Otro ladrillo en la portada
“Crecí idolatrando a las superestrellas del pop de los años 80, toqué grunge en la banda de mi escuela secundaria, me metí en música electrónica y el R&B en la universidad, profundicé en el rock progresivo de adulto, y recientemente me volví a enamorar del disco y el funk de los 70s”, repasa con pelos y señales el diseñador gráfico Adnan Lotia. Declarado melómano desde niño, hoy en día este artista con base operativa en Nueva York en sus ratos libres gusta recrear portadas de discos de todas las épocas, de todos los géneros: Ride the Lightning, de Metallica; Demon Days, de Gorillaz; Aladdin Sane, de David Bowie; Random Access Memories, de Daft Punk; Paranoid, de Black Sabbath; Hot Space, de Queen; Erotica, de Madonna; My Generation, de The Who; Diva, de Annie Lennox; Rumours, de Fleetwood Mac; Baby, One More Time, de Britney Spears; por mentar unas pocos, muy pocos ejemplos de su viralizada obra. “Me muevo mucho por distintos tipos de estilos, porque es poca la música que no disfruto”, aclara Lotia, que para emular tapas de discos trabaja exclusivamente... con bloquecitos Lego. Virtuales, ojo al piojo moderno, conforme explica el propio autor, que goza de varios miles de seguidores en su cuenta de Instagram, donde lleva por mote @uvupv. “A base de ensayo y error, aprendí a construir digitalmente usando el software BrickLink Studio, que para colmo de bienes es gratuito. Quedé encantado con la libertad, la flexibilidad y la velocidad que nos brinda a los artistas que trabajamos con piezas Lego”, dice. No es que no haya intentado primero apañarse a la vieja usanza, en forma analógica, pero pronto se dio cuenta que andaba falto de bloquecitos adecuados para dar forma a su idea. “La clave es partir del punto focal de la portada del álbum, a partir de ahí todo sale a pedir de boca”, le quita hierro el hombre a un trabajo suficientemente intrincado, que logra asemejarse bastante a las imágenes originales. Tanto como es posible, al menos. Ya que ciertos rostros, como el de Britney Spears, recuerdan más al desfigurado Ecce Homo de Borja que a terrícolas.
Insert coin
Aunque muchos de los videojuegos más icónicos y queridos de los '80, como Pac Man y Super Mario Bros, nacieron en Japón y en Occidente, cuenta la web Design Taxi que detrás de la Cortina de Hierro había jóvenes diseñando sus propios títulos recreativos. Clásicos de primera hora, prácticamente perdidos, que no solo han sido recuperados y remasterizados: acaban de ser traducidos al inglés para volverlos accesibles a un público más amplio que guste, por caso, lanzarse a una aventura donde un oficial soviético persigue y liquida… a Rambo. Tal es la propuesta de Satochin, uno de los diez videogames de aventura de la otrora Checoslovaquia que ha puesto a disposición el Museo de Diseño Eslovaco en su web, tras un laburo mancomunado con la Asociación Eslovaca de Desarrolladores de Juegos. Cuenta Maros Brojo, curador multimedia de la mentada galería, que traducir estas piezas (algunas con nombres tan intrigantes como Perfect Murder y... Pepsi Cola) “permitirá que tanto académicos como profesionales de todo el mundo tengan contacto directo con nuestra historia gamer, además de dar visibilidad universal a proyectos que habían quedado en el olvido”. Asegura además que el catálogo irá creciendo en lo sucesivo, siempre gratuito y adecuado para que la fácil descarga. Por lo demás, Stanislav Hrda, uno de los creadores de Satochin, explica que –a fines de los '80, detrás de la Cortina de Hierro– solo jóvenes casi sin experiencia se dedicaban a la faena y compartían sus avances en una suerte de red clandestina. “La mera mención de Rambo era inimaginable en medios oficiales, periódicos o libros. Los videojuegos, sin embargo, estaban fuera de radar y circulaban libremente, principalmente entre amigos, sin restricciones ni censuras”, conmemora hoy día, a cuento del lanzamiento de esta entretenida iniciativa.
Medio millón para Hulk
Estará sereno el científico Bruce Banner por estas fechas al ser consciente de que no tiene motivo alguno para cabrearse; ¡por suerte!, que ya sabemos cómo el enfado suele írsele de las manos, transformándose en el muy hercúleo, muy fornido, muy salvaje Hulk. La razón de su contento: una subasta donde una copia en prístino estado del primer número de The Incredible Hulk se vendió por casi medio millón de dólares, un récord personal para este personaje de Marvel, que en mayo sopla las 60 velitas. Aquel primer ejemplar de la larga serie fue obra de Stan Lee y Jack Kirby, y data de mayo de 1962. Sabrán los fans que, pos conversión, allí aparece en el gris original que le dieron sus papás, no así como la característica criatura verde por todo mundo conocida (encarnada en tevé por un inolvidable, y bastante mal pintado, Lou Ferrigno entre fines de los '70 y principios de los '80). En una interviú con Rolling Stone de 2015, contaba Lee el por qué del cambio de coloratura: un problema de impresión, ni más ni menos. Como “en algunas páginas parecía negro, en unas casi blanco y en otras era medio gris”, decidió mudarlo al color esperanza porque “ningún otro personaje era verde”. Et voilá la versión definitiva del alter ego de Banner, cuya condición mutante ya se explicaba en el número primigenio; es decir, cómo se expone a rayos gamma, accidente que le altera la composición y lo convierte en bestia salvaje cuando pierde los estribos. La venta, por cierto, se concretó a través de Comic Connect, sitio de subastas que confirmó que el coleccionista privado que desembolsó 490 mil dólares por el raro ejemplar había logrado que sea “la copia más cara del primer número de Hulk”. Lo cual no significa que sea la más costosa de la historia de los tebeos. Para sorpresa de nadie, ese título va para el popularísimo Spiderman: Amazing Fantasy #15, donde el pibe araña aparece por primera vez, fue adquirido por 3,6 millones de dólares hace apenas unos meses.
Dormir para recordar
Dicen los que saben que, aunque sea la mar de exasperante, es bastante común olvidar los nombres propios de las personas, porque están al final de nuestras redes neuronales. Así las cosas, la situación hace que a cualquiera le suba los calores, ya sea en el trabajo, con la familia política, con amigos de amigos, etcétera. Aquí viene la buena nueva: la ciencia –siempre al servicio de causas nobles y, a su modo, urgentes– ha desentrañado una manera eficiente para evitar la vergüenza que conlleva este olvido involuntario, amén de un pequeño pero conciso estudio que acaba de publicarse en la prestigiosa revista académica Nature. La clave, increíblemente, estaría en... el sueño. Así funcionó el asunto: investigadores de la Universidad de Northwestern pidieron a 24 personas que trataran de memorizar 80 nombres con sus correspondientes rostros. La mitad, les dijeron, estudiaban cultura latinoamericana; la otra mitad, japonesa. Luego, se los invitó a tomar una siesta “educativa” mientras monitoreaban su actividad cerebral. Cuanto notaron que estaban profundamente dormidos, empezaron a reproducirles los nombres de las personas y una musiquita autóctona (latina y japonesa, según el caso), en pos de chequear si el estado de descanso pleno servía para anclar el recuerdo. Y chequeado quedó, según aclaran los involucrados en el trabajo. “Nuestro análisis mostró que cuando los recuerdos se reactivan durante el sueño, las capacidades de memoria pueden mejorar después de despertar”, cuenta chocho de contento el autor principal del paper, el científico Ken Paller. Explica asimismo que, quienes fueron interrumpidos estando en los brazos de Morfeo, se mostraron menos eficientes luego, al momento de asimilar quién era quién. En resumidas cuentas, las conejillas de Indias que durmieron más y mejor, recordaron más lúcidamente las caras y los nombres de los 80 desconocidos en comparación a los pobres que fueron despertados de buenas a primeras. “Es un descubrimiento emocionante porque nos informa que una forma de mejorar el almacenamiento de la memoria está relacionada con la calidad del sueño”, comparte con emoción Nathan Whitmore, estudiante que participó del experimento. La primera parte, más no fuera, porque ahora quieren averiguar de qué manera la gente podría aplicar el mecanismo, ejem, en sus hogares.