Bajo los cielos del Líbano 7 puntos
Sous le ciel d’Alice, Francia, 2020.
Dirección: Chloé Mazlo.
Guion: C. Mazlo y Yacine Badday.
Duración: 92 minutos.
Intérpretes: Alba Rohrwacher, Wajdi Mouawad, Isabelle Zhigondi, Mariah Tannoury.
Estreno en las plataformas Mubi y Qubit, como parte del ciclo My French Film Festival.
A poco de su llegada, la suiza Alice, que ha emigrado a Beirut para trabajar como niñera, conoce en un bar a un señor algo tímido y de traje gris, sentado en la mesa de al lado. Se miran, sonríen, no se hablan. Corte directo y la escena se repite desde el mismo ángulo, pero ahora están sentados un poquitito más cerca uno de la otra. Un corte más y ya casi se rozan: una sucesión muy propia de la comedia muda. Salen a pasear, se nota que se gustan, y un par de escenas más adelante ya están casados. De esta clase de encantamiento está hecha en buena medida Bajo los cielos del Líbano, primer largometraje de la realizadora francolibanesa Chloé Mazlo (1983), especializada hasta ahora en animación, con media docena de cortos en su foja. Pero el encantamiento se ve tronchado por la guerra, que estalla cuando Alice lleva décadas en Líbano.
Seleccionada para la sección “Semana de la Crítica” de la edición 2020 del Festival de Cannes (que nunca llegó a celebrarse, por causa de la pandemia), Bajo los cielos del Líbano es un cuento de hadas, tanto en el sentido maravilloso del término como en el monstruoso. Durante la primera parte, Alice (la italiana Alba Rohrwacher, a quien pudo verse en Sangre de mi sangre y Las maravillas, entre otras) es toda entusiasmo y ojos grandes, en buena medida tal vez porque pudo dejar allí en los Alpes suizos a unos padres no precisamente motivadores. A diferencia de aquellas montañas heladas, los cielos del Líbano son luminosos y el aire límpido. La gente también, por lo que puede verse. Joseph, el hombre que conoció y ya es su marido (Wajdi Mouawad), es un astrofísico de lo más amable, siempre vestido de traje gris. Su sueño: el diseño de un cohete que deposite en la Luna a un astronauta libanés (la referencia puede parecer delirante pero es histórica; el cohete iba a llamarse “Cedro”).
La familia de Joseph, numerosa y alegre, colabora con la felicidad de Alice. Pasan los años, tienen una hija… y sobreviene la guerra del Líbano. Si no fuera porque Mazlo subraya el carácter ilusorio, infantil incluso, la primera mitad de su ópera prima chorrearía melaza. Apelando a su formación previa y con la ayuda de la directora de fotografía Hélène Louvart, que genera en 16 mm un efecto de difuminación fantasioso, Mazlo acentúa el artificio, recurriendo a una familia de plastilina, un auto en movimiento que no se mueve, frentes de edificios que parecen cuadros naïves y firmamentos dibujados. La realidad vista a través de los ojos muy abiertos de la niñera. En un momento que podría resultar ridículo y es sin embargo sublime, al enamorarse de Joseph el corazón de Alice se agiganta y cobra color.
Aquí sobreviene otro peligro, el efecto-Amélie: el mundo como torta de cumpleaños. Unos cañonazos que retumban a lo lejos aplastan la torta, en medio de una animada reunión familiar. Son los primeros truenos de una guerra civil sangrienta, que estalla “de pronto, de la nada”, como dice uno de los personajes, en un país que había sido hasta entonces el ejemplo más perfecto de convivencia entre las más diversas culturas y confesiones. Un ruego de Alice resulta devastador: “Que se haga la paz para cristianos, musulmanes, drusos, judíos, maronitas, palestinos…”, y así hasta agotar más de una docena de grupos étnicos y religiosos, que hasta entonces habían coexistido en paz. Ahora todos buscan el exterminio del vecino.
La intervención de las potencias extranjeras dará por resultado quince años de guerra entre hermanos, con más de 100 mil muertos y un numeroso exilio interno. Pero esa es la Historia, no la película. En la película ya no hay lugar para cuentos de hadas, aunque aun así Mazlo expresa el horror mediante dos o tres viñetas mímicas, con cuatro o cinco combatientes de un lado de las bolsas de arena y otros tantos del otro, todos ellos con máscaras de animales. Podría parecer pueril y tal vez lo sea: los ojos de Alice siguen siendo los de una niña.