“No abandones tu costura / muchachita arrabalera / a la luz de la modesta / lamparita a kerosene. / No la dejes a tu vieja / ni al muchacho sencillote / que suplica tu querer. // Que aun en la miseria sabrás vencer tu pena / y ya llegará el día en que te ayude Dios. / Como vos, yo, muchachita, trabajaba en un taller / dejé al novio que me amaba / por un niño engominado que me trajo al cabaret / me enseñó todos sus vicios / pisoteó mis ilusiones /hizo de mi este despojo / muchachita, ¡que aquí ves!”. Fragmento del tango “No salgas de tu barrio”, de Arturo Rodríguez Bustamante, en el que se les marcaban los límites a las mujeres en general y a las pobres en particular.
Pero hubo mujeres que desafiaron el mandato, salieron de su barrio, algunas ni se casaron, desarrollaron actividades impensadas para mujeres y sufrieron estigmas socio-familiares por arriesgarse a sacar los pies del plato patriarcal. No obstante, se reinventaron para sobrevivir y lograron sus objetivos. Tal el caso de Paquita Bernardo que -contra viento y marea- fue la primera bandoneonista argentina. Azucena Maizani, que cantaba tangos vestida de malevo y fumando, ¡qué escándalo! Carola Lorenzini que resistió las pautas epocales (al precio de sufrir escarnios) pero desarrolló con éxito otra actividad que -en su época- era prerrogativa de varones: la aviación. Y una de las más famosas, Lola Mora, la escultora de la pasión, la irreverencia y el olvido en tiempos que esculpir era actividad reservada a los hombres. Las situaciones límites suelen arrojarnos a senderos creativos, no sin el esfuerzo que significa nadar contra la corriente, como las mujeres citadas, como quienes sobrellevan con logros la pandemia, como los salmones y su increíble nadar a contrapelo.
¿Por qué los salmones nadan contra la corriente? Regresan al lugar donde nacieron para aparearse. Escala cascadas para continuar con la armonía de la vida. Ante el nuevo embate pandémico -otra vez- nos toca remontar la corriente. Subyace una especie de temor o aburrimiento que podría ser morigerado poniéndole inventiva a nuestras vidas alteradas. Inventar es crear un nuevo estado de cosas, imaginar, buscar. No necesariamente a lo Sherlock Holmes (siguiendo pistas, recolectando datos) sino poniéndose a disposición para que la creatividad advenga. Se trata de una disponibilidad activa, a lo Rainer María Rilke, que subsistía buscando experiencias intensas para transformarlas en poesía. Pasaba inviernos en castillos solitarios erigidos sobre acantilados. Un día, frente al Adriático, contrariado por malas noticias, el poeta bajaba por un sendero escabroso. De pronto le pareció que -más fuerte que el estruendo del viento y de las olas- una voz le dictaba un poema. “¿Quién, si yo gritase, me escucharía entre las jerarquías de los ángeles?”. (Así comienza Elegías del Duino). Se preguntó qué era, y presintiendo que la inspiración llegaba anotó esos versos junto a otros que se formaron de igual modo, sin ninguna intervención de su parte más allá de escribir lo que escuchaba.
Otra de sus poesías mayores, "Los sonetos de Orfeo", fueron plasmados en tan solo cuatro días. Surgieron del dolor por la muerte prematura de una niña. Pero ese surgir, que pareciera espontáneo, no lo es tanto. Rilke siempre estaba al acecho de la inventiva que, más tarde o más temprano, lo visitaba. Veamos otro caso, no ya de palabras bellas sino de corporalidades sanas. Inglaterra, 1914, comienza la guerra mundial. Joseph Hubertus Pilates -atleta vigoroso y estrella de circo- es detenido por ser alemán. Le confían el mantenimiento físico de los internos y, ante la limitación de espacio y la nulidad de aparatos, inventa. Diseña ejercicios para ser realizados en espacios reducidos. Perfecciona su método cuando trabaja con heridos de guerra, algunos paralizados en sus camas. Monta sobre los lechos un sistema de muelles reciclando elásticos de colchones viejos. Activa las posibilidades motrices de los enfermos. Concibe un sistema de cuerdas y poleas con las que ejercitan los veteranos de guerra postrados. Las recuperaciones son sorprendentes. Algo similar a lo de Rilke, pero en otro nivel, porque recuperar la movilidad perdida se puede asimilar a una poesía corporal.
La escasez de medios agudizó la inventiva. Las guerras, las pestes, las turbulencias meteorológicas hieren, destrozan, matan, pero también abren posibilidades para la creatividad. Cada acto creativo ha sido antes un acto de destrucción, decía Picasso. Los bocetos preparatorios de sus cuadros dan muestra del derrumbe de los clichés que va realizando hasta llegar a la forma que lo satisface, a la pincelada final. No existe tela en blanco. La superficie virgen está cargada de clichés: el imaginario colectivo, la propia subjetividad, loya visto y oído se atropellan para llenar espacios apelando a soluciones trilladas. Se trataentonces de responder con ideas audaces a los sucesos inéditos que nos toca vivir y, enplena tormenta, renovarse.
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Lo nuevo requiere respuestas diferentes. No se puede inventar por mandato, pero es posible predisponerse y abrirse a la aventura. Estar en disponibilidad para la novedad, buscarla y, en situaciones límites que no habilitan cambios de la realidad exterior, cambiar la propia. Fernanda Valenzuela sacó partido creativo de la amenaza que sobrevuela nuestras vidas desde marzo de 2020. Durante la pandemia escribió canciones atravesadas por la carcoma virósica que nos corroe, pero sin nombrarla. En su canción “Salu” sintetiza percepción y pensamiento para sobrellevar la hecatombe. He aquí algunos de sus versos. “La memoria me falla, / el corazón se me quiebra. / Quisiera guardar mis momentos en una botella. // Y salu (salu), por lo bueno y lo malo / y salu (salu), por lo dulce y lo amargo. / Estamos cambiando, levanta tu copa, levanta tu vaso”.
Inventivas que disparan actitudes positivas, como apostar a la renovación cotidiana, convertir rincones olvidados en refugio agradable, leer poesía, renovar ambientes, pintar o intentar hacerlo, ejercitar el cuerpo que se anquilosó con los aislamientos, conseguir dildos divertidos y fantasear nuevos juegos sexuales en soledad o en compañía. Si los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje, ampliar el lenguaje -del espíritu y del cuerpo- nos fortalece para asumir la nueva ola y surfear sobre ella.