"¿Quién le teme al lobo feroz?", cantan los tres chanchitos en el tema infantil tradicional, uno de los más populares del género infantil. Edward Albee lo incluye en su famosa obra de teatro Who’s affraid with the big bad Wolf? (¿Quién le teme al lobo feroz?, que se tradujo al castellano como ¿Quién le tema a Virginia Woolf?), de 1962. El dramaturgo estadounidense contrabandea así un chiste intelectual, a través de la pareja protagonista que se profesa un odio salvaje. Aprovecha el símil fonético entre la palabra wolf, lobo en inglés, y el apellido de Virginia, la gran escritora inglesa.
El juego de la dramaturgia da pie, aunque no agota, a preguntas tales como: ¿Por qué ahora y entonces se le teme a la gran narradora inglesa del siglo veinte? ¿Cuál es la ley de la ferocidad de la creadora de Mrs Dalloway, Las olas, Al faro y Orlando? La ocasión lo amerita. Se viene un nuevo aniversario del nacimiento de la autora de una obra que, amén de su disfrute estético, sigue cuestionando desde la ficción (y no sólo) temas éticos imprescindibles como el rol de las mujeres, la autopercepción, poder ganar dinero como pasaje a un espacio de libertad, el espacio autonómico de quienes fueran consideradas en su tiempo y aún hoy “el sexo débil”.
“Pensando, escribe, en la seguridad y prosperidad de un sexo y en la pobreza e inseguridad del otro… cuál podría ser la razón de esa curiosa disparidad”. Vayamos primero a la biografía, necesaria aunque no suficiente, de esta loba literaria, quien amamantó tanta producción escritural propia y ajena y que, con su monólogo interior y su perspectiva feminista, revolucionó la escritura.
Una vida que también fue tragedia
Virginia Woolf nació Adeline Virginia Stephen el 25 de enero de 1882, en Londres. Fue hija de sendos viudos vueltos a casar que, como dice el traductor e investigador Pablo Ingberg en el prólogo del ensayo Un cuarto propio, que publicó editorial Losada en 2013, “entre tuyos, míos y nuestros, llegaron a una prole de siete, ella la penúltima. Pasemos rápida revista a su suma de desgracias. La única media hermana por parte paterna tenía dificultades mentales y vivió internada desde 1891. La madre murió en 1895. La reemplazó en el papel de ama de casa su única hija mujer del primer matrimonio, que murió dos años más tarde, recién casada. Los dos medios hermanos varones por esa misma vía materna abusaron sexualmente en distintos momentos de Virginia y de su hermana mayor Vanessa. El padre murió en 1904 al cabo de dos años de enfermedad. Virginia tuvo sendas crisis psicológicas tras las muertes de la madre y el padre que la llevaron a alguna internación”.
En aquella penosa situación, los cuatro hermanos se mudaron juntos al barrio Bloomsbury, del municipio londinense de Camdem, donde cuatro años después luego de un viaje por Grecia, la fiebre tifoidea se llevó a Thoby, el menor. Agotamiento, crisis, miedo, los bombardeos alemanes que destruyeron su casa durante la Segunda Guerra Mundial, determinaron que Virginia se arroje en 1941 “a las aguas del suicidio”. Pero antes de esa tragedia, mientras los muchachos de la familia iban a la universidad, Virginia estudió en casa con su padre escritor, aunque griego antiguo lo aprendió con maestros particulares. Por mujer recibió instrucción privada pero accedió a altos niveles de educación para la época.
No era la situación que ella hubiera deseado. Sin embargo, sus congéneres contemporáneas estaban aún peor. El hogar de su infancia solía recibir visitas de gente del mundo artístico, su madre había sido modelo de pintores prerrafaelistas y el novelista William Tackeray fue el primer suegro de su padre. Cuenta Ingberg, por ejemplo, que las primeras informaciones sobre sexo le llegaron a Virginia leyendo los diálogos de Platón. Los hermanos varones eran anfitriones de unas reuniones que se realizaban los jueves en la casa y originaron el influyente grupo de Bloomsbury. De esos ágapes participaban E.M. Forster (autor de Pasaje a la India y Maurice), el pintor Roger Fry (con quien Virginia descubrió a Cézanne y comprendió que la trama debía seguir el ritmo de los sentidos más que el orden temporal de los hechos), el economista estatista John Maynard Keynes, el crítico de arte Clive Bell, quien se casó con la hermana pintora, Vanessa, y el escritor Leonard Woolf, de quien Virginia adoptó el apellido.
Los Woolf formaron un matrimonio que funcionó como una relación abierta, ya que ambos mantenían vínculos eróticos con otras personas. En los años veinte, Virginia tuvo una importante relación con la aristocrática poeta Vita Sackville-West, a quien le dedicó la novela Orlando, una lectura ineludible en estos días de disputa entre el orgullo y la violencia. Orlando tuvo su primera traducción al castellano de la mano de Jorge Luis Borges, que la consideraba una novela “originalísima”, aunque no admiraba a la escritora inglesa. Según la investigadora Leah Leone, Borges tomó los cambios de identidad de género del protagonista como un elemento mágico de la narración y omitió algunos fragmentos, plagados de sarcasmo y denuncia, haciéndole perder sus aristas más agudas.
Orlando es un joven de la nobleza que luego de un trance se despierta mujer, pese a la fuerza antagónica de Nuestra Señora de la Pureza, Nuestra Señora de la Modestia y Nuestra Señora de la Castidad. El personaje vive más de tres siglos, se enamora de alguien transgénero y la despojan de las tierras que le corresponden por herencia. La historia fue llevada al cine hace treinta años por Sally Potter con Tilda Swinton como figura central. También la pantalla grande tuvo una versión de Mrs Dalloway a través de la película Las horas, de Stephen Daldry, en 2002. Tres mujeres (encarnadas por Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman) viven con desesperación en el espacio doméstico las horas que no pasan y transcurren iguales a sí mismas. Woolf comenzó a ejercer la escritura pública reseñando de manera brillante libros ignorados por el canon. Lo hizo para el diario londinense The Times. Esos textos (acerca de libros sobre todo de mujeres) se convirtieron en dos volúmenes de ensayos titulados El lector común.
Sin etiquetas: la sexualidad de Virginia Woolf
Su primera novela, Fin de viaje, publicada en 1908, es una de sus más ingeniosas sátiras sociales. Para la escritora, docente y periodista Irene Chikiar Bauer, autora de las novecientas páginas del volumen Virginia Woolf: La vida por escrito (Taurus en Argentina, 2012 y en España, 2015 con tres ediciones y una nueva reimpresión en curso), su biografiada “sigue siendo un clásico pero, además, es una autora clásica de las vanguardias”, estatuto otorgado por su incorporación al canon literario. La investigadora argentina, responsable del libro más importante escrito en castellano sobre la menor de las hermanas Stephen, señaló a Las12 que la vigencia de Virginia se debe “a lo revolucionario de su escritura, innovadora libro tras libro. “No quiso repetirse. Fin de viaje fue disruptiva para la época. Y, si nos atenemos a Orlando, las experiencias y experimentaciones del libro son extraordinarias y vigentes en el tratamiento del género (también del género literario) y del sexo. Cuando lo estaba preparando, escribió que se trataría de: ‘una biografía que comenzaría en el año 1500’ y que se extendería hasta la actualidad y de la que Vita sería protagonista ‘sólo que con un cambio de un sexo a otro’.”
Chikiar Bauer, autora además de El ensayo personal (libro sobre la vida y obra de Victoria Ocampo, donde refiere además a la relación de ambas V) escribió una biografía cronológica, no segmentada y que, a diferencia de la del sobrino Quentin Bell, no necesitó buscar el consenso familiar. “La biografía de Bell, magnífica en algunos sentidos por ser material de primera mano, dice, adolece de dar una visión ‘all on one side’ (de un solo lado). En cuanto a otras escritas en inglés, no han sido traducidas. Como dijo la autora de Tres guineas: hay historias que cada generación debe contar de nuevo”. Woolf fue una personalidad compleja y así fue también su sexualidad. “¿Fue una heterosexual que experimentó relaciones lésbicas; una lesbiana camuflada tras un matrimonio convencional; o acaso podría clasificársela como asexual?, se pregunta Chikiar Bauer y responde: “no son válidos los intentos de etiquetarla; y han opacado o desvirtuado muchos análisis”.
Voz insoslayable de la ficción occidental que empleó la escritura y la imaginación con eficacia y destreza renovadoras, es casi seguro que si Virginia viviera en esta época hubiera apoyado la ley a favor del aborto seguro y gratuito, tal como en su momento denunció el patriarcado y los femicidios, problemas irresueltos hoy, que desarrolló con claridad en Un cuarto propio. El cine y el teatro la han homenajeado. Pero acaso el mayor tributo que se le rinde es el interés que sigue despertando su obra en las jóvenes que la leen como si se sumergieran en una conversación apasionada con un par que las escucha y las comprende.