Hacían casi 40 grados, mi novia temblaba de fiebre y yo estaba en mi tercer día de COVID cuando vimos La hija oscura (2021), el primer largometraje de la actriz Maggie Gyllenhaal, protagonizado por Olivia Coleman y Dakota Johnson.
Había notado en las redes sociales que, con esta película, no hay punto medio: están las que quedan fascinadas y ya la vieron dos veces, o quienes se aburrieron a los quince minutos porque "no pasa nada” o la terminaron de ver en cuotas. Yo, que cabeceaba de sueño, buscaba un relato pequeño, cercano, sin grandes batallas épicas ni efectos especiales: un registro íntimo, sensorial y, ciertamente, le di en el clavo. Aunque admito que me dormí en la mitad (hacía demasiado calor y me sentía agota del encierro y el dolor corporal), al día siguiente la terminé de ver con el primer mate de la mañana.
Estamos acostumbrados en el cine a ver homicidios en masa de forma grosera sin conmovernos, sin embargo, impacta más la historia de una “mala madre” que hace algo inefable, terrible, completamente transgresor. Y con inefable no me refiero a que, por ejemplo, apuñaló a sus hijas o las vendió a una red de prostitución, no. Sino que cumplió una fantasía secreta de millones de personas que maternan, están extenuadas y ya no quieren más. Alrededor de este hecho la película arma su juego: con grises y sin respuestas rápidas.
El film empieza con una imagen brutal: la protagonista desmayándose en la playa en medio de la noche. Desde la primera escena plantea una incógnita: ¿está muerta? ¿Es un sueño? Pero la directora no es condescendiente y sabe que no nos debe explicaciones. Pero, con mucha precisión, propone ciertos hilos para ir desenredando este relato. La historia retrata a Leda Caruso (Olivia Coleman), una profesora de literatura que decide vacacionar sola en una playa griega. Ella, toda regia pero accesible, planta su reposera en una pequeña playa que comparte con una familia estadounidense inmensa, ruidosa y con un feeling de clan mafioso. Leda, que en un principio sesiente abrumada, rápidamente entabla un vínculo con dos de las mujeres del grupo, entre ellas Nina, la joven madre de una niña, Helena, que parece tener tres años.
En este devenir de miradas entre ellas, Leda y Nina comienzan a encontrarse y a desarrollar una cierta obsesión entre ambas, y buscan acercarse con charlas casuales. Sin embargo, ver a Nina junto a su hija despierta en la protagonista recuerdos de su propia experiencia como madre y aquí la historia encuentra su substancia. En La hija oscura, Maggie Gyllenhaal trenza una narración desconcertante, perversa e íntima, cargada de simbolismos, donde registra una maternidad egoísta, desencuadrada, desencajada o, como diría Leda, de una “madre antinatural”.
Fruta podrida, insectos que irrumpen en escena, la risa infantil histriónica y presencias molestas son parte de este paisaje inquietante. A través de distintos flashbacks que se sobreimprimen con el presente, vemos a Leda siendo una madre muy joven de dos niñas de siete y cinco años. Ellas son absolutamente demandantes, intensas, atolondradas, corren de un lado al otro, ríen, gritan, ensucian, le piden cosas; la zarandean, no la dejan ni estudiar, ni dormir, ni concentrarse, ni puede hacerse una paja sin ser interrumpida. La película registra un agobio asfixiante del que Leda no puede escapar y esto lo contrapone con su presente: sola, de vacaciones, en una situación de disfrute.
Ella, que tiene 48 años y no es la típica MILF de Hollywood, sino una mujer en estado de goce, juega a seducir al playero de 24 años y al casero mucho mayor que ella; incluso sabe que es hipnótica para Nina, que le confiesa que, apenas la vio, pensó que quería ser como ella. Leda encuentra en Nina un reflejo de su juventud: ella también se siente ahogada por la maternidad, apenas puede dormir, su esposo la cela constantemente y se escapa de esa realidad teniendo un affaire con uno de los empleados del balneario. Sin embargo, Leda goza aumentando el sufrimiento de Nina robando la muñeca de Helena, con la que secretamente “juega” a maternar: le compra ropa, duerme con ella, la baña, la limpia pero, también, la esconde, la aparta de ella. Paralelamente, los niños del pueblo y la familia de turistas buscan desesperados a este juguete extraviado, por el cual la niña llora constantemente.
¿Qué encuentra Leda en esa muñeca con laque se obsesiona? Olivia Coleman, que continúa algo de su registro frío y distante con el que brilló en The Crown, hace avanzar esta narración perturbadora de la mano de Maggie Gyllenhaal, que tiene la habilidad de acercarse, retroceder y detenerse en gestos precisos para ofrecer esta mirada sombría sobre la alienación que produce la maternidad y los riesgos de infringir sus normas.