“El pensar en él llena toda mi vida. Si el mundo desapareciera y él se salvara, yo seguiría viviendo, pero si desapareciera él y lo demás continuara igual, yo no podría vivir” dice Catherine Earnshaw, la protagonista de Cumbres Borrascosas de Emily Bronté, una novela de oscuros sentimientos y pasiones borrascosas que despliega de manera genial las imposibilidades de la relación sexual y su equívoco permanente, aquí disfrazado de prejuicios de clases y de tenebrosos amores pasados. Si la novela romántica ha puesto algo de manifiesto es esto: que el hombre y la mujer (pero hoy podríamos extenderlos a cualquier pareja sin mencionar la nominación sexual de sus participantes) se encuentran atrapados en una asíntota sentimental, un equívoco constitucional, lo que hace que una relación cuando se instaura, lo haga por efecto de una construcción supletoria que mas allá de los nombres jurídicos que se han propuesto, se revela como artificial (sin que esto suponga ninguna relación “natural” o “normal”) y como encubriendo una imposibilidad estructural.
Las paradojas del amor -y también las del odio, pero en un sentido diferente- se despliegan así de manera frondosa ya que no pueden asegurar ningún destino, ninguna buena manera de continuar, ni ninguna forma correcta de concluir. En este sentido -y siempre los artistas han sabido plasmar antes que los psicoanalistas los callejones sin salida del sentimiento- un cuadro de René Magritte muestra a los amantes enmascarados a punto de darse un beso, y revela de manera precisa el malentendido de cualquier pasión amorosa. Lo mismo sucede -nos dice Miquel Bassols en un artículo esclarecedor Lo femenino mas allá de los géneros- con un cuento de Alphonse Allais llamado Un drama muy parisino donde una pareja es citada a un baile de máscaras y acuden a él disfrazados. Y bailan juntos, y se atraen y al final de la noche cuando van a un salón contiguo se quitan las máscaras y ¡oh sorpresa! no era él, tampoco era ella. Lejos de reconocerse, cada uno se enamora del otro “más allá de la mascarada imaginaria de los géneros” nos dice Bassols. Y es ahí cuando pueden ser felices.
Lo cual nos lleva a un punto poco considerado, y es que un amor verdadero quizás no se establece sobre la identidad de cada participante, sino más bien sobre lo que quiebra esa identidad, lo que hace vacilar las identificaciones de cada yo. Un amor verdadero nos llevaría mas allá de nosotros mismos, no nos haría reencontrarnos sino más bien acceder a formas nuevas de relación, sacudiría nuestras certezas y ampliaría nuestras vidas. Esto es verdaderamente lo hétero de una pasión: el encuentro con lo diferente del otro o la otra. Y una consecuencia importantísima de ese amor sería tocar la diferencia en el seno de lo social mismo y permitir que en él se admitan formas que no sean las invocadas por la tradición solamente.
*Fragmento de Lunes analíticos en Facebook, publicado el 29 de noviembre de 2021.