En un presente caracterizado por una explosión inédita de contagios, los médicos intensivistas de Argentina son los profesionales que vuelven a concentrar todas las luces. A los que fallecieron durante la pandemia, se suman aquellos que, sobrepasados, decidieron abandonar la especialidad. Los que quedan están muy estresados por licencias que nunca alcanzan a tomarse; sencillamente, el coronavirus no permite relajarse. A partir de la tercera ola motorizada por Ómicron, si el 14 de diciembre la ocupación de camas de terapia intensiva era de 742, un mes después trepó a 2.268. Aunque aún se está lejos del máximo histórico de ocupación (7.969 camas en junio pasado), la presión se incrementa y los especialistas consultados por Página/12 aseguran que “no podrían bancar otra situación de colapso similar”.
Arnaldo Dubin, jefe de Terapia Intensiva del Sanatorio Otamendi, traza un diagnóstico del escenario actual: “La situación epidemiológica está descontrolada, el aumento de contagios es brutal. Realmente dudo de que estemos ingresando en una meseta, lo que saturó durante estos días fue el sistema de testeo. La positividad llega casi al 60 por ciento, estamos lejos de una endemia y de una nueva normalidad”. A la par de los contagios, se produce un incremento en la ocupación de las terapias intensivas. Desde aquí, el profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata y miembro de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) apunta: “Desde hace varias semanas se produce un incremento exponencial de las internaciones por infecciones graves, de hecho, en los últimos diez días se duplicó la ocupación. Es cierto, estamos lejos de saturar como en la ola anterior, pero la tensión está aumentando”.
La tensión está aumentando y se hace sentir. Así lo refiere Cristina Orlandi, médica intensivista y vicepresidenta de la SATI: “Si continúan estos números, llegará un momento en el que no habrá camas disponibles y que, nuevamente, tendremos que postergar la atención de pacientes con otras patologías. Tenemos la obligación de dar respuesta a los que tienen covid, pero también a los que afrontan otras enfermedades y merecen un lugar”. Una de las diferencias con respecto a la ola anterior es que, durante la actual, las camas ocupadas están distribuidas de manera más equitativa entre pacientes covid y aquellos que son atendidos por otros cuadros. Individuos que, por ejemplo, tenían cirugías programadas previamente a la pandemia y, como en los meses previos a diciembre la situación no había explotado, decidieron avanzar hacia su internación.
Cifras de (pre)ocupación
De acuerdo a la Sala de situación covid, la ocupación actual de las camas UTI en el país es de 41.7 por ciento a nivel nación y de 41.4 por ciento en el AMBA, para pacientes que acuden para tratar todas las patologías al sector público y privado. Dubin, sin embargo, discute esos porcentajes: “Dudo realmente de que esos números reflejen lo que realmente sucede”. Y para sostener su postura se refiere a un informe confeccionado por la SATI, con fecha del 10 de enero, al que accedió este diario. Según un relevamiento realizado por la organización, en base a 2.225 camas de adultos (pertenecientes a diferentes instituciones públicas y privadas del país), estimaron una ocupación del 75 por ciento. Un 22 por ciento de esa cifra, correspondía a pacientes con covid y la mitad de ellos contaba con vacunación incompleta o nula.
Por otra parte, con respecto a las unidades de terapia intensiva pediátricas, teniendo como referencia un total de 525 camas, hallaron que la ocupación es del 61 por ciento y un 10 por ciento son niños o niñas con covid. De ese total, el dato a destacar fue que el 75 por ciento tenía su esquema de inmunización incompleto, o bien, sin comenzar. Sobre este aspecto, consultada por la diferencia entre el porcentaje informado por el Ministerio de Salud y los resultados a los que arribó SATI, Orlandi comparte un punto de vista similar al de Dubin: “No entiendo en dónde reside la explicación de la diferencia. Nuestro estudio es una muestra, pero no deja de ser representativa de, aproximadamente, el 20 por ciento de total. Por supuesto que hay variaciones entre una y otra provincia, pero la ocupación es más alta de lo que se reporta”.
“No damos más”
“Nunca en mi vida tuve un enero con tanto trabajo, hay demasiada carga y lo peor es que va en aumento. De la mano de la ocupación y del estrés de los intensivistas viene el incremento de las muertes. No me sorprenden los 138 muertos que se notificaron el jueves”, subraya Dubin. Si la ciudadanía está cansada de la pandemia, cuánto más lo estarán los profesionales de la salud que concentran sus esfuerzos en el campo de las terapias intensivas. Según se ha revelado a nivel global, mientras los gobiernos pueden multiplicar camas, respiradores y otros insumos, con los recursos humanos formados en esta especialidad no sucede lo mismo. El cansancio se siente y cada vez resulta más pesado. “Mis compañeros de trabajo no dan más, ya vamos dos años de intenso trabajo. El sistema colapsó durante la ola pasada por la sobrecarga brutal que tuvimos médicos, enfermeros, kinesiólogos, camilleros, mucamas. Todo desbordado: por más voluntad que pongás, cuando te cansás rendís menos”, expresa el referente.
Luego recurre a una metáfora deportiva: un corredor puede marchar durante una distancia considerable, pero una vez que se fatiga, por más voluntad que ponga, correrá cada vez más despacio hasta que en un momento frenará de manera definitiva. Bueno, con los intensivistas ocurre lo mismo: a medida que pasa el tiempo y se acumula cansancio, el trabajo resigna calidad. El conflicto es que, en este ámbito, resignar calidad redunda en la incapacidad de salvar más vidas. Por este motivo, el marcador del colapso sanitario es el aumento abrupto de la mortalidad, que se advirtió durante el pico de la segunda ola cuando Argentina llegó a jornadas que promediaban las 700 muertes.
En este marco, insisten en “evitar por todos los medios que el sistema se tensione”. “Estamos muy alarmados. Esperábamos esta ola pero para el otoño, con tiempo para brindar un descanso al personal durante el verano. Tenemos más camas pero menos recursos humanos, mucha gente abandonó la especialidad, se enfermó y no volvió, o bien, lamentablemente, muchos fallecieron. No tenemos la fortaleza que teníamos al principio”, destaca Orlandi.
Ningún resfrío
“No es cierto que Ómicron es una enfermedad de vías aéreas superiores. No es un resfrío, estamos equivocados si pensamos de esa manera. La nueva variante genera menos hospitalizaciones y muertes, pero las sigue provocando. Lo que sucede en el hemisferio norte es una prueba fehaciente de eso”, menciona Dubin. El viernes, The New York Times difundió la situación que afrontaba Estados Unidos con un dato concreto: la mitad de EE.UU. tiene sus hospitales al borde de la saturación por la propagación de la nueva variante. Al jueves, las camas de los hospitales estaban ocupadas al 80 por ciento, por lo menos, en 24 Estados. Como no podía ser de otra manera --y del modo en que comienza a observarse a nivel local-- se traduce en nuevos fallecimientos: en la última semana, el país gobernado por Joe Biden reportó un promedio de 2 mil fallecimientos por día. Una situación similar se informa en naciones europeas como Francia o Reino Unido, con promedios diarios que oscilan entre las 300 y 400 defunciones.
La invitación de los especialistas de la SATI es a restringir los encuentros masivos y a reforzar los cuidados individuales que fueron “totalmente olvidados”. Y, en simultáneo, continuar con la profundización de la campaña de vacunación. “Ciudarse y vacunarse es la única manera de ayudarnos entre todos y evitar saturar al sistema de salud. Quienes no se vacunan ocupan las camas durante mayor tiempo”, recomienda Orlandi. Y remata Dubin: “Los que no se vacunan son los que finalmente más se mueren. Si Argentina no tuviera los porcentajes de inmunización que tiene hoy, no podríamos caminar por las calles. Si tenemos en cuenta el número de contagios, la ciudad estaría desbordada de muertos”.