Ian Shifres pudo dar desde muy chico rienda suelta a su afición natural por la música, alentada por una familia en la que nadie, literalmente nadie, se dedicaba a otra cosa. Su mamá es una de las fundadoras de Caracachumba, una de las bandas para chicos más icónicas de Argentina, y además dirige desde hace muchos años el Taller del Cencerro, que ofrece cursos de iniciación musical para el público infantil. Su papá es director orquestal, se doctoró en Psicología de la Música y trabaja en investigaciones que cruzan las artes sonoras con otras disciplinas. Por eso, para Ian el deseo de querer construir una carrera artística estuvo lejos de ser una revelación intrincada o una elección que hubiera que disputar, más bien se dio sin demasiados cuestionamientos internos o externos. No por eso fue una decisión exenta de sorpresas. Aunque desde chico fue un asiduo espectador de teatro –todavía se acuerda de volver a casa y recrear las canciones de las obras que veía y que se aprendía de memoria con mucha rapidez– no se imaginaba convirtiéndose en compositor e intérprete musical para las artes escénicas. Eso fue tomando forma por azar.
Recién había egresado del colegio secundario (fue al Juan Pedro Esnaola, mitad bachillerato, mitad conservatorio) cuando Maruja Bustamante lo convocó para tocar el acordeón en un work in progress de su obra Paraná Porá, que recién comenzaba a gestarse. Su misión: sumar a la puesta algunas canciones litoraleñas. Ian dijo que sí con el entusiasmo y el hambre de experimentación que se tienen a los 18 años. En ese proyecto conoció a Iride Mockert, que meses más tarde empezaría a ensayar el musical La fiera, escrita y dirigida por Mariano Tenconi Blanco. Y hacia allá fue también él, para ponerle melodías a las canciones que había escrito Tenconi junto a Nacho Bartolone. Esa, hace casi una década, fue la primera colaboración de la dupla y el germen de la compañía Teatro Futuro, que hoy Ian integra junto al director y la productora Carolina Castro. Después vinieron Las lágrimas, que se metía con la historia argentina desde el melodrama, con coreos kitsch, canciones y música electrónica– y Futuro, la obra más decididamente conceptual que dio la plataforma. Allí, el trabajo de Ian consistía en dirigir a la banda de rock noventero y post punk que componían Martina Juncadella, Manuela Vecino, Violeta Castillo y María Canale. En otras palabras, inventar a ese grupo musical de chicas neoyorquinas que, mientras tocaban sus canciones, reflexionaban sobre arte, estética y vida posmoderna. Preguntarse cómo sonaría esa banda si existiera. Y hacer que exista.
Y así –pasando por la exitosa Todo tendría sentido si no existiera la muerte, donde una vez más se ocupó de crear la música original– llegamos a La vida extraordinaria, donde Ian, munido de su piano y acompañado por Elena Buchbinder en violín, es una suerte de actor más que cada noche de función ejecuta en escena su partitura. Una partitura que resulta fundamental para que el delicioso texto de Tenconi y las actuaciones de Lorena Vega y de Valeria Lois brillen –si es que eso es posible– aún más. En esa fusión tan extraordinaria, valga la redundancia, entre la música y los demás elementos que componen la puesta están de alguna forma contenidos todos estos años de trabajo conjunto de la dupla. Años de conocerse, entenderse y potenciarse. No casualmente, a fines de noviembre pasado, el Teatro Roma de Avellaneda invitó a Ian a dirigir la orquesta sinfónica del teatro por una noche: la orquesta interpretó la música de la obra en formato concierto, Lois y Vega leyeron algunos de sus parlamentos.
Última en la lista de estrenos de la compañía está –por el momento– Las cautivas. Allí Ian vuelve a estar en escena junto a Laura Paredes y Lorena Vega. Y entrega, nuevamente, algo radicalmente distinto a lo que había hecho en la obra anterior. En el escenario de la Ribera se vale de la guitarra, el udú, un teclado, su piano, flauta y voz. Y graba y loopea fragmentos de sus melodías con la computadora, a lo Juana Molina.
Desde que comenzó a construir un mundo profesional, Ian trabajó en muchos proyectos teatrales distintos: hoy, con menos de treinta años, su perfil de Alternativa teatral arroja más de treinta proyectos entre encargos de dirección, entrenamiento y composición musical. También hizo otras cosas, fuera de los escenarios. Por ejemplo, editar Cuento vintage, un disco de canciones de inspiración folk y rioplatense que puede escucharse en Spotify. Pero la compañía es, para él, una plataforma en la que puede probar cosas muy distintas de obra a obra y, sobre todo, regalarse tiempo para habitar los proyectos. “Me encanta trabajar con directores diferentes y hacer nuevas experiencias, pero creo que la gracia de estar en una compañía es saber que voy a tener proyectos a largo plazo, poder proyectar con otra escala, pensar en términos de una continuidad. Ahora, por ejemplo, ya estamos charlando con Mariano sobre Las ciencias naturales, que se estrena este año en el Teatro San Martín. Soy de las primeras personas que leen los textos, voy a ver los ensayos desde el inicio. Eso habilita un vínculo de las obras con la música que es muy distinto. Y la música, en las obras de Mariano, también tiene un lugar que está bueno”.
¿Cómo se vive esa situación de estar “adentro” de las obras todo el tiempo? ¿Es aburrido o encontrás la forma de que siga siendo adrenalínico?
--Es un poco todo eso. A veces te desconectás un poco, pero es como tocar en cualquier show en vivo. A mí me encanta y estar en el escenario siempre da un poco de adrenalina. Y lo más lindo de hacer música para teatro es que no se trata solamente de la música: estás acompañando algo más grande, otra cosa. Una cosa que se mueve, que va cambiando de forma todo el tiempo.
La vida extraordinaria se puede ver los sábados a las 21:30 y domingos y lunes a las 20:30 en Timbre 4 (México 3554). Las cautivas reestrena a mediados de febrero en el Teatro de la Ribera.