A las seis de la mañana, un ruido altera la respiración de esa casa del barrio de San Cristóbal. El teléfono suena y hasta Max, “el perro no binario”, se despierta. Desde España, le anuncian al cronista y escritor Cristian Alarcón que ganó por unanimidad los 175 mil dólares de la edición XXV del Premio Alfaguara de Novela con su primera ficción, El tercer paraíso, ambientada en diversos paisajes de Chile y la Argentina, en la que el protagonista reconstruye la historia de sus antepasados, al tiempo que ahonda en su pasión por el cultivo de un jardín. “La novela abre una puerta a la esperanza de hallar en lo pequeño un refugio frente a las tragedias colectivas. Como dice el autor, ‘la belleza comienza en la maravilla de las flores, tan hermosas como finitas, en las que siempre veremos el misterio que no puede ser resuelto’”, afirmó desde Madrid el presidente del jurado, el escritor Fernando Aramburu.
A esa hora en que un llamado no suele traer buenas noticias, Alarcón, creador de la revista Anfibia, que este año cumple diez años, comienza un día que nunca olvidará: su primera novela, que se distribuirá en las librerías el 24 de marzo, se impuso a 899 manuscritos (131 de Argentina, 87 de Colombia, 43 de Chile, 408 de España, 57 de Estados Unidos, 119 de México, 29 de Perú y 25 de Uruguay) en lo que implica un cambio de piel, una mudanza de la no ficción, donde se destacan libros como Cuando muera quiero que me toquen cumbia o Si me querés, quereme transa, hacia una escritura “más libre”. El tercer paraíso fue escrita en pandemia, entre el 2020 y fines del 2021, cuando la pudo terminar. El escritor se vio obligado a hacer un retiro después de sobrevivir “a una de las cepas más temibles” del covid. Entonces se recluyó en el sur de Chile, en una casa antigua en el pueblo de La Unión, donde nació en 1970.
Sembrar historias
“Siempre he luchado por considerar al periodismo literatura, pero en esta ocasión decidí entregarme a la fabricación de una novela familiar latinoamericana y esta experiencia suburbana elegida -explica Alarcón al comienzo de la conferencia de prensa por Zoom con periodistas de España, Colombia, Chile, Argentina, Perú, México y Uruguay-. Me reencontré con mis ancestros y la profunda relación que muchos y muchas necesitamos con la naturaleza; un redescubrimiento de lo botánico, de la vida más allá de las urgencias de esta emergencia, que nos resulta un alivio pero también una aventura de conocimiento, de aprendizaje vital, ante las circunstancias en las que nosotros mismos como humanos nos hemos puesto hasta llegar a este punto de crisis global”.
El escritor y cronista --que se dedicó al periodismo de investigación y la escritura de crónicas desde comienzos de los 90 en medios como Página/12, Clarín, Crítica de la Argentina y en las revistas TXT, Rolling Stone y Gatopardo-- imagina que el Premio Alfaguara va a suscitar expectativas. “El peor enemigo de cualquier obsesivo es la autoexigencia”, admite Alarcón y revela que tenía una deuda: culminar un libro --aún tiene dos proyectos de libros previos pendientes porque-- en estos años en que se dedicó con “mucha pasión” a dirigir la revista Anfibia, a la que definió como “una creación colectiva” desde la Universidad Nacional de San Martín, que “intenta cruzar las fronteras de la academia con la narrativa”. Entrar en la lógica de la novela, para el cronista y escritor, significó “un luto”, “un duelo” de ese narrador que contaba lo real. “Yo quería que fuera una novela concisa, en el sentido de atravesar una experiencia; son pequeños capítulos que van tratando de sembrar de uno y otro lado de la narración, la de una familia proletaria campesina que emigra de un pueblo, y en otro de un sujeto que se reencuentra con sus ancestros a partir de la admiración y el cultivo de flores, la idea de respetar los tiempos naturales y dejar de ser sujetos de encierro en las ciudades”, explica el autor.
El jardinero
El tercer paraíso fue elegida por un jurado presidido por Fernando Aramburu e integrado además por el escritor Ray Loriga, ganador del Premio Alfaguara en 2017, la escritora y librera argentina Paula Vázquez, directora de Asuntos Culturales de la Cancillería; la editora mexicana Marisol Schulz Manaut, directora de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) y Pilar Reyes, editora de Alfagura. “Cultivas el espacio de tu novela con la misma humildad y pericia que el protagonista cultiva el jardín. No sé si eres jardinero, me daría lo mismo porque la mentira está muy bien como está. Y si es verdad, mejor”, lo elogia Loriga, ganador del mismo premio con la novela Rendición.
El germen de la novela de Alarcón empezó por la demanda de un ensayo: el antropólogo Alejandro Grimson lo convocó a escribir sobre el futuro después del Covid en abril del 2020. “Me encerré a leer filosofía contemporánea, a comprender el concepto de extinción, de antropoceno, de capitaloceno, para ver qué nos estaba diciendo la pandemia -recuerda el escritor los antecedentes de la novela-. En la escritura de ese ensayo hubo solo dos escenas en las que recuperé algo de mi abuela y de mi madre vinculado con el fin del mundo. Empecé a escribir sobre ellas y al mismo tiempo me fui alejando de la ciudad, me fui al campo. Y descubrí que tenía tierra, agua, aire, que podía conseguir semillas, y comencé una experiencia botánica real. No dejo de ser el cronista que soy por convertirme quizá en un escritor de ficción”.
Alarcón compara la estructura de la novela con la del átomo, “que va y viene”, y a partir de ahí se generó un diálogo entre el pasado y el presente. “Futuro es una palabra enorme que ha perdido sentido y a la que yo le busco la recuperación del sentido -reconoce el escritor-. La novela es un ejercicio de introspección propia vinculada a lo vital, a partir de la comprensión de unos procesos que nos exceden. Lo que más me impulsa a hacer lo que hago es aprender en aquellos territorios en los que aún somos ignorantes; cultivar la humildad de la ignorancia, reconocernos como incompletos, como infelices en la búsqueda de la felicidad. En algún sentido es un ejercicio, como cuando uno ejercita el cuerpo y puede bailar más y correr más; en el ejercicio de esa búsqueda conseguí cierta libertad”.
Humildes dalias
El protagonista de El tercer paraíso siente la tentación de retirarse de su cabaña en las afueras de Buenos Aires para hacer frente a lo que vendrá. Mientras espera, cultiva un jardín con todo tipo de plantas y flores. Su amor por la naturaleza lo lleva a indagar en la formación del pensamiento científico, el nacimiento de la botánica y la gran aventura de las expediciones europeas del siglo XVIII. Al mismo tiempo, recuerda la historia de su familia, que fue arrancada de cuajo de sus raíces en Daglipulli, Chile, por la dictadura de Pinochet. En esta narración híbrida o anfibia aparecen las humildes dalias que plantaba su abuela Alba, la presencia exuberante y amenazadora de la selva amazónica con la que se encontró Humboldt en 1799 y la seguridad controlada de los productos que compra ahora en viveros.
“En este paraíso en diferentes grados de conservación, el paisaje natural del Cono Sur se convierte en un personaje fundamental, con sus propios ritmos, con las huellas que dejaron los hombres que intentaron poblarlo -resume la editorial Alfaguara la trama de El tercer paraíso-. La historia, la botánica y el relato familiar confluyen en él y marcan el carácter del protagonista, sus elecciones vitales y su manera de estar en el mundo. Esta novela es un relato luminoso sobre la vida cotidiana de un individuo pero también sobre las tragedias colectivas que nos acechan. Lo pequeño, lo sencillo, ese paraíso personal que construimos como refugio es también, en última instancia, lo que siempre nos salva”.
Alarcón se define como “un workaholic incurable” y cuenta que el premio se lo debe a muchas personas, como su madre, su abuela y sus abuelos, “con todo lo duro que es contar la historia de América Latina desde una perspectiva feminista”, y agrega que es “consciente de los efectos que ha producido el patriarcado en nuestros cuerpos y en nuestra conciencia actual”. El escritor confiesa que tuvo que abandonar esa voz del cronista que honra a sus grandes maestros, como el polaco Ryzard Kapuscinski, a quien conoció gracias a la Fundación García Márquez. Alarcón fue becario en 2001 de un taller que Kapuscinski dio en la ciudad de México. “Todos los que salimos de ese taller de la Fundación García Márquez hicimos dos cosas: escribimos libros y fundamos medios”, subraya el ganador del Premio Alfaguara. “Yo soy de causas, como buen exiliado que quería derrotar a Pinochet y soñaba en convertirme en un pequeño guerrillero para ultimar al dictador, porque como niño vivía exiliado, con todas las consecuencias del exilio, en un país donde al año ya entró en dictadura también”, precisa el escritor y cronista sobre la dictadura cívico militar que empezó en Argentina en 1976.
El tercer paraíso quizá sea una obra que irrumpa para repensar las categorías. “Esta novela no sé si es tan novela... yo creía que no tenía ninguna chance de ganar porque es demasiado ensayo, demasiado crónica, demasiado autoficción, demasiado novela familiar”, enumera Alarcón. “La experimentación con el lenguaje sigue siendo el territorio de la libertad”, afirma el escritor y reconoce la importancia de “las mujeres que me preceden y han sembrado todo lo que ha crecido”. La escritura de esta novela surgió de la desesperación, la soledad y el encierro, del deseo de producir una obra. “La verdad es un concepto en crisis, no solo por la cuestión tecnológica; vincularme con una verdad más interna hizo que no pudiera parar de escribir. Si no nos salvamos todos, no se salva nadie”.
-A propósito de la experiencia de cultivar un jardín, ¿qué significó para vos que tu familia haya sido arrancada de cuajo en Chile?
-Yo siento que es un proceso de sanación del exilio, del bullying, por ser mariquita, nerd, educadito y limpio; mis compañeros me arrastraban por el patio de la escuela con mi guardapolvo blanco e impecable. Algunas mujeres alimentaron mi ternura, que tiene un carácter forjado en las violencias y las resistencias complejas, los proletariados suburbanos. Por la vía doble del psicoanálisis y la espiritualidad, me encuentro ese hilo invisible a partir de la ternura. El jardín fue una experiencia performática; la pandemia nos puso a hacer. Ese hacer sutil que los varones en procesos de deconstrucción (porque no creo que haya varones deconstruidos) le hemos tenido miedo. La novela surgió como una alternativa por fuera de lo real, para escaparme de ese sentido común de la crónica, en la cual mi voz era siempre la voz de otro. Todo mi esfuerzo estuvo en escuchar, me pasé treinta años escuchando por ser periodista. Las crónicas eran un ejercicio de escucha. Tuve que alejarme del imperativo anglosajón de lo fáctico para dar un salto no metafórico y llegar a un lenguaje que penetre. Todo lo botánico me enseñó. La meditación y el psicoanálisis han hecho efecto y mi desapego por las imposiciones se ha ido diluyendo a tal punto de que no pensé que iba a ganar el premio. Me encerré durante la primera parte de la pandemia y construí un jardín “muy masculino”, según mi paisajista feminista, y le hice un homenaje a mi abuela que era una cultivadora de flores. A partir de ahí se desata un camino de ida hacia una zona de conocimiento que me había sido vedada. Algo que siempre me apasionó como periodista es entrar en zonas desconocidas para aprender, siempre tuve una ansiedad y voracidad por conocer lo específico. Al mismo tiempo que se liberaba esa enorme fuente de información apareció la voz de mi madre contándome su vida de niña campesina y proletaria, y la de su madre, que me permitieron construir esos personajes, esa parte dual de la novela que va progresando y encontrándose con ese otro personaje que cultiva, que busca un sentido nuevo de lo que podríamos llamar felicidad, y que termina descubriendo que todos podemos construir.