Nombre y rostro reconocidos para el gran público, Fernando Fernán-Gómez (1921-2007) contiene muchas facetas: actor, escritor, guionista, director. Además de intérprete insoslayable, uno de los realizadores fundamentales al momento de pensar la historia del cine español, junto a otros igual de insignes como Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem. Por estos días, la Red de Centros Culturales de AECID junto con el Instituto Cervantes y Filmoteca Española (ICAA) celebra el centenario de su nacimiento (Fernán Gómez nació en Lima, a raíz de una gira artística de su madre, pero fue inscripto en Buenos Aires y la nacionalidad argentina la mantuvo) y lo hace con cuatro producciones valiosas.

Cada una de ellas podrá verse a través del sitio web de Parque de España Rosario, y estarán disponibles durante 48 horas a partir del horario de las 20, según el día indicado. El viernes pasado fue el turno del cortometraje F.F.G. Un retrato (1976), de Jesús García de Dueñas, realizado a partir de fotografías y el rescate de audios del actor; de por sí, un trabajo valioso, habida cuenta de la imposibilidad de ser visto por otros medios. Allí se le escucha decir a Fernán-Gómez que “el cine me hace feliz”. Una felicidad no exenta de problemas con la censura franquista, ya presentes en su primer largometraje como realizador: Manicomio (1954), co-dirigido con Luis María Delgado, y ofrecido desde el día de ayer por el ciclo de Parque de España.

Manicomio es, a todas luces, una película sorprendente. La censura prohibió el guión, y luego lo permitió con varios cortes debido a las molestias ocasionadas por la sorna con la cual se aborda la locura. Desde luego, el manicomio de Fernán-Gómez y Delgado oficia como micro-mundo potente, que despliega su fuerza poética en los deslices de las imágenes y sus confusiones, como expresiones sintéticas de un todo mayor, esto es, la sociedad misma. Como una variación de la película alemana El gabinete del Dr. Caligari (una variación consciente y evidente, así como la que profesa La isla siniestra, de Martin Scorsese), los personajes se desdoblan entre quienes dicen ser y la pesadilla del relato; de este modo, una serie de historias se encadenan mientras Carlos (Fernán-Gómez) visita a su novia en esta casa de cuidados mentales, donde ella trabaja. El desliz de la imagen (anunciado en los decorados, en una geometría que se disgrega) vendrá dado por los cortes de montaje, cuando quien narra la historia de un “loco” aparece –vía flashback– como protagonista, y da confusión a lo visto: ¿narra el cuerdo o el loco?; si el rostro es el mismo, ¿quién es quién? Confusión que el desenlace –otra vez el espíritu de Caligari– no hará más que resaltar, al erosionar las fronteras que dividen y hacer volar por los aires los gestos y comportamientos más habituales, por clasistas e institucionales; entre ellos y sobre todo (porque aquí está la columna del film), el del matrimonio y la familia.

Por si fuera poco, todo esto enhebrado en una sucesión de historias que versionan relatos de Edgar Allan Poe (“El método del doctor Brea y del profesor Pluma”), Ramón Gómez de la Serna (“La mona de imitación”) y Aleksandr Kuprin (“Una equivocación”). Es una película hoy pasible de ser relacionada con otras de índole similar, por episódicas, como la británica Dead of Night (1945, varios directores) y la argentina Obras maestras del terror (1960), de Enrique Carreras con Narciso Ibáñez Menta. Pero para la filmografía española, por la época cuando fue realizada, significa una rara avis. Tampoco tuvo una respuesta favorable por parte del público; en todo caso, este ir y venir entre éxitos y desaires será una suerte de sello para la trayectoria del Fernán-Gómez cineasta, algo que de ninguna manera mermó su capacidad poética.

En una escena de Manicomio.

Entre este film y el programado para el próximo viernes 21 –El extraño viaje (1964)– se cubre una década y en ella hubo un díptico ineludible, de humor corrosivo: La vida por delante (1968) y La vida alrededor (1959); más una película ejemplar, intolerable para la censura: El mundo sigue (1955), basada en la novela de Juan Antonio de Zunzunegui, y que es una de las obras maestras del director; se prohibió su estreno y la censura disoció el encuentro con el público. Es en esta misma estela donde se inscribe El extraño viaje, de un clima negrísimo, ambientada en un pueblito cercado por los rumores cotidianos, el baile de club, los rezos, y la frontera con una Madrid tan imaginada como moderna. El guión toma por premisa una idea de Luis García Berlanga y concibe una película inaudita. Podría pensarse en una comedia, también en un policial con toques de terror. En todo caso, lo que surge es un fresco conmovedor, porque sus personajes son, algunos, odiosos, y otros torpemente culpables. Hay dos hermanos con problemas mentales, una mujer adinerada y amargada (“doña Drácula”, le dicen), una chica sinuosa que sueña con la ciudad (a quien se juzga y mira libidinosamente), una pareja que se promete un matrimonio feliz, y cantidad de parroquianos y viejas de vereda que cuchichean, se empastillan y santiguan. Todo conjugado por una mirada despiadada y genial. La película, justamente, es magistral, y su humor –que a veces trastoca en mueca– guarda larvado el mismo ánimo terrible de El mundo sigue.

El programa concluye el viernes 28 con La lengua de las mariposas (1999), de José Luis Cuerda, en donde Fernando Fernán-Gómez ofreció una de sus caracterizaciones más recordadas, aquí en la piel de un maestro de primaria, republicano y de vida pueblerina, durante los albores de la guerra civil: en su último año de trabajo, previo a jubilarse, traba una relación afectuosa con un niño cuya mirada, de miedo y libertad en ciernes, sintetiza la contradicción de una España herida, que el desenlace del film hace elocuente (lo recordarán rápidamente quienes hayan visto la película). El guión –basado en el libro ¿Qué me quieres, amor?, de Manuel Rivas– fue escrito por otro maestro: Rafael Azcona, usual partenaire del cine de Berlanga.

Cada quien hará su elección, pero para estas líneas finales se elegirá recordar el protagónico de Fernando Fernán-Gómez en El espíritu de la colmena (1973, Víctor Erice), una de las obras maestras de toda la historia del cine; y El viaje a ninguna parte (1986), dirigida y protagonizada por él, un verdadero film de amor actoral, donde José Sacristán, el cómico errante, es víctima de sus propias ensoñaciones. Matices mediante y desde otro punto de vista, Tim Burton filmó una de sus mejores películas con esta misma temática en El gran pez (2003).