Mientras el Gobierno argentino trata de negociar con el FMI una extensión del sendero del ajuste fiscal para evitar un freno abrupto sobre la recuperación económica, el organismo sigue dando señales de que mantiene su mirada histórica acerca del rol de la austeridad como método para conseguir el repago de sus créditos.
El nuevo escenario global dominado por el dato de la inflación norteamericana más alta de las últimas cuatro décadas, nuevas olas de contagio y cepas de la pandemia y cuellos de botella en diversas cadenas de producción a nivel global es el caldo de cultivo ideal para que el Fondo salga a decir que los países emergentes se ajusten los cinturones. Especialmente aquellos muy endeudados en moneda extranjera, con alta inflación e instituciones debilitadas. Sin decirlo, el FMI se refirió a la Argentina.
"Algunos mercados emergentes ya comenzaron a ajustar su política monetaria y se están preparando para reducir el apoyo fiscal para enfrentar el crecimiento de la deuda y de la inflación. Aquellos países con una política creíble en materia inflacionaria pueden ajustar su política monetaria más gradualmente, mientras que otros con inflación más alta o instituciones más débiles deben actuar rápidamente y de forma integral. En cualquier caso, la respuesta debe incluir una depreciación de las monedas y suba de las tasas de interés", dice el informe "Las economías emergentes se deben preparar para un endurecimiento de la política de la Reserva Federal", elaborado por Stephan Danninger, Kenneth Kang y Hélène Poirson, publicado en el blog del FMI.
El sendero
El Gobierno argentino se encuentra en plena discusión con el FMI a causa del ritmo del ajuste que pide el organismo para cerrar el acuerdo de crédito que permita pagar el megapaquete de deuda firmado por Mauricio Macri en 2018.
Según los números que mostró el ministro de Economía, Martín Guzmán, la intención del Gobierno es que en 2022 el déficit sea algo inferior a los 3 puntos del PBI registrados en 2021, para luego avanzar en un sendero de reducción gradual de alrededor de medio punto del producto por año. El equilibrio primario se alcanzaría en torno a 2027.
En cambio, el Fondo estaría buscando que el equilibrio fiscal se alcance en 2024, lo cual requeriría que este año comience un duro ajuste. Para el Gobierno, ese escenario frenaría la recuperación económica.
"Si el FMI empuja a Argentina a una situación desestabilizante, va también a tener una legitimidad menor en el futuro, cuando otros países requieran del multilateralismo para poder resolver junto a la comunidad internacional sus problemas. Si queremos protegernos entre todos y proteger el funcionamiento del multilateralismo, es importante acordar algo que sea creíble. Y creíble quiere decir implementable", advirtió Guzmán, que está afinando los números a ver si acerca posiciones.
Mientras tanto, el Gobierno está negociando en Washington directamente con la administración de Joe Biden, que en definitiva es la que tiene la última palabra porque maneja los hilos del Fondo Monetario.
Más allá de cómo razonen los cerebros del organismo acreedor, lo seguro es que tienen intereses bien diferentes al del Gobierno: la caída de la actividad permitiría mayor holgura de divisas mediante la baja de las importaciones y así liberaría dólares para el pago de la deuda, que es en definitiva lo que le interesa al Fondo.
El premio Nobel Joseph Stiglitz advirtió días atrás que "todos deberían saber a estas alturas que la austeridad es contraproducente, aunque algunos estados miembros influyentes en el FMI todavía presionen por ella". Si prosperan "las antiguas demandas de austeridad, las consecuencias para el propio Fondo serían graves, incluida la menor disposición de otros países a comprometerse con él. Eso, a su vez, podría amenazar la estabilidad política y financiera mundial. Al final, todos perderían", dijo Stiglitz.
"Opciones difíciles"
El contexto económico mundial de mayor incertidumbre a causa de la pandemia y la creciente inflación en los países centrales es el escenario ideal para que el FMI martille con su recetario.
"Una inflación de base salarial en Estados Unidos o mayores cuellos de botella en la oferta pueden disparar los precios más de los anticipado. En consecuencia, subas más rápidas de las tasas de interés de la Fed pueden endurecer las condiciones financieras en todo el mundo. Esto puede venir acompañado de una ralentización de la demanda de Estados Unidos y puede llevar a flujos de capital en contra de las economías emergentes y la depreciación de esas monedas", indica el informe.
"Las acciones que se necesitan tomar pueden suponer opciones difíciles para las economías emergentes, en la medida en que deban optar entre el apoyo a un mercado interno débil y cuidar la marcha de los precios y la estabilidad externa. De modo similar, extender el apoyo a las empresas puede incrementar los riesgos crediticios e debilitar la salud de largo plazo de las instituciones financieras. Aunque desandar esas medidas puede debilitar la recuperación", dice el documento.
"Los países con altos niveles de endeudamiento en moneda extranjera deben reducir los riesgos del roll-over de deuda. El vencimiento de las obligaciones debe extenderse incluso si implica mayores costos. Los países más fuertemente endeudados tal vez tengan que iniciar un ajuste fiscal pronto y rápido", agrega el trabajo. No hay muchas dudas de que Argentina está en el último grupo de países.
En tanto, otro artículo elaborado por Sanjaya Panth y Ceyla Pazarbasioglu advierte que "mientras el mundo emerge de la pandemia, se van a repetir shocks financieros de corto y mediano plazo. Un endurecimiento monetario más pronunciado de lo esperado frente a las presiones inflacionarias en las economías avanzadas tendrá, por ejemplo, efectos indirectos en la balanza de pagos de los países de mercados emergentes".