Este escrito se entreteje alrededor de una foto doble de Jorge Julio López. Una foto ya vista y ahora reinsertada en otro contexto, duplicada para ser dada nuevamente a la mirada. La obra pertenece a la serie Apareciendo, de Gabriel Orge. Fue comenzada como una intervención urbana al proyectar una foto de López sobre una esquina el jueves 18 de septiembre de 2014, al caer la noche, en el barrio Cofico de la ciudad argentina de Córdoba. Ese día se cumplían ocho años de su segunda desaparición.

Jorge Julio López está dos veces desaparecido. La primera desaparición ocurrió durante la última dictadura cívico militar. Vinculado a la militancia barrial del peronismo de izquierda, el 27 de octubre de 1976 fue secuestrado de su casa en el barrio de Los Hornos, en la periferia de La Plata, y permaneció detenido-desaparecido durante cinco meses en centros clandestinos de detención (CCD) que funcionaban bajo la órbita del represor y entonces Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Osvaldo Etchecolatz (puntualmente, el Destacamento Policial de Arana, la Comisaría Quinta y la Comisaría Octava). Luego de ese período fue “blanqueado”, encarcelado sin juicio en la Unidad Penal Nº 9 de La Plata y liberado recién el 25 de junio de 1979. La segunda desaparición ocurrió el 18 de septiembre de 2006, cuando López tenía 80 años y había recientemente declarado en el juicio por delitos de lesa humanidad contra Etchecolatz, participando en calidad de testigo y querellante pese a las amenazas recibidas. Un día después de esta segunda desaparición de López –y en parte debido a su testimonio– se sentenció a Etchecolatz a cadena perpetua en cárcel común. Desde entonces, se mantuvo una simbólica silla vacía en cada instancia del Juicio por la Verdad en los tribunales de La Plata. Tras años de investigación y a pesar de haber sido elevada a juicio oral en 2015, la causa López sigue en suspenso y sin resolverse.

La figura de López encarna el testigo que deja su vida en la tarea de dar testimonio. López tomó, como muchísimas personas en Argentina, el riesgo de ser testigo y querellante, y con su desaparición se ha pretendido infundir terror en quienes participan en los juicios por delitos de lesa humanidad. Lejos de constituir solamente la posibilidad reparatoria de ser escuchado, el dar testimonio expone y coloca al sobreviviente en un lugar incómodo, muchas veces cuestionado incluso por el hecho mismo de haber sobrevivido. Ana Longoni cree que sobre López: “se cumple la amenaza de escarmiento que pesa sobre los pocos sobrevivientes de los centros clandestinos de detención y exterminio, que hoy soportan desguarnecidos la tremenda responsabilidad histórica de relatar –una y otra vez– el horror padecido, siendo además sospechados y estigmatizados por el hecho de haber sobrevivido cuando otros miles desaparecieron para siempre”. Volver de la desaparición aísla a los sobrevivientes en una (sobre)vida que muchas veces también les condena.

Intemperies. Deudor principalmente de una fotografía de la serie Desapariciones de Helen Zout, el fotógrafo cordobés Gabriel Orge ganó en 2015 el Primer Premio Adquisición en la categoría Fotografía del Salón Nacional de Artes Visuales de Argentina con la obra "Apareciendo a López en el río Ctalamochita". La serie Apareciendo fue comenzada como intervención urbana el día en que se cumplían ocho años de la segunda desaparición de López. Meses después de haberla proyectado como intervención urbana, Orge instaló la foto de Zout en la naturaleza –en medio del paisaje serrano de su infancia– y registró esa proyección en una nueva foto, una singular –y doble– imagen.

El retrato de López con los ojos cerrados es una de las fotografías paradigmáticas de este testigo doblemente desaparecido y resuena en la memoria visual del reclamo por esta segunda desaparición, ya que se ha podido ver en marchas, publicaciones y homenajes. Zout la tomó en el año 2000, en el marco de una serie de entrevistas y fotografías que le realizó a López. En el 2012, esta foto fue también premiada en el Salón Nacional de Artes Visuales con el Gran Premio Adquisición, el mayor de los galardones de ese concurso. La imagen funciona como símbolo y emblema de la segunda desaparición forzada de López, esta vez en democracia.

En su libro Desapariciones (2009), Zout hace un recorrido, con mirada sobreviviente, por las huellas del accionar represivo de la última dictadura. A lo largo de sus páginas se suceden fotografías en blanco y negro en las que aparecen los Ford Falcon –los autos con los que las patrullas policiales secuestraban, asesinaban y desaparecían personas en operativos ilegales–, el avión de las Fuerzas Armadas que se usaba para los “vuelos de la muerte” en los que los detenidos eran arrojados vivos al Río de la Plata, los huesos recuperados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), los escraches de la agrupación HIJOS y también diversos retratos de sobrevivientes. Compañera de militancia y amiga de muchos desaparecidos de su ciudad, La Plata, Zout pudo salvarse escondiéndose luego de que los militares fueran a buscarla a su casa. Sus fotos tienen una clara perspectiva generacional y biográfica empática con el desaparecido. “Mi lugar es el lugar que hubiera tenido el desaparecido: la persona torturada, tirada al río. Cada cual hace su trabajo desde su lugar”. Una perspectiva emparentada, en cuanto a su acercamiento, con las fotos de Paula Luttringer, también sobreviviente y fotógrafa.

¿Cómo fotografiar a un sobreviviente? Un recurso frecuente en la obra de Zout es el de la doble exposición. En sus retratos de las sobrevivientes Nilda Eloy y M. hay rostros doblemente expuestos y superpuestos –en un caso, unos segundos ojos aparecen sobre una mejilla–. Invocando recursos sencillos como la imagen movida, morosa o superpuesta, Zout elige la incertidumbre visual para retratar a los sobrevivientes en su sufrimiento que no cesa. La falta de claridad de una imagen movida, con su difuminado y su confusión, expone una fuerza ambigua. Las imágenes movidas se atreven a la línea, la profundidad y la duración, y su expresividad tiene que ver con el grado cero de la imagen movida: el estremecimiento (Raymond Bellour, Entre imágenes. Foto, cine, video - 2009). Este estremecimiento es entre móvil e inmóvil y pone en escena una durée bergsoniana, instala una duración, una temporalidad no secuencial sino de la co-existencia entre dimensiones temporales del presente y el pasado. Es también un tiempo fenomenológico, una temporalidad que frustra la temporalidad del momento único (Ernst Van Alphen, “Time Saturation: The Photography of Awoiska van der Molen”, 2014). Por otra parte, si hay tiempo puede haber relato y en este sentido las imágenes movidas de Zout están efectivamente narrando algo. Hay un tiempo atascado y móvil que otorga a estas imágenes un poder de dramatización y de ficción. El ojo humano no ve en movimiento y, por eso, la imagen movida bajo su disfraz de transmisora real de una presencia movediza delante de la cámara certifica extrañamente a la foto como invención. Según Bellour, “es una de las maneras más seguras que tiene la fotografía para designarse como artificio, para desearse como arte” y para captar un efecto de lo real sin tomarlo como realidad. Así, y aunque sean dos recursos claramente diferentes, en su artificiosidad vedada al ojo se asemejan la imagen movida –el rastro del movimiento– y lo borroso de lo desenfocado. Ambos recursos habitan las fotos de Zout y generan un efecto singular de afección.

* Fragmento del capítulo I del libro Arder con lo real. Fotografía contemporánea entre la historia y lo político, de Natalia Fortuny, que acaba de ser publicado (Arte x arte, colección Pretéritos imperfectos, 204 páginas). Fortuny es Doctora en Ciencias Sociales; investigadora del Conicet y docente universitaria. Coordina el Grupo de Estudios en Fotografía Contemporánea, Arte y Política (FoCo) del Instituto de Investigaciones Gino Germani. Publicó, entre otros libros, Memorias fotográficas. Imagen y dictadura en la fotografía argentina contemporánea (2014).