El importante crecimiento económico de 2021 no se tradujo en una reducción relevante de la tasa de pobreza. Los últimos datos disponibles muestran que la mejora de más de 9 por ciento interanual en el PIB per cápita en el primer semestre (promedio en los dos primeros trimestres) impactó de forma estadísticamente irrelevante en la reducción de la pobreza. El crecimiento económico no llegó a los hogares.
Los microdatos de la EPH indican que el poder de compra del ingreso por unidad consumidora (es decir, ingreso total nominal del hogar deflactado por la línea de pobreza del hogar) retrocedió 3,2 por ciento en promedio entre los primeros semestres de 2020 y de 2021. De no haber mediado cambios en la distribución personal del ingreso, esa pérdida de poder de compra habría incluso elevado la incidencia de la pobreza en 1,5 puntos.
De modo que la pobreza no se alteró (o bajó sólo de manera irrelevante) gracias a los cambios en la desigualdad interpersonal: la distribución del ingreso real de las unidades consumidoras registró alteraciones progresivas que más que compensaron (en -1,8 punto porcentual) el impacto empobrecedor de la caída de los ingresos reales.
Crecimiento y pobreza
Si el dinamismo económico de la primera mitad del año hubiera alcanzado en su total expresión a los ingresos hogareños, elevando el poder de compra promedio un 9 por ciento y en ausencia de alteraciones distributivas, la tasa de pobreza se habría retraído algo más de 4 puntos porcentuales.
Más aún, dado que la dinámica de los precios implícitos del PIB, del 54 por ciento entre primeros semestres, resultó más elevada que la del umbral de pobreza, del 47 por ciento en igual período, el ingreso real medio podría haberse acrecentado cerca de un 15 por ciento, con lo cual, de no haber mediado otra alteración distributiva, la disminución de la tasa de pobreza podría haber sido de casi 6 puntos porcentuales: -4,1 puntos por crecimiento económico y un adicional de -1,7 puntos por cambios en los precios relativos.
¿Por qué el crecimiento no llegó a los hogares? Aquí la explicación hay que buscarla en otro de los factores, en general omitido por los especialistas, que incide sobre la variación de la pobreza: se trata de la evolución de la participación secundaria de los hogares en el PIB, esto es, los cambios en el corte de “la torta” del PIB.
Como ya se mencionó, entre los primeros semestres de 2020 y 2021, la torta, es decir el PIB per cápita, creció más de un 9 por ciento. Se sabe también, por la información suministrada en la estimación de Cuenta Generación del Ingreso del Indec, que la participación primaria de los trabajadores pasó de 53,5 por ciento según el promedio de los primeros trimestres de 2020 a 47,9 por ciento en base al promedio de primeros trimestres de 2021. De modo que retrocedió un 10,5 por ciento.
De modo que el corte de la porción que le toca a los hogares experimentó una fuerte alteración, negativa para este sector institucional, al menos en parte porque se trata de la participación primaria en el ingreso total.
Aún con ese deterioro en la participación primaria, si la distribución secundaria, esto es después de contribuciones, impuestos directos y transferencias estatales a los hogares, hubiera experimentado igual alteración (-10,5 por ciento), el efecto del crecimiento y la mejora de los precios relativos hubiera permitido que el ingreso real promedio de las unidades consumidoras aumentase 2,7 por ciento, manteniéndose así una tendencia a la disminución de la pobreza por efecto ingreso.
En otras palabras, el crecimiento de la torta hubiera más que compensado la porción más estrecha. Pero no fue ese el caso. El deterioro del ingreso real promedio fue, como vimos, del 3,2 por ciento interanual, y obedeció a que el retroceso experimentado por la participación secundaria de los hogares fue aún mayor, del orden del 16 por ciento.
Ese importante deterioro de la participación secundaria, traccionado tanto por el efecto mercado (deterioro primario) como por la disminución del impacto redistributivo de las transferencias entre los hogares y el Estado tuvo un considerable impacto sobre la tasa de pobreza, con un incremento de 7,3 puntos porcentuales, que revirtió la tendencia reductora asociada al crecimiento económico y la mejora en los precios relativos.
Nuevamente, si entre los primeros semestres de 2020 y 2021 la pobreza no acrecentó ello obedeció exclusivamente a cambios progresivos en la desigualdad personal del ingreso real (por unidad consumidora), que contribuyeron a reducir la incidencia en 1,8 punto porcentual, como ya se señaló.
No neutralidad
Como vemos, la desigualdad personal es sólo uno de los componentes distributivos que afecta a la evolución de la tasa de pobreza. Las alteraciones en los precios relativos y los cambios en la participación secundaria de los hogares son también aspectos distributivos que funcionan como correas de transmisión entre la evolución económica y el ingreso real medio, incidiendo consecuentemente en los niveles de privación.
El período aquí considerado es un claro ejemplo de la no neutralidad del crecimiento económico. El deterioro de la participación secundaria de los hogares es la clave que refuta, de manera bastante ostensible, a quienes postulan al crecimiento económico como resorte exclusivo para morigerar los altos niveles de pobreza. Sin crecimiento no se puede, pero con crecimiento no alcanza.
*FCS-UBA