La relación entre comunicación y salud atravesó, en los últimos cincuenta años, diferentes etapas. Desde mediados de los 60 del siglo pasado, se acrecentaron los cuestionamientos a los paradigmas dominantes en ambos campos. En general, a la salud le costaba leer el orden comunicacional por fuera del modelo conductista/funcionalista y, muchas veces, hasta sus lecturas más sociales quedaban atrapadas en posiciones donde seguían prevaleciendo los formatos instrumentales. Metodologías que en última instancia terminaban siempre asociando a la comunicación con el uso y el manejo de técnicas, medios masivos y redes sociales.
La ruptura con la lógica emisor-receptor que en lo comunicacional tuvo sus adalides y próceres, en el campo sanitario fue hablado principalmente por la teoría crítica, necesaria para pensar otros órdenes, pero “floja de papeles” a la hora de incursionar en ciertas especificidades que tiene lo comunicacional.
Del lado del campo de la salud, términos como atención primaria, interdisciplina, comunidad, lazo social, territorio ocuparon un lugar privilegiado a la hora de resistir a la legitimación de un orden médico poblado de protocolos y teorías de la evidencia. Que funcionaba homologando la salud a un manual de procedimientos donde existen enfermedades, pero no enfermos.
Aunque es justo decir que las influencias foucaultianas en las teorías sanitarias y el reconocimiento, por ejemplo, de la industria farmacéutica como parte de los dispositivos de disciplinamiento en general, terminaron por dejar afuera de ese análisis la alta eficacia operativa que tienen los medicamentos y las estrategias comunicacionales de los laboratorios para construir sentido común en amplios sectores de la sociedad.
A veces, poner el acento sólo en la capacidad de disciplinamiento que tiene el biopoder lleva a que se lean en clave tecnocrática las necesarias transformaciones institucionales que requiere el sistema de salud. Lejos de cuestionar sus lógicas desde otras prácticas: más colectivas, políticas y populares.
Y, en ese punto, el papel de la comunicación es imprescindible para desmontar esa construcción de sentido que le imprime el orden establecido. Incluso para distinguir las narrativas de las múltiples voces que circulan en las redes, donde desaparece el grado cero del mensaje con todas sus implicancias epistemológicas y metodológicas que esa situación conlleva.
Es cierto que el pasar de los CEOS de Mauricio Macri a los profesores y especialistas de Alberto Fernández ese accionar tuvo una eficacia comunicacional importante -como cambio de paradigma- sobre todo en los primeros meses de la covid-19. Pero, pasados casi dos años de ese acontecimiento, es necesario volver a discutir qué calidad de vida queremos. ¿Qué hacemos con lo que dejó de nosotros la pandemia? Porque ya no volveremos a ser quienes éramos. Pero, por eso mismo, es necesario desprotocolizar lo cotidiano y tensionar los discursos que miran la salud como algo individual, procedimental, poblado de falsos empoderamientos, supuestas empatías y del “tú puedes”. Militar la sospecha, aún si su procedencia viene envuelta de discursos supuestamente emancipadores es una forma de enfrentar la construcción solapada de un nuevo deber ser. Por eso, en este mientras tanto, transitar la salida de la pandemia supone el riesgo de habitar el terreno de lo incierto antes que el de las conclusiones taxativas.
Hace ya casi setenta años Ramón Carrillo, ese neurocirujano que dejó su carrera profesional a un lado para fundar las bases de lo que hasta hoy conocemos como la salud pública en nuestro país, ya había dicho que: “los microbios como causa de enfermedad, son unas pobres causas”.
Resituar los términos del debate contemporáneo entre salud y comunicación parece conducirnos a recuperar -desde esta fragilidad existencial- lo mejor de nuestra historia sanitaria. Y, en ese sentido, la comunicación tiene mucho por decir y actuar, sobre todo en relación a los modos y los lugares desde donde vamos a formularnos los nuevos interrogantes.
* Psicólogo. Magister en Planificación de Procesos Comunicacionales.