Natalia Santucci se entusiasma hablando de las vacunas, de la protección que generan, y es optimista sobre la situación en el país, donde el 80 por ciento de la población decidió vacunarse, aunque también alerta que los discursos antivacunas calaron en los lugares donde son potencialmente más dañinos. “Parecía un esnobismo, y terminó prendiendo en las clases más empobrecidas, generó temor. Estas cuestiones absurdas del chip, de los imanes, circuló en las clases más vulnerables y generó miedo. Yo recibí consultas por esto. Así y todo, muchos se han vacunado y en la experiencia se han dado cuenta de que no había riesgo”, dice, y señala la responsabilidad de los medios de comunicación. Doctora en Ciencias Biológicas y biotecnóloga, Santucci es investigadora del Conicet, forma parte del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (Idicer) y de la Sociedad Argentina de Inmunología (SAI). Desde el año pasado, coordina la campaña #ViralicemosConCiencia, que se propuso llevar información científica de calidad sobre las vacunas a las escuelas. También integra el grupo Ciencia Rosarina contra el Coronavirus.

Santucci considera que “la pandemia puso bastante en evidencia la falta de cultura científica en las sociedades en las que estamos. De alguna manera, la ciencia se había transformado en un producto que vos tenías en la góndola: el medicamento, el antibiótico, hablando de las ciencias médicas, o la tecnología que se te ocurra, pero nadie conocía el proceso que lleva la producción de esto y la pandemia lo evidenció, porque puso de manifiesto el enorme proceso de incertidumbre que guarda el quehacer científico”. 

La campaña fue llevada adelante por Santucci junto a Ana Rosa Pérez, Silvina Villar, Florencia González y Silvana Spinelli. Comenzó a partir de una iniciativa de la SAI, que todos los años propone la divulgación de un tema, y en 2021 era la vacunación contra la Covid-19. “Una vez que empezamos a pensar la campaña, nos interesó qué pasaba con las infancias y las adolescencias, que en realidad habían sido ignorados durante toda la pandemia, porque no sólo habían quedado recluidos en sus hogares, sino que los habían planteado como posibles transmisores de la enfermedad a los adultos, a sus abuelos, a sus tíos, y qué pasaba con ellos y con la incertidumbre que había generado todo eso y con vivir las restricciones de la manera que la vivieron… Sentimos que no habían tenido mucha voz”, cuenta Santucci, quien subraya que también se propusieron intervenir porque consideran que “realmente hay muy poca cultura científica, muy poco diálogo entre las instituciones educativas y las académicas. Uno hace investigación, obtiene conocimiento, resultados y, en el mejor de los casos, si sos docente universitario, podés comentar en el aula pero tampoco mucho, y después, si realmente no te interesa comunicar, quedás atrapado en los congresos de tu disciplina”.

¿Por qué creés que es feminista trabajar para que más gente se vacune?

--Creo que compartir el conocimiento es feminista, el empatizar, el salirse de una misma y llegar a otros, y ser parte de otros, y lo colectivo, para mí es parte del feminismo. Segundo, porque me parece que precisamente las mujeres muchas veces son las que ocupan los lugares más vulnerables. Si pensamos en los trabajadores, es más común que los hombres puedan acceder a trabajos formales y las mujeres no, y esa informalidad te expone mucho más. Por ejemplo, si vos limpiás una casa y la señora a la que vos le limpiás la casa quiere que vayas, no le importa si ella está contagiada, y si vos te contagiás, vas a contagiar a los tuyos. Hay muy poca empatía con las trabajadoras informales, que tienen que ir a trabajar como sea y garantizarse el mango, y en eso están muy expuestas.

El movimiento antivacunas tiene -por primera vez- presencia pública en un país con gran tradición sanitarista, donde la vacunación forma parte de las rutinas. ¿Cómo llegó? Santucci historiza que “este movimiento tiene origen en un estudio que hizo un médico bastante mal intencionado, no sólo que dudaba de la efectividad de las vacunas, sino que además dijo que eran causante de autismo. El artículo después fue retirado, y el médico perdió su licencia para trabajar pero, bueno, ya estaba publicado y el daño estaba hecho”. Fue el médico Andrew Wakefield, que en febrero de 1998 difundió ese estudio parcial, sobre doce casos, en The Lancet. Muchas de esas sospechas que se multiplican en redes y medios de comunicación son refutadas por #ViralicemosConCiencia en el Podcast Detrás de las Vacunas

Lo que resulta más sorprendente es cómo el rechazo a la vacunación viene de la mano de discursos anticapitalistas. “Este discurso antisistema ha prendido mucho pero va por el lugar equivocado, porque, en definitiva, no estamos exigiendo más regulaciones, mayor presencia del Estado, una utilización pública de esas herramientas. No hay nadie pidiendo que se liberen patentes, más allá de quienes hacemos ciencias, o que haya alguna transferencia tecnológica que les permita a determinados países producir vacunas para los que no lo pueden hacer. Ese enojo que lógicamente genera el lobby farmacéutico, de este modo está mal dirigido.

Santucci entiende que ser antivacunas es muy diferente a estar contra la medicalización de la vida. “Una vacuna, cualquiera sea, es una herramienta tecnológica que previene una enfermedad. En el sistema capitalista la ganancia de los laboratorios farmacéuticos está en las enfermedades crónicas, que implican un tratamiento de largo tiempo y garantiza un mercado cautivo. Prevenir una enfermedad está en las antípodas de este mecanismo. Incluso así las farmacéuticas salgan ganando con las vacunas, sus ganancias son aún mayores si los enfermos de Covid llegan a necesitar internación. Es mucho más caro para el Estado o para cualquier prestador de salud un día en terapia intensiva que una vacuna”, puntualiza. 

Hay también algunos sectores de los feminismos que desconfían –o directamente rechazan- las vacunas. “En relación a los feminismos y la vuelta a una vida más natural y con menos patologización, la vacuna también es una herramienta que va en este sentido. Es un desarrollo tecnológico para instruir a nuestro sistema inmune respecto de cómo debiera actuar en caso de un encuentro con el patógeno. Si bien se utiliza un medio tecnológico para ello, se apela a un mecanismo natural. Y es una herramienta sanitaria que apela a lo comunitario, al cuidado colectivo, a la empatía y la sororidad”, recuerda con vocación docente. Y considera que “tal vez haya que hacer un duelo respecto de las posibilidades de una 'vida natural', asumiendo que es imposible pensarnos ya en un mundo sin este tipo de herramientas, pero sabiendo también discernir cuando se está garantizando un derecho como el acceso a la salud y cuando, en nombre de ese derecho, patologizan procesos que no lo son, como por ejemplo un parto o el encarnizamiento con el paciente para prolongar una vida que ya debiese llegar a su fin”.