Si siempre está llegando, “Pichuco”. Tal vez no con la intensidad de cuando, al cumplirse cien años de su nacimiento en 2014, su nombre, sus músicas y su vida explotaron en mil homenajes aquí, allá y en todas partes. Pero siempre está llegando. Y esta vez –como tantas otras, claro-- en forma de libro. Siempre estoy llegando se titula, justamente, como la frase que el mismo Aníbal Troilo inmortalizó en la narración de “Nocturno a mi barrio”. Lo pueblan generosas 463 páginas. Y lo escribieron a cuatro manos, el productor, cantante, compilador y melómano, Fernando Vicente, y Javier Cohen, guitarrista y docente. “¿Por qué Troilo?, bueno, básicamente por algo inexplicable: la emoción que trasmiten sus interpretaciones, esas que te mejoran la vida”, contestan ambos, al unísono.
Y fundamentan, claro: “Tal vez él no sea un crossover como Piazzolla o Gardel, pero escuchar a su orquesta es el medio ideal para empezar a comprender en profundidad al tango. Troilo, tanto como Gardel y Astor, son figuras icónicas inspiradas en otros artistas menos relevantes, y al mismo tiempo inspiradores para los artistas que vinieron después… es que 'Pichuco' siempre está ahí, esperándote”, coinciden los autores de Siempre estoy llegando (el legado de Aníbal Troilo), recientemente publicado por la editorial Libros del Zorzal.
De escuchar sus orquestas pues entonces se trata el trabajo. De escucharlas, pero a través de la palabra de muchos músicos que los acompañaron; del tamiz de perspectivas musicológicas que –felizmente- los autores bajan a lenguaje humano; de la digitalización de los manuscritos de la orquesta a la que los autores tuvieron acceso; de la lista de arreglos, formaciones y discos, que configuran la coda final. Y, fundamentalmente, de las causas que lo llevaron a ser un personaje reverenciado musical y humanamente tanto por sus pares como por sus admiradores.
Para ello, Cohen y Vicente dividen vida y obra del personaje en cuatro etapas, y pendulan entre la “objetividad” técnico-musical, y una entrañable pintura subjetiva sobre el personaje. “Esta fue una de las premisas fundamentales”, asegura y acentúa Cohen. “Me refiero a salir del museo y hacer una guía de apreciación musical apta para todo público. No sé si teníamos una estrategia narrativa para lograrlo, pero sí estaba clara la intención de hacer un libro acerca de la argentinidad, contada a través de la obra de un músico popular”
-Se puede pensar a Troilo desde varios ángulos, está claro, y de hecho ustedes lo hicieron, pero ¿cuál primó?
Fernando Vicente: -El de la selección durante treinta y pico de años de un repertorio exquisito que aún sigue vigente, y el del modo de abordar cada obra a interpretar.
Javier Cohen: -Primó también su dimensión como músico, inclusive con más importancia que como compositor o bandoneonista. Digo esto sobre todo porque ya se han escrito varios libros acerca de su figura, pero centrados en un plano más personal, de manera que un libro de análisis musical, o como nos gusta llamarlo una "guía de apreciación musical", es un ángulo que resulta un buen aporte.
Los roles de ambos autores están bien diferenciados. Mientras Cohen centró su labor en la clasificación, y el estudio de centenares de partituras de la orquesta de Troilo que conservaba su familia, y en transformar en legibles aspectos técnicos, Vicente aportó su minucioso conocimiento de las grabaciones del músico. “Digamos que yo me encargué de detenerme en las obras y los acontecimientos que consideraba relevantes, relacionándolos con alguna anécdota que los ilustrara. Y, como además canto, me interesó hablar de las características, la personalidad y la influencia que tuvieron en el sonido de la orquesta algunos de sus cantores”, cuenta Vicente, sobre su rol específico en la cocina del libro. Agrega Cohen: “Fernando fue un gran sostén desde lo histórico, lo cronológico y lo técnico, ya que desde allí yo pude concentrarme estrictamente en los aspectos musicales y el ordenamiento de las diferentes etapas que nos ayudaron para estructurar la narrativa”.
-¿Por qué decidieron enmarcar el relato en cuatro etapas musicales y emocionales para abordar este “asunto inmenso”, como lo llaman?
J.C.: -Justamente por lo inmenso del asunto (risas). Es decir, en la posibilidad de agrupar una serie de grabaciones que acoten el tiempo de dedicación para su apreciación, además de darle una connotación filosófica-musical, ya que los nombres de las etapas tienen esa intención. Por una lado esto hace más larga la lectura ya que a la gente le dan ganas de escuchar las versiones a medida que las vamos contando; pero por otro permite el abordaje de más de 30 años de grabaciones maravillosas que pueden, como pasa con los grandes clásicos, disfrutar una y otra vez descubriendo siempre algo nuevo.
-¿Cómo se podría resumir lo que ustedes llaman “el legado de Troilo”, en el subtítulo del libro?
F.V.: -Bueno, entre los diez o veinte tangos más conocidos e interpretados en la actualidad probablemente no falten “Malena”, “Uno”, “Quejas de bandoneón”, “Naranjo en flor”, “Sur” y “La última curda”, todos popularizados por su orquesta. Luego, está la valoración de su obra, tanto entre los músicos que fueron sus contemporáneos como los de las generaciones posteriores hasta llegar a la actualidad. Y por último, la vigencia de su estilo... Si hoy en día escuchás a una orquesta de tango en la que el pianista acentúa exageradamente los tiempos 1 y 3 mientras en 2 y 4 toca un bajo indefinido podrías decir que hace el estilo Pugliese. Si hace uso de ostinatos o 3-3-2 frecuentes, dirías “esto es Piazzolla”. Todas las demás orquestas son troileanas, pero cuando las escuches no vas a decir “esto es Troilo”, vas a decir “esto es tango”.
J.C.: -Por un lado hubo un primer legado que sucedió incluso con sus contemporáneos, que ya vieron en él un tango distinto, lírico y canyengue a la vez, respetando a sus antecesores y sus maestros, al tiempo que dosificaba magistralmente nuevas ideas y nuevos perfumes, musicalizando los cambios de su tiempo. Después, vinieron los artistas que lo sucedieron, pero más aún su gran legado, y con el tiempo como aliado esencial, estoy convencido de que son grandes obras del rock nacional
-Sorprende ¿cuáles, por caso?
J.C.: -“Los libros de la buena memoria”, “Viernes 3 am” o “Carabelas Nada” --por solo nombrar tres temas y tres artistas-- hubieran sido inconcebibles sin la existencia de “La última Curda”, “Garúa” o “María”. Otra cosa: hoy, los pibes que deciden valientemente dedicarse al tango, redescubren indefectiblemente un artista excepcional que sigue marcando tendencia.
-A propósito, ¿fue vanguardista Troilo al pensar en hacer convivir vanguardia y tradición?
J.C.: -Fue vanguardista no solo musicalmente sino también socioculturalmente, aceptando e incluyendo en su menú no solo las destrezas de los más radicales estetas del tango como Argentino Galván o Ismael Spitalnik, sino también la amable innovación que venía de la mano de Julián Plaza o Raúl Garello. También y desde muy temprano en su orquesta supo lidiar con la genialidad y el pragmatismo de Astor, que no siempre era jardín de flores. Pero lejos de enojarse o apartarlo de su obra, tuvo la paciencia y la inteligencia de ver lo bueno que habitaba allí, algo que el mundo entero descubrió años más tarde.
-¿Está en lo que llaman “el buen gusto”, la clave de esta historia?
F.V.: --Entiendo que sí, en el buen gusto, y el equilibrio. Aún en las grabaciones monumentales de “Pichuco”, desde fines de los años cuarenta en adelante siempre hay discreción en su música, jamás frivolidad ni exhibicionismo. Es más, hay algo que sólo tienen los elegidos: ya a sus 18 años se lo puede ver tocando con total naturalidad en el marco revolucionario que significaba actuar en cine en Los tres berretines, una de las primeras películas sonoras argentinas.
-¿Qué lugar de autonomía creen que ocupa el libro, ante tanta obra escrita sobre Troilo? En 2014 estalló una producción muy prolífica sobre su figura, sin ir más lejos.
F.V.: -Sabiendo de la existencia de páginas maravillosas dedicadas a su figura por próceres como Oscar del Priore u Horacio Ferrer, pensamos que podíamos aportar una visión desde lo musical, que es por lo que básicamente nos acercamos a Pichuco.
J.C.: -Justamente, al haber leído con placer Toda mi vida de Del Priore, y El gran Troilo de Ferrer creímos que esta dimensión estrictamente musical era un buen aporte. Esto es lo autónomo que propone Siempre estoy llegando, y creería que es una linda pieza que aporta al mapa troileano para todo aquel que gusta embarcarse en ese viaje.
-Es muy intensa la manera en que lo que llaman el “don de gente” de “Pichuco” impregna su música ¿podrían extenderse en este aspecto?
F.V.: -Creo que la célebre generosidad de Troilo se vio reflejada en sus interpretaciones. Si bien tanto él como sus colaboradores fueron excelentes músicos, jamás puso el virtuosismo por delante de la expresividad y su orquesta siempre estuvo al servicio de la obra a interpretar. Por eso, hay tantas correcciones que no son borrones sino tachones amables que permiten leer lo que se corrigió en muchos de los arreglos que le presentaban sus orquestadores. Él decía “tengo la suerte de que a la gente le gusta lo que a mí me gusta” y eso habla de una intuición extraordinaria.
J.C.: -Yo creo que la música es una suerte de destilada del alma, y esto que parece un piropo romántico en realidad también puede verse como un juicio cruel, ya que de alguna manera quiere decir que uno no puede escapar a su esencia. Esto se ve en el cine, en la literatura, e inclusive en el fútbol, dado que en la cancha no se puede caretear lo que uno realmente es, quiero decir. Algo así como algunas actividades que filtran la conciencia y conectan con un lugar interno del cerebro o del corazón. Ahí Troilo parece ser el ejemplo mayor en el hecho de que aquel don de gente parece haberse filtrado en el sonido de su música, incluso sin la intención consciente del propio “Pichuco”… aquí parece radicar un poco el secreto.
-¿Qué es “saber de música”? Nodal la pregunta que te hacés, Javier
J.C.: -Yo creo que la música es un universo tan enorme que ofrece infinitos caminos para lo que podamos llamar “saber de música”. Desde ese lugar creo que el saber de Troilo es comparable con el saber de Roberto Grela o de Spinetta, que coinciden con muchos músicos populares en que, por ejemplo, su talento no incluyó la capacidad de lecto-escritura musical. Creo que la música es como el vino, son artes en los que hay lugar para la intuición y la formación académica, pero ninguna de las dos garantiza nada. Solo aquel que se dedica con devoción y seriedad, quizás tenga la chance de mejorarle la vida a quien beba o escuche el fruto de su obra. Creo que en definitiva lo troileano es esa conciencia.