteatro Comafi, realizando 18 funciones completamente agotadas, Gabriel Rolón presentará su nueva obra teatral Palabra plena el lunes 7 de febrero en el Teatro Radio City (Mar del Plata). Será una única función. Las entradas pueden adquirirse ingresando a www.plateanet.com o en las boleterías del teatro. Palabra plena está pensada como un encuentro con el pensamiento y la emoción, con profundidad. La dirección es de Carlos Nieto, la música original de Gabriel Mores y producción general de Martin Izquierdo y Fen López.