La noticia de que uno de los más grandes y generosos corazones que conocí dejó de latir me masacró: el corazón de Thiago de Mello.
Hace poco supe por un amigo que su memoria, que siempre consideré infinita, se estaba yendo. Pues ahora se fue para siempre.
Nos conocimos en Buenos Aires, en su rápido paso luego del golpe sangriento que en septiembre de 1973 liquidó a Salvador Allende y a la democracia en Chile, donde él – que antes había vivido años en Santiago – se exilió de la dictadura brasileña de 1964.
Me acuerdo de un hombre angustiado e indignado, pero lleno de fe en la vida. Hablamos de nuestro país y de sus tiempos chilenos, de su cercanísima amistad con Pablo Neruda. Contó cómo fue traducir a Neruda y ser por Neruda traducido. Hablamos de su dolor por haber visto la patria adoptiva ser destrozada.
Poco después Thiago viajó a Lisboa, donde volvimos a encontrarnos en 1976, cuando a mí me tocó salir fugado de la Argentina de Videla.
A partir de ese rencuentro nos acercamos para siempre. A veces pasábamos un buen tiempo sin vernos, pero cuando nos encontrábamos era como si estuviésemos juntos el pasado sábado. Así fue en Cuba, en México, en toda parte.
Con su poesía Thiago fue figura crucial para generaciones, y no solo en Brasil. Traducido a más de treinta idiomas, echó raíces profundas por toda Hispanoamérica.
Sí, sí: traigo en el alma océanos y cordilleras de cálidos recuerdos de ese generoso y solidario amigo.
Una, sin embargo, tiene espacio especial en mi memoria.
Fue en Lisboa, a mediados de 1978. Tuvimos una larga y dolorida charla en su modesto departamento. Me contó que había decidido regresar a Brasil. Todavía no había amnistía, y Thiago era odiado – con toda razón – por la dictadura.
Le dije que me parecía locura. Me contestó que quizá, pero que la dignidad le exigía regresar.
Sabía que al llegar lo detendrían. “Tu nombre y tus teléfonos están en mi libreta. Los voy a borrar”.
Le dije que ni pensar. Yo no pensaba volver y no me harían nada.
Él me dio las gracias. Dijo que era una manera de estar a su lado.
Así era Thiago, siempre queriendo proteger y estar cerca de los amigos.
Adiós, poeta querido. Hasta siempre.