Cuando hablamos de la violencia que históricamente ha acechado a las travestis nuestra primera opción es señalar a la policía: la tenemos allí en la esquina con su gorrita y uniforme representando el uso legítimo de la fuerza y tal. Hacemos bien, porque sin dudas la policía fue una de las instituciones que más duramente reprimió los cuerpos travestis durante los 80s y 90s, lacerándolos, afeitándolos, deteniéndolos. Esta violencia extenuante y exterminadora por lo general es la más recordada, pero no es la única.
La violencia lo abarca todo: se nos representa más claramente en los espacios institucionales, pero está infiltrada en las jerarquías familiares, los vecinos, el chisme, las miradas, la arquitectura, etc. A las travestis nos disciplinan las vecinas que nos miran espantadas cuando salimos a la luz del día, la bien intencionada aunque tonta amiga que te dice “vos sos re linda, no creo que los hombres se fijen en que sos trans” o el doctor que te insinúa tu “biología” con tantos modismos que hacen evidente su asco. Por lo general, obviamos en el relato de la violencia la participación civil. Incluso ante eventos críticos como la última dictadura militar, nos es más fácil señalar las violencias políticas particulares del periodo que afectaron al colectivo LGBT, antes que observar y revisar todas las violencias cotidianas y de larga data que sirvieron de sustrato a las mismas y se sostuvieron en la participación civil.
La violencia más allá del meme
Del mismo modo, actualmente parece que el enemigo se nos presenta transparentemente en algunos personajes siniestros. Nos resulta fácil señalar a Bolsonaro como un peligro inminente y problematizar los desafíos que significa el poder de los sectores evangélicos en la política. Es bastante sencillo decir que Milei es un loco, ridículo y violento al que los jóvenes consumen irónicamente. Es fácil enredarse en un hilo de Twitter dos horas discutiendo con una adolescente radfem que idolatra a su vulva. Es fácil porque esa violencia se nos presenta caricaturizada, mediada por el meme y operacionalizada para que la consumamos. Está ahí al alcance de la mano para que limpiemos nuestras conciencias burguesas y progresistas y justifiquemos nuestra superioridad moral. Al final de la jornada, terminamos siendo un poco esa doña Rosa que cierra sus reflexiones diciendo “¡qué barbaridad!”. Pero si desnudamos al odio de ese disfraz de superhéroe para pubertos, algo debería encender nuestras alarmas. Es importante que reflexionemos ahora, sobre las mecánicas sutiles que disfrazadas de intelectualidad, buenos modales y elogio a la libertad sustentan el giro conservador en la escena política actual.
En 2018 el psicólogo y crítico cultural canadiense, Jordan Peterson presentó su libro 12 Rules for Life: An Antidote to Chaos (12 reglas para la vida: un antídoto contra el caos) y encendió la polémica mediática al atacar la propuesta legislativa que disponía de pautas para el respeto de los pronombres escogidos por personas trans. Peterson es un habilidoso orador. Su aspecto es el de un señor serio y formal que sabe de qué habla. No abunda en gestos ridículos ni alza la voz. Liberal confeso y representante de una nueva ola conservadora, Peterson se esfuerza en aclarar que él no es de derecha y su gestualidad ayuda al trampantojo. El debate en torno al uso de los pronombres catapultó a Peterson a la fama y aunque sus argumentos son grotescos e insisten en señalar a la “corrección política” como un dispositivo de censura, su trampa es eficaz y sutil. Un lector desprevenido se queda entrampado en una lógica clausurada y sin grandes fisuras que parece presentar razones entendibles. En un reportaje, una entrevistadora le pregunta: “¿piensas que una mujer transexual es una mujer real?”. Peterson resopla con fastidio. La pregunta sobre la mujer “real” le da a lugar a Peterson a referir a la biología y le deja margen para señalar lo falaz de esta pregunta. El fragmento da asco. Peterson vierte sus detestables apreciaciones a la vez que expone la falacia de tal pregunta, que aunque bienintencionada... parte del supuesto de que existen mujeres innatas. La periodista le deja la mesa servida al fastidioso Peterson para empanzarse de silogismos construidos con pocas ideas pero mucha labia.
Y por casa…
Argentina se encuentra hoy en las albricias de esta misma trampa. La victoria del partido libertario con el 17% en CABA debe alertarnos de un brote conservador, pero también es importante pensar cómo esto redefine el escenario político. Ante la monstruosidad de legisladores como Milei y Villaruel, muchas ideas políticas conservadoras pero de carácter “moderado” nos parecen más admisibles. ¿Estamos ante una escena política cada vez más polarizada? Quizás. Pero lo que más debe alertarnos es que este escenario aglutina por derecha y frente a eso las disidencias tenemos todas las de perder. Y este giro afecta muchos campos: consumimos más acríticamente productos culturales que están teñidos de fascismo, “humor negro” y clasismo o aceptamos sumisamente que se nos imponga un poco de vigilancia ante el temor de un descontrol social emergido de las anarquías libertarias. Ojo con eso: nunca debemos olvidar que este sistema capitalista y moderno genera sus propios virus para inocularnos los anticuerpos que ellos mismos fabrican.
Tendemos a buscar al enemigo en formas siniestras y espantosas, pero la mayor de las veces está a la luz del día y con un rostro amable. Los fachos también tienen buen passing a veces. Tendemos a descartar a los discursos del feminismo radical y los sectores conservadores diciendo que son unos pocos locos, o señalando que sólo son adolescentes confundidos: pareciera que no vemos lo errado en esta mirada patologizante, infantilizadora y paternalista. Creemos que el peso de la historia va a poner los patitos en fila y que es imposible que en la Argentina progresista estos discursos prosperen.
¿Pero qué tal si en unos años en vez de un Milei desencajado y grotesco los conservadores encuentran un rostro agradable, un lenguaje correcto y una estructura lógica convincente y autoconclusiva? ¿Qué hacemos si las TERFS encuentran alianzas con esos muchos nichos del feminismo donde aún las travestis no somos pensadas o somos recibidas de mala gana y a costa de llorar la carta de buenas víctimas? ¿Qué, si ambos sectores logran hacernos debatir y entrar en la trampa bien elaborada de la lógica formal? Todavía estamos a tiempo de quitarle al enemigo su disfraz o de ser nosotras las reinas desnudas.