Acalorados, decalorades, encaloradas; hastiados, estiades y hostiadas; caniculades, veranófobos, hipertérmiques, calentitos. Ardientes y fogoses; Fuego, Fiebre y Carne; bocho-horneados, achicharrades, caldadas, ensopados, guisados, pochés, pasados por agua y fritos: ¡HACE CALOR!
Y cuando hace calor, se consume más agua. Y más electricidad. Y cuando se corta la electricidad, se corta el agua. Y ahí aparece el ex Sumo Maurífice ofreciendo el más caro servicio de mentiras, embustes y falsedades que los ciudadanos puedan pagar al contado (los postnet y los celus no funcionan: no hay luz). Se queja de los cortes de ahora (lo cual es razonable, hasta ahí), peeero... olvida comentar que durante su gobierno, en medio de una catarata de tarifazos digna de competir con las del Iguazú (aunque menos atractiva para el turismo), dejó sin luz no solo a todo el país, sin distinción de clases, credos o géneros, sino también a territorios vecinos del Uruguay, Paraguay, etc., ya que, a la hora de garcar a la gente, las fronteras eran meras excusas, límites que su creatividad maligna atravesaba sin pudor ni pasaporte.
También en las olas de calor se pone en juego lo mejor y lo peor que tenemos: nosotros mismos. Y hay quien, por cuidado hacia los seres vivos y el mundo en el que vivimos, regula los recursos y, por ejemplo, pone el aire acondicionado a 24 grados, cuando y donde lo necesita. Y también quien, en nombre de la libertad de mercado, y de “sus” derechos (solamente suyos) enciende cinco aires a 17 grados y cambia cada media hora el agua de su pileta inflable. Ni siquiera le teme a la tarifa de electricidad. Cree que “pagar más” es un signo de distinción (“Une distinguide pelotude”, vendría a ser).
Mientras tanto, la pobreza se hace endémica en el mundo (del que no estamos aislados) y varios laboratorios creen tener la vacuna que, a diferencia del resto, no actúa socialmente evitando los contagios, sino salvando solamente a quien se la aplique.
Y es probable que muchos que se niegan a ponerle el bracito a la anticovid (quizás para no perder el derecho a contagiar, si se la llegaran a agarrar), sí corren raudos a adquirir la “antipobrid”, que les permite seguir disfrutando esa obscena meritocracia imaginaria en la que creen habitar.
Mientras tanto, nuestro eclownomista de cabecera (dicho esto con total respeto y cariño a los clowns y a algunos economistas que no mezclan ambas disciplinas o, si lo hacen, al menos distinguen cuál es cuál), decidió sortear su dieta como manera de conseguir millones de datos de nuestros ciudadanos sin necesidad de espiarlos. Voluntariamente, argentinos, tinas y tines de todas las edades y edados se anotaron en la rifa libertaria. “El sueño argentino: vivir del sueldo de otro”, diría alguien que nos odiase mucho.
Sigue haciendo calor, y es probable que algún sector de la oposición haga “la marcha de los abrigos” exigiendo la inmediata devaluación de la temperatura, y que ese mismo gobierno que se opuso al pacto fiscal “para no subir impuestos” decrete la suba del precio de los acondicionadores de aire para que nuestra clase media, cada vez menos pudiente, goce envidiando a los elegidos iluminados y piense: "En este momento, en Europa y en Estados Unidos nieva... y nosotros acá, sufriendo".
De todas maneras, acaloradites míes, hay que seguir cuidándonos del COVID, de la pobreza, de la infodemia, del golpe de calor (duro o blando) y del lawfare. Hay quien recomienda decir cada dos horas “MMLPQTP”: parece que no refresca, pero alivia.
Sugiero acompañar esta columna con el video "El agua en Gual Strit”, de RS Positivo (Rudy-Sanz).