Es hora de la grieta. La verdadera Grieta, con mayúsculas, esa que hasta ahora nadie quiso tomarse en serio. Si alguien creyó que le había tocado ver y vivir lo peor en materia de desprecio por el otro, descalificación gratuita o fratricidas batallas dialécticas, pues inocente de él, porque está a punto de enterarse que en realidad las cosas pueden ponerse mucho peores. Ayer murió Roger Moore, el inglés, el actor. Ese que se hizo famoso en la tele protagonizando a Simón Templar, El Santo, y que después compartió cartel por un rato con Tony Curtis en Dos tipos audaces (extraña traducción para el original The Persuaders, aunque hay que convenir que Los Persuasivos no sonaba muy seductor), pero que para la mitad del mundo fue y seguirá siendo James Bond. Para la otra mitad, en cambio, apenas es (para siempre) el tipo que reemplazó a Sean Connery, el verdadero 007. Es que, hay que decirlo, la muerte de Moore volverá a poner en el tapete una división polémica que hace empalidecer el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, peronistas y gorilas, y que deja chiquita hasta la rivalidad entre gallinas y bosteros. El mundo se divide en realidad entre los que creen que James Bond es Roger Moore y los que defienden a Sean Connery. Ecce Grieta.
Roger Moore nació en 1927 en Stockwell, uno de los barrios que desde hace años integra la lista de los más pobres y peligrosos de Londres, lindero al también mal reputado barrio de Brixton, aunque hasta comienzos del siglo XX era considerado un elegante suburbio de clase media. Es decir, nunca fue el hogar de la realeza, y de hecho su madre Lilian fue siempre un ama de casa atada al modelo tradicional y George, su padre, un policía. Oficios clásicos de la clase obrera, no sólo en el Reino Unido. Ya en su cargo de embajador de buena voluntad de Unicef, labor que asumió desde 1991 hasta su muerte, Moore llegó a confesar haber sufrido alguna clase de abuso durante su niñez (nada demasiado grave, aclaraba él), pero dejando en claro que la suya no fue una infancia sencilla.
Sin embargo nunca se avergonzó por su origen y hasta se enorgullecía del trabajo de su padre, como lo prueba una colorida anécdota del rodaje de Moonraker (1979), su cuarta película interpretando a Bond. Se cuenta que los productores del film, aprovechando que el mismo tenía algunas escenas en Brasil, propusieron incorporar un cameo del archifamoso ladrón de bancos Ronald Biggs, también nacido en Stockwell y afincado en Río de Janeiro para escapar de la Justica británica. Algo que nunca llegó a concretarse, ya que Moore se negó elegante y definitivamente a compartir el trabajo con un criminal, sólo para mantener en alto el honor de la institución policial a la que había pertenecido su padre.
Aunque su extensa carrera como actor abarca casi siete décadas, desde que debutó como extra en 1945 a cargo de pequeños roles no acreditados, hasta casi la actualidad, su rostro ha quedado adherido al agente 007 y casi nadie lo recuerda por otra cosa. A tal punto su sello se ha estampado en la historia del personaje creado por el novelista Ian Fleming, que es dueño de algunas marcas que lo ponen por encima de los otros Chicos Bond. Es quien más veces lo ha interpretado, con siete películas (oficiales); es el actor que ha accedido al personaje con mayor edad, protagonizando Vivir y dejar morir (1973) a los 46 años, pero también quien lo interpretó hasta más viejo, ya que tenía 58 cuando se estrenó En la mira de los asesinos, en 1985. Y además fue, hasta la llegada de Daniel Craig en Casino Royale (2006), el único actor realmente inglés en encarnar a Bond en la pantalla grande, ya que George Lazenby es australiano, Timothy Dalton galés, Pierce Brosnan nació en Irlanda y Connery, su gran rival, en Escocia.
Una competencia que involucra no sólo a los fanáticos, que se dividen entre uno y otro con argumentos que de un lado defienden el carisma y la solidez actoral de Connery, y por el otro la elegancia y la ambigua ironía de Moore. La disputa se extendió también al plano cinematográfico a comienzos de la década de 1980, cuando el mismísimo Connery protagonizó –e incluso se dice que coprodujo– Nunca digas nunca jamás (1983), único largometraje no oficial de la saga, estrenado casi al mismo tiempo que Octopussy, la anteúltima película de Moore en la piel de 007. Se cuenta que antes del rodaje de Octopussy los dueños de la marca Bond (la compañía británica Eon Productions) estaban dispuestos a deshacerse de él a causa de su edad y hasta se hablaba del estadounidense James Brolin, padre de Josh, actual marido de Barbara Steisand, como reemplazo. Pero al enterarse del proyecto paralelo que involucraba a sir Sean, decidieron mantener a sir Roger, a quien consideraron el único lo suficientemente so british como para salir airoso del desafío. La jugada fue exitosa, ya que Octopussy se impuso a su competidora en las boleterías, mostrando al mundo quien era para el gusto popular, al menos en 1983, el verdadero agente al servicio de Su Majestad. Aunque es cierto que no por mucho: así son las grietas.
Con Roger Moore muere parte de una de las historias más grandes del cine moderno. Junto a él se va un pedazo de ese ícono cultural con el que el Reino Unido mantenía en alto su bandera simbólica, en el contexto de una Guerra Fría en la que el Imperio había cedido su protagonismo hace rato, ante el dominio de la URSS y los EE.UU. Por todo eso será recordado: Dios salve a Roger Moore.