Estalló el verano, la temporada es record, los argentinos recobran esparcimiento, aire, algo de alegría. Grata nueva para la sociedad, para la economía, para tanta gente común que sufrió las restricciones. Oxígeno y dinero para las actividades turísticas, gastronómicas, hoteleras, de espectáculos. Volver a vivir, pongalé.
La alegría jamás es perfecta ni la realidad carece de contradicciones. La dialéctica signa la historia. La variante Ómicron agrava el cuadro sanitario que venía pegando menos. Suele ser menos virulenta con las personas vacunadas pero se contagia con facilidad. Los amuchamientos la favorecen, la relativa alta proporción de jóvenes no vacunados impacta en el número. Hay menos víctimas fatales, bastante circunscriptas a quienes no quisieron cuidarse y cuidar al prójimo. Pero la cantidad de infectados, contagios estrechos se multiplica… ni siquiera se conoce del todo con las nuevas reglas sobre testeo modificadas con frecuencia. Surge un problema laboral-social: ausentismo por covid en ramas de actividad dinámicas. Patrones de empresas mano de obra intensivas registran las complicaciones cotidianas, piden intervención estatal. Resurge un conflicto atávico entre trabajadores (primero) y empresas versus las Aseguradoras de Riesgo de Trabajo (ART), siempre propensas a restringir las coberturas. Una falla en la regulación estatal le da pretexto a las ART. La pulseada es un problema adicional, lo más preocupante es que se frene la reactivación.
Claroscuros, contradicciones: la dialéctica rige la vida. Estamos entrando a conversar acerca de las tratativas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en un momento áspero. Corriendo contrarreloj, como es regla. Desde la perspectiva del Gobierno, el cuadro se agravó desde la primavera pasada.
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La primavera que no fue: “El peor escenario con el Fondo es cerrar un acuerdo con ajuste fiscal”, concuerdan siempre el presidente Alberto Fernández, el ministro de Economía Martín Guzmán. ¿Peor que el default (un horizonte sombrío y de alcance impreciso)? Peor, coinciden de nuevo. Cualquier otro es menos malo, ninguno es bueno.
El expresidente Mauricio Macri legó una deuda exorbitante, impagable en cualquier escenario. No se puede en las condiciones que cerró el organismo con Macri, ni es factible ahora. Aunque se diga con menos énfasis, tampoco se podrá si se concreta el “sendero” o el programa de crecimiento que propone el Gobierno.
La mejor perspectiva dentro del cuadro de porvenires complicados es que Argentina recobre capacidad de endeudamiento externo tras unos cuantos años. Jamás con el Fondo, del que seguiría siendo deudor perpetuo. Pero, en parte pagando y en parte recobrando reputación, afloraría la estrecha chance de conseguir financiamiento.
En octubre de 2021, aun cargando con la mochila de la derrota electoral, Alberto F. y Guzmán aspiraban a llegar a diciembre (o a enero, bueno…) con tres objetivos cumplidos: 1) Presupuesto 2022 aprobado; 2) plan plurianual presentado en el Congreso 3) Acuerdo con el Fondo. El tercero se extrovertía menos pero se calibraba como accesible. El Presupuesto lo frustró la mala fe irresponsable de la oposición. Las negociaciones con el FMI se empantanaron por objeciones del organismo y de su principal socio, Estados Unidos (EUA).
“Durante el año pasado” --arguyen en Economía y la Casa Rosada-- “demostramos la solvencia de nuestro plan”
La macro mejoró, explican “más de lo que esperábamos”. Hasta ahí es opinión. Hay datos que la fundamentan.
* El crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) y de la recaudación impositiva, con un sistema fiscal más progresivo merced al Aporte a las Grandes Fortunas y las reformas de Bienes Personales, entre otros tributos.
* La creación de puestos de trabajo, la suba del empleo, la baja de la desocupación, el sostenido repunte de la industria.
* Balanza de pagos con superávit por segundo año de gestión consecutivo.
La mayoría de las provincias también tienen superávit.
* Merma del déficit fiscal, a niveles que Argentina considera potables y el FMI exige achicar a toda máquina, acelerando plazos. Antes de fin de mes se conocerá el porcentaje exacto, que se espera inferior al 3 por ciento.
El premio Nobel Joseph Stiglitz calificó como “milagro argentino” dicha performance económica en un artículo que la derecha autóctona tomó en solfa a su manera… sin leer. Este cronista habló con varios funcionarios que usan palabras menos enérgicas pero están convencidos de que la –módica—heterodoxia fue clave y no soporta retrocesos.
La moción argentina es sostener ese rumbo varios años, garantizar crecimiento del gasto social aunque por debajo de la suba del PBI. La lógica se entiende: la escasez de reservas causa debilidad estructural. El Estado dispone de pocas herramientas para afrontar crisis o para promover políticas anti cíclicas.
El flanco más débil para mantener el apoyo popular, se sabe, es la inflación que la gente de a pie mide todos los días. Las familias no viven en la macro ni la palpan cotidianamente. Nadie se frustra cuando se conoce el PBI, ningún indicador macro es tan doloroso como tener que restringir consumos esenciales o que devolver sin comprar alguna mercadería cargada en el changuito porque el ticket se hizo prohibitivo.
Acrecentar el gasto durante años apunta a atenuar la desigualdad y compensar los sufrimientos de los últimos años. Es pilar del sistema democrático, variable exótica al imaginario y a las recetas de los organismos internacionales. Si no mejoran las condiciones de vida de la mayoría de los argentinos en lapsos cortos, tangibles, será difícil mantener la paz social en tiempos de pandemia. La paz social durante la peste no estuvo garantizada de antemano, ni era una circunstancia evidente en marzo de 2020. Medió alta intervención estatal, compromiso de organizaciones sociales y sindicatos y una cultura cívica jamás reconocida por el relato hegemónico… y por lo tanto doblemente digna de mención.
La gobernabilidad es un recurso tan valioso como jaqueado, el sostenimiento del sistema por la ciudadanía está puesto en cuestión: demasiado dolor colectivo, demasiadas privaciones, demasiada desigualdad, falta de ejemplaridad de la dirigencia…
Procurar bienestar para la mayoría de los argentinos, mitigar sus carencias constituye, en efecto, un objetivo irrenunciable.
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Aciertos y tropiezos: “Dedicamos el año pasado a crecer” autorretratan en importantes despachos ministeriales. La macro respondió gauchita, la redistribución sigue en deuda. El veredicto electoral propinó un golpe que mellará la gobernabilidad futura.
Fallaron las previsiones oficiales referidas al FMI y al gobierno estadounidense. Es prematuro vaticinar algo definitivo, con tratativas procesándose. Pero el Gobierno se sorprendió por los rechazos a la propuesta de sus negociadores o, dicho de modo sencillo, por la falta de comprensión de la nueva cúpula del FMI con Kristalina Georgieva al mando y del nuevo presidente yanqui Joe Biden.
Con el diario del lunes (que los políticos y los técnicos de fútbol deben aceptar y sobrellevar porque se dedican a actividades resultadistas) el Gobierno confió de más en el transcurso del tiempo. La política doméstica se empiojó, las nuevas cúpulas del FMI y de EUA no cambiaron taaanto. En parte podía ser pronosticable. Para colmo una inesperada denuncia contra Georgieva que la debilitó.
Biden justifica un párrafo aparte.
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Demasiados problemas para atender al Sur: “Los muertos no pagan” (Kirchner dixit). “El programa es el nuestro” (copyright de Martín Guzmán). “Para poder pagar precisamos años de espera, crecimiento del PBI, las exportaciones y el gasto social en ascenso, mejora del bienestar de los trabajadores”, síntesis de la estrategia oficialista.
La derecha autóctona le opone mil escollos, a menudo da la sensación de jugar con la camiseta de la contraparte, del adversario. O del enemigo, porque si se ahondan las crisis, está en peligro el sistema democrático. “El mundo” es un muestrario de liderazgos espantosos de derecha, una atmósfera planetaria evoca a la República de Weimar en demasiados confines del planeta.
La estrategia elegida, opina este cronista, es la correcta dentro de un abanico bajoneante de alternativas.
Gurúes económicos de la City, medios hegemónicos, empresarios VIP, cuadros de la oposición política buchonean al Gobierno, operan como informantes ante el FMI. “No les crean nada. Harán un pagadiós, son chantas seriales”. De nuevo: sería suicida que Alberto F. traicionara o dejara de concretar sus promesas: pondría en riesgo supervivencias varias, empezando por la continuidad post 2023. Sin satisfacción de intereses y derechos populares, el horizonte se ensombrece.
La estrategia se implementó mediante tácticas que no consiguieron los frutos deseados. El año de crecimiento no coincidió con la victoria en las urnas: se leyó mal el humor social. Se acumularon apoyos internacionales valorables (potencias europeas, el G-20, ámbitos académicos) pero no compensatorios de los poderes preexistentes. En la primavera del 2021, Biden y Georgieva (se personaliza para simplificar) rehusaron el sendero argentino, sus plazos, su lógica. La pandemia no mutó al FMI ni a EUA, parece. Comparado con el expresidente Donald Trump, Biden podría asemejarse a un mix entre el Mahatma Gandhi y Franklin Delano Roosevelt (o Bill Clinton, por lo menos). Pero en la Casa Blanca se asemeja a cualquier presidente gringo. Afronta un sinfín de crisis, atiende poco al Sur del Río Bravo. Se enfrasca, más vale, en el narcotráfico y la droga, en las migraciones desde México y Centro América. Agenda diaria de la potencia. Y punto. El resto (secundario o irrelevante en el Salón Oval) se delega en el aparato burocrático estatal. El Departamento de Estado, hosco hacia la Argentina por atavismo. El Departamento del Tesoro, cuya “línea” es ortodoxa en economía internacional, bajo el timón de Bush o de Obama.
Biden ni siquiera “revisó” Guantánamo, donde prolonga sin matices la política de Trump. Peliagudo, filo exótico, que el presidente que enfila hacia una derrota en la elección de medio término destine medidas tolerantes con la Argentina.
“La Casa Blanca es una cosa, los Departamentos del Tesoro y del Estado otra” registran en Cancillería. El encuentro del martes próximo entre el canciller Santiago Cafiero y su colega (malgré asimetrías de tamaño) Anthony Blinken repasará una agenda nutrida, con claroscuros sobre Argentina. Para el Gobierno, sería maná un cambio de política con relación a la deuda.
Será el primer cara a cara presencial entre Cafiero y Blinken. Felipe Solá lo conoció por Zoom, en abril del año pasado. El colega fue gentil: “call me Tony”, llámeme cuando quiera a este celular que es mi línea privada. Pero enunció sus prioridades, vigentes hoy en día. China es la primera, detalle a tomar en cuenta porque Alberto Fernández viaja para allá. Ni un tranco de pollo o de soja a los chinos, desean los Estados Unidos. No le estaría saliendo lo que duplica las presiones y, quizá, la mala onda para atender a otros tópicos.
En cuanto a Sudamérica, el esquema es consabido: Venezuela es el cuco, Bolivia el modelo democrático menos comprendido en Washington. Con Evo presidente, sin Evo…es atávico. La prisión de la expresidenta de facto Yanine Añez escuece a los gringos, que apoyaron el golpe en tiempos de Trump y no cambiaron tanto.
Ciclópea, entonces, la misión de Cafiero signada por el optimismo de la voluntad. Concitar la atención de la Casa Blanca, promover un desvío de su mirada, conseguir una cumbre entre Biden y Fernández.
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El default y sus enigmas: La deuda con el Fondo impagable desde el vamos y adrede, lo será por antonomasia en marzo cuando vence una cuota prohibitiva para la Argentina. Debe mediar un acuerdo o alguna concesión del FMI o el país se arrimará al default.
La caída en mora no detona el default automáticamente, los baqueanos criollos lo saben. Media desde el día previsto un lapso de “retraso”, en jerga técnica, que se prolonga seis meses. “Caer” en ese cuadro no sería inocuo: agravaría la hostilidad de EUA y del FMI hacia nuestra patria. Sin contar las ofensivas desestabilizadoras de los mercados, las maniobras devaluacionistas, las fugas de dinero, la furia mediática…
Inusual opinión, viene ahora. Ningún protagonista serio capacita para profetizar cuáles serían las consecuencias de un default para Argentina, en pandemia, en el inédito escenario internacional. AF y Guzmán, machacamos por última vez, concuerdan que peor es someterse a un ajuste urgente, recesivo y desestabilizador económica y políticamente.
Un horizonte aciago sería que otros organismos internacionales de crédito le cortaran asistencia a la Argentina, impactando directamente en el gasto social que se sostiene en buena medida con apoyo financiero internacional. ¿Sumirían a la ruina al país, por ejemplo el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo (presidido por el republicano Mauricio Claver Carone)? Sería sumir en la bancarrota y en la ingobernabilidad a un país de rango intermedio, garante de la coexistencia regional. Con franqueza inusual para este tipo de notas: su firmante no lo sabe y cree advertir que nadie está seguro de qué ocurrirá.
Los precedentes internacionales pierden valor en época de peste. El famoso caso griego, por ejemplo, alerta sobre peligros letales para una coalición progresista y desafiante. Pero Grecia está en la Unión Europea lo que conlleva beneficios y cargas peculiares. Su conflicto se produjo muchos años atrás. Y el monto de su deuda externa, aunque usted no lo crea, es superior al argentino: dos PBI y medio contra menos de uno, cifras redondeadas.
Los negociadores argentinos pulsean para impedir el default pero comprenden que los limitan sus deberes como gobernantes. El ajuste intempestivo no evita ninguna crisis. Ni, perdonen la insistencia, funcionará para pagar la deuda. Años sin pagos, política económica y social activas son el punto de partida y de ruptura.
Queda para futuras notas desarrollar otro punto de vista del firmante sobre el que existen interesantes propuestas: es imperioso implantar políticas sociales novedosas, institucionalizadas, de alcance masivo o universal. Esperar que el actual y valioso crecimiento “permee” hacia los estratos populares más humildes constituiría un error del gobierno, que es necesario precaver.
Todas estas historias continuarán.