And just like that…, la remake de Sex and the City, muestra cómo diecisiete años después Carrie Bradshaw cambió su columna sobre sexualidad en un diario por un podcast conducido por unx comediante queer, Che Diaz (Sara Ramírez). Charlotte, convertida en el ama de casa que siempre soñó, va a empezar a conectar con lo que viene tratando de decirle unx de sus hijes. Miranda dejó su trabajo como abogada empresarial para hacer una maestría en Derechos Humanos después de darse cuenta de que "ya no se puede ser parte del problema". La que falta es Samantha, la rubia fatal, que de cuerpo ausente igualmente sobrevuela toda la serie. Las tres hablan de estos cambios en la mesa de algún restaurante de moda, engalanadas, como debe ser, en brillos y plumas excesivos para un almuerzo cualunque.
“No podemos seguir siendo quienes éramos, ¿no? Hay asuntos más importantes en el mundo”, aclara, como si hiciera falta, el guion de Michael Patrick. Apenas van diez minutos y ya está claro que las dificultades de tomarle el pulso al presente serán la columna vertebral de la historia. Hace algunas semanas Flor de la V se refirió en este diario a la ola de gerontofobia que provocó volver a verlas en pantalla, pero aquí vamos a hablar del paso del tiempo y el mandato de actualización en otro sentido.
Un millón de amigxs
Carrie no logra ponerse a tono con el fluir de la charla en el podcast en el que Che, presentadore no binarie, la introduce como "representante de la audiencia cis heterosexual femenina". Charlotte entabla amistad con Lisa Todd Wexley, una documentalista, tapa de Vogue, cuyo personaje no tiene mucho más desarrollo que las peleas con su suegra. Y Miranda se desespera por congeniar con su profesora afrodescendiente, Nya Wallace. La abogada más segura de sí y sarcástica de la TV de los 90 ha sido reseteada como un tipo específico de mujer blanca con culpa, que se desvive por la validación de su nueva profesora con una torpeza poco verosímil para el historial de este personaje... Una (des)compostura que por suerte dura solamente tres capítulos.
Cynthia Nixon, la actriz que encarna a Miranda, que en la última década ganó visibilidad como activista lgbti, dijo que la falta de diversidad en Sex and the City era "el talón de Aquiles del programa". Fue con este espíritu de autoflagelación que nació And Just Like That…. Así, el show concentró gran parte de sus fuerzas en lavar el pecado de blancura y cisexismo del original.
Y no estaría mal si no no fuera por otro problema: que lxs "nuevxs amigxs negrxs, marronxs y queer", que desfilan como en una calesita inclusiva, no tienen mucha más función en la trama que venir con paciencia zen a enseñar a aggiornarse a las tres protagonistas. Es decir: casi todas sus intervenciones son en función de lo que pueden aportarle en materia de nuevas experiencias -étnicas, sexuales, lingüísticas, etc.- a Carrie, Charlotte y Miranda.
Con el correr de los capítulos todo mejora, pero cuesta sobreponerse del shock de ver a Miranda convertida en una “aliada blanca” demasiado ansiosa por ser reconocida como tal. En la primera clase que tiene en su vuelta a la Universidad, confunde a la profesora afro, con otra alumna “por sus trencitas”. Y con cada explicación y cada disculpa embarra más el diálogo. Es una mujer de casi sesenta años entre alumnxs de 20, que está tratando de hablar un lenguaje nuevo para ella y falla en sus primeros intentos. Enredada entre los ceños fruncidos de sus compañerxs, queda rápidamente cancelada. Con este tipo de escenas -un shot de vergüenza ajena para lxs espectadorxs-, se busca pagar por aquello que Sex and the City -no hay duda: una serie blanca y cis, entre otras ausencias- no supo ver o mostrar durante el transcurso de sus seis temporadas.
La serie acierta cuando hace saborear a lxs espectadorxs algo de esa crueldad intergeneracional contemporánea. Pero exagera, como Miranda, en su desesperación por pedir perdón a cada paso.
El diario transfeminista del lunes
La mayor crítica que ahora se le hace desde los feminismos a Sex and the city fue el modo en el que las relaciones hetero y la búsqueda “del romance” definían las identidades y trayectos de vida de los cuatro personajes femeninos. Algo discutible en el caso de la abogada workaholic, Miranda, y de la vamp escatológica, Samantha. Incluso también, dudoso para Carrie, porque si bien el motor que impulsaba sus stilettos era el encuentro con Big -misterioso empresario, cuyo nombre no se revela en ninguna de las seis temporadas-, en el camino se enfocaba en todo lo demás.
Seguramente las reflexiones de Carrie sobre sexualidad, que para 1998 parecían progresistas o irreverentes, hoy suenan a tips bastante vainilla. Pero también es cierto que exigirle al pasado rendir cuentas con el diario transfeminista del lunes es tramposo. Más interesante podría ser repasar qué tuvo de atrevida para la época. Por ejemplo, cómo Sex and the city mostró la amistad entre ellas como parte del kit básico de supervivencia urbana.
Es verdad que los problemas de las protagonistas estaban lejos de ser representativos de los de la mayoría de las habitantes de cualquier ciudad. Siempre se dijo que el hecho de que Carrie pudiera solventar semejante vestuario sin más ingreso que su columna semanal era tan poco creíble como el departamento que Mónica y Rachel, de Friends, alquilaban en NY con sus salarios de mozas y vendedoras de ropa. Pero más allá de eso, sin duda Sex and the City tiene el merito de haber sido la primera producción de tele comercial, de alto muy costo, que le dedicó tanto espacio a la amistad femenina como modo de vida, sostén emocional y económico.
Sex and the city acompañó a una generación a identificar y articular sus experiencias de una manera inédita en TV hasta el momento, hablando de manera también inédita -por lo directa- sobre sexualidad.
Reír sin miedo
Ahora, And Just Like That… es el relato de una imposibilidad. Muestra una carrera que se afronta siempre en desventaja: las tres tratando de actualizarse toda la temporada.
Lo mejor: verlas entrar en cortocircuito con los códigos del presente que no entienden o no aceptan. Y a veces, verlas disfrutar de ellos. Llenas de buena voluntad pero un poco desubicadas. Lidiando con las apps de citas, con la velocidad del lenguaje podcast y con la posibilidad de ser acusadas de apropiación cultural si se visten con un sari para ir a una fiesta tradicional de la India.
Envejecer para ninguna es un sendero ascendente hacia la sabiduría, sino más bien, un recorrido poco elegante de prueba y error. Cuando relaja su pánico a la incorrección And just like that… recuerda los mejores momentos del original. En esos tropezones francos -y no en los excesos de compensación de sus pecados de los 90- reside su gracia.