Uno de los grandes mensajes que deja la enseñanza del psiquiatra español Fernando Colina es que el intento de ayudar al supuesto “loco” consiste en no dañarlo en el camino. Autor de libros como Melancolía y paranoia, Las voces de la locura y Manual de Psicopatología, Colina vierte toda su manera de entender la psicosis en su nueva publicación, Sobre la locura, de La Revolución Delirante. Precisamente el nombre de la colección refiere a un movimiento abierto originado en Valladolid por jóvenes profesionales de la salud mental. Siguen una línea de pensamiento que invita a cuestionar la carga de poder de la disciplina (la psiquiatría), dando especial importancia a dos factores. Uno, tiene que ver con la necesidad para los profesionales de una formación rigurosa e independiente en psicopatología. El segundo principio que los une es la legitimación de la locura como una experiencia subjetiva que debe ser respetada y, si se diera el caso, acompañada. Renuncian a la idea de que el diferente está enfermo y de que el que sufre es porque funciona mal.

Colina es también miembro de la Asociación Española de Neuropsiquiatría y colaborador de La Revolución Delirante. Participó en la reforma psiquiátrica de Valladolid, como director del Hospital Psiquiátrico hasta su cierre. En la actualidad es psiquiatra emérito del Hospital Universitario Río Hortega. Así piensa: “No hay que tratar de corregir ni normalizar a las personas. Es decir, entender el síntoma no sólo como el defecto de una persona ("estoy angustiado" o "tengo una fobia") sino entenderlo también como una herramienta de defensa”.

--¿Qué ocasiona el impedimento con el secreto que tienen los psicóticos?

--Esa expresión es muy maximalista. Tienen una dificultad con el secreto y con la mentira. Eso lo que lleva implícito es que tienen un problema de opacidad, de transparencia. De esto se quejan mucho los esquizofrénicos: la gente les adivina su pensamiento, entra en sus pensamientos. Creen que en la televisión están hablando de él y sus problemas. Una definición que proponemos en la psicosis es la pérdida de la transparencia. Es no poder mantener un secreto: el secreto de la intimidad. Un psicótico me dice: "No tengo intimidad, todo el mundo se entera de lo que estoy pensando". Esa intimidad se necesita para tener una relación íntima con una persona. Entonces, la conclusión es la soledad, el retraimiento. Como toda persona, un loco no está loco del todo: también tiene sus secretos.

--¿O sea que el no poder mentir trae aparejada la pérdida de la intimidad?

--Sí. Esa época un poco fisiológica de los hijos en que los padres siempre piensan que tienen unos hijos que son unos perversos, que están mintiendo, es una defensa, y es un momento fisiológico en cierto modo del desarrollo de los niños. Es decir, la mentira es un progreso en la maduración. El niño tiene que aprender a mentir y a ocultarse de los padres. Después, podrá ser un mentiroso patológico, pero ese paso lo tenemos que dar. Todos tenemos que aprender a mentir. Incluso, hay una especie de rito y de mito en que estamos engañando continuamente a los hijos: los Reyes Magos, Papá Noel, todo eso es como un engaño colectivo que si uno lo rompe, parece que está transgrediendo una norma básica. Hay que mentir y hay que enseñar a mentir. Luego, ya el uso de la mentira dará un poco la calificación moral de la persona.

--¿Por qué el primer paso curativo del psicótico es aprender a ocultar la enfermedad?

--Eso va muy en contra de lo que normalmente se enseña o que se ve en los sitios de formación o en los propios equipos. Un psicótico que esconde su delirio, que no te lo cuenta, está bien. Hay que respetar ese silencio. De repente, no te conozco, y te empiezo a hacer preguntas muy personales. Tú me dirás: "¿Qué pretende?". En cambio, con un loco, nos parece que le podemos preguntar por lo más íntimo, porque sí, y encima nos tiene que responder. Y lo más íntimo que tiene es el delirio. Lo que pasa es que cuando está agitado y angustiado se lo cuenta a todo el mundo. Imagínate que vas por la calle, ves un accidente de coches y matan delante de ti a una persona. Al primero que encuentras se lo cuentas. El psicótico tiene que contar eso porque es lo más grave que le está pasando en ese momento. Es un cataclismo personal. Cuando no lo cuenta, está más tranquilo, está más callado. Entonces, yo no tengo que ir a ver si me lo cuenta y tratar de explorar el delirio ni ver si removiéndole, que confiese. No. Ese sería el mal uso de la clínica psiquiátrica. Si se lo calla, tiene dos ventajas. Una es que no está tan angustiado y no necesita contarlo. Y la segunda es que tiene perfectamente perimetrado lo que nosotros entendemos que es un delirio. Entonces, eso se lo calla. Y si lo ha perimetrado es otra ventaja porque, en cierto modo, es como una autorepresión sobre eso. Ha dado un paso más.

--¿El prejuicio y el miedo a la locura tiene que ver con que en los psicóticos hay un aspecto de lo imprevisible y lo desconocido?

--Yo creo que sí. Continuamente nos quejamos del estigma de los enfermos, y de la prensa que no cuida esa situación. Pero realmente el primer estigmatizador es el psiquiatra con sus diagnósticos. O sea que el médico es el que más estigmatiza. Pero cualquier estadística aprueba que la población de psicóticos es mucho menos violenta que la de personas comunes. Lo que pasa es que la locura siempre asusta y, por otra parte, muchas veces el delito es imprevisible. Tú entiendes que te roben porque te quieren sacar la plata. Pero a lo mejor que uno vaya por la calle y alguien te estampe, esa irracionalidad y falta de previsión y de lógica, a la gente común le choca mucho y la atemoriza mucho. Luego, la pérdida de la razón es una de las manifestaciones más propias a la angustia. Entonces, cuando nos angustiamos decimos que nos va a dar un infarto o que vamos a perder la cabeza. Entonces, esa pérdida de cabeza delante de ti angustia y se convierte en algo muy amenazante.

--¿Por qué el psicótico es muy vulnerable a la opinión ajena?

--Un psicótico necesita más que cualquiera el reconocimiento. En una persona que tiene una identidad muy frágil, el hecho de que uno le haga un cierto tipo de reconocimiento, esa opinión, depende de quien sea, puede ser, por la parte buena, el apoyo que le puede suponer. Por la parte que tiene mala, se está siempre fijando en formas paranoicas de desconfianza. Entonces, siempre va a haber una opinión que no le guste y siempre va a ver una intencionalidad. Todo en la locura es como intencional del otro. El otro no tiene afecto, no tiene deseo, no tiene amor. Y si tú le dijeras a un loco "Te quiero", no sabría qué hacer con eso. Se pondría muy desconcertado, muy paranoico y muy desconfiado.